miércoles, 16 de septiembre de 2009

El por qué y el para qué (1)





















Un antiguo alumno me remite su reseña bloguera sobre El desequilibrio como orden, acompañada por la noticia de que ha pasado un año en Londres, durante el cual "ha desconectado completamente de la historia" (sic: supongo que se refiere a la práctica historiográfica). De todas formas, leyendo la reseña, no se me antoja tal. O al menos, no da la sensación de que haya desconectado de los tics corporativos del estudiantado español (compartidos por muchos colegas docentes del alma mater, incluso de mediana edad) y en cambio no parece haberse leído o enterado de las sorprendentes ocurrencias del "Economista Camuflado" Tim Harford sobre la rentabilidad extrema de lo cotidiano, que se ha convertido en todo un fenómeno socio-mediático en Gran Bretaña desde su columna en el "Financial Times". "¿Debería bajar la tapa del inodoro como exige mi mujer? O con la gravedad de su parte, ¿debería bajarlo ella misma?" -pregunta Michael Govind desde Cirencester. La señorita C. H. de Nottinghamshire pregunta si debería fingir los orgasmos. Y el "Economista Camuflado" analiza la rentabilidad de las opciones, en estos y decenas de casos más.

Pero no hace falta llegar a los extremos de Harford, para deducir que la búsqueda de la rentabilidad abarca una buena parte de nuestro comportamiento: social y, desde luego, profesional. Bromas aparte, el comentario viene a cuento de una de las críticas más pugnaces de Carlos Masdeu a El desequilibrio como orden: el pretendido "tufillo" comercial del libro, para emplear su propia expresión. Y en apoyo del aserto, elabora una ensalada-párrafo con mesclum de pistas: desde la foto de portada, al hecho de que el libro venga a ser una continuación de La paz simulada, o que el "border line" final del periodo sea el año 2008 y no otro cualquiera.

Desmontar el putpurri es sencillo, porque en realidad a las pretendidas pistas, esas que él indica, no les unía ninguna intencionalidad comercial; pero llevará su tiempo. En el ínterin vaya por delante la pregunta: ¿y por qué El desequilibrio como orden no debería ser una obra comercial, o que buscara conscientemente la comercialidad? Al hilo de los sagaces comentarios de Carlos Masdeu, a quien recuerdo inquieto e inteligente, vamos a hablar aquí y en algún otro post, de rentabilidades y motivaciones. Un asunto capital para todo aquel que se haya propuesto escribir un libro o, como él, emprender una investigación académica.

Sospecho que Carlos confunde "comercialidad" con "oportunismo". Pero aún así, seamos sinceros: casi todas mis obras fueron una cosa y la otra: La trampa balcánica se publicó en 1994, en plena guerra de Bosnia, y no por casualidad. Slobo fue un encargo de la entonces Editorial Grijalbo, aprovechado el tirón de la caida en desgracia de Milosevic, tras diez años de guerras balcánicas. El turco comenzó a redactarse cuando crecía la polémica sobre la inminente inclusión de Turquía como candidato formal a la UE (¡y vaya polémica!). Muy a mi pesar, ya hace más de veinte años, en 1989, La mística del ultranacionalismo fue un libro mal distribuído por las Ediciones de la UAB, que siempré soñé ver reeditado con más éxito en alguna editorial comercial. Y La paz simulada, que fue otro encargo, dió la sorpresa al convertirse en un éxito de ventas; a no dudar, por la contribución cualitativa de Enrique Ucelay-Da Cal y Ángel Duarte.

En conclusión: ojalá que El desequilibrio como orden hubiera sido mejor comercializado. Pero el fuerte de Alianza Editorial no está precisamente en las campañas de promoción. El libro se popularizará completamente el día en que Google Books lo escanee. Sin embargo, cuando se escribió, el deseo del autor era que tuviera éxito, que llegara al público, que generara polémica. Y eso, en una primera fase, sólo se consigue a través de una comercialización eficaz. Si la obra queda olvidada en la estanterías de las bibliotecas o los almacenes de la editorial, las propuestas que contiene no servirán para nada. Un amigo diplomático, comentó que El desequilibrio como orden es una obra que debería haberse publicado dentro de algunos años. No puedo estar más en desacuerdo: el momento del libro es, precisamente, ahora. Porque su intencionalidad es abiertamente polémica; y a partir de ahí, servir de borrador para nuevos libros sobre ese periodo histórico, aunque demuestren que sus tesis estaban equivocadas.

Entiendo que a muchísimas personas, especialmente jóvenes, les causa cierto pudor manejar eso de la "comercialidad". Puede que sea un eco de ciertas estrategias publicitarias: supuestamente, lo bueno es lo artesanal, no lo industrial, que requiere de lo comercial (y se induce, de forma automática, un falso dilema en la cabeza del consumidor).

O quizá es debido a que existe una comercialidad generacional interna que tiene sus propias rentabilidades, la mayor de las cuales reposa en el rechazo de lo dominante. Pero, y por tomar el mismo simil de Carlos, las grandes y conocidas bandas de rock también buscan trascender en la comercialidad hegemónica y a través de ello, influir en la corriente general de la música. De esa manera, "Sex Pistols" son alguien, mientras que "
La Polla Records" se ha quedado como una pieza de museo del otrora rock radikal vasco (o vasko) de los ochenta del siglo pasado; por poner un ejemplo entre miles posibles (no hay nada personal: de hecho en su día me compré la casete del mencionado grupo punk).

En niveles académicos, y especialmente en el mundo de las Letras y las Humanidades, la comercialidad no gusta. Es decir: no es aplaudida ni fomentada. Por ello, no es casualidad que las universidades privadas no destaquen por sus estudios de Letras, y sí por las facultades más "competitivas" y/o "rentables", capaces de conseguir contratos en la empresa pública o privada. En consecuencia, la producción intelectual de las facultades de Letras circula por canales de muy escasa difusión entre el gran público. De ahí que su promoción o incluso supervivencia pase por la subvención a perpetuidad y su utilización intensiva para la promoción corporativa. En ese panorama encaja de perillas el discurso de que lo serio, por supuestamente académico, es lo minoritario y elitista. Aunque, a la postre, no es extraño encontrar precisamente ahí una producción intelectual notablemente conservadora en sus planteamientos y conclusiones. Lógicamente, lo novedoso o audaz suele pasar desapercibido entre el resto de los contenidos, poco abocados al esfuerzo innovador y más centrados en cumplir con los requisitos formales.

Como se puede ver, ese tipo de razonamiento tiene fácil entrada entre el estudiantado, porque además se puede asimilar con facilidad al mundo de la música o el cine. En cambio, el universitario que busca abiertamente la comercialidad se la juega, porque debe ganarse de alguna forma la aprobación del gran público, pero también de la propia academia. Para ello ha ofrecer algo atractivo pero a la vez consistente, que se mantenga en el tiempo. Escribir exagerando o soltando las muy habituales lindezas contra Bush para no parecer socialdemócrata (como sugería Rafael Robles en su blog) no es suficiente: el histrionismo aburre, y además no resulta apropiado para analizar. No convence. Repetir lo dicho una y mil veces, tirar de obviedad, es más seguro... sobre todo para los políticos o para mantener una conversación insustencial con el vecino en el ascensor. No arriesgar es seguro; pero aún lo es más no escribir nada. Airear documentos o testimonios novedosos no es fácil cuando se trabaja en Historia Actual: los archivos reservados tardan muchos años en ser desclasificados, si es que llegan a abrirse algún día y todos los documentos están en su sitio y son realmente originales. Los grandes protagonistas que tienen algo que decir, suelen hacerlo cuando se retiran, o después de muertos.

Llegados a este punto, el lector se habrá percatado de que escribir El desequilibrio como orden no fue tarea fácil. Decidirse a hacerlo, tampoco. O mejor dicho: sí lo fue inicialmente, porque confié en la colaboración de mis compañeros de La paz simulada. Pero no tardaron mucho en echarse atrás, y hubo que seguir en solitario.

Entonces ¿dónde estaba la compensación o el beneficio? Desde luego, no en la comercialidad del libro, entendida como ganancia material. Hay miles de personas que no han publicado un libro y por ello desconocen que, al menos en España, el dinero que puede reportarle al autor una obra académica o técnica es muy escaso. Demasiado, teniendo en cuenta que el libro es, todavía hoy, un producto altamente rentable para el negocio editorial. A cambio, el cheque que cobra no le compensa al autor, ni de lejos, el esfuerzo: por ejemplo, los dos años largos que se tardó en escribir el volúmen que nos ocupa. Si además la temática del libro exige hacer algunos viajes para consultar documentos o realizar entrevistas, el negocio es literalmente ruinoso.

Tirar de sentimientos primarios, como la vanidad, tampoco lleva demasiado lejos. La tal satisfación es cosa de primerizos: no suele sobrevivir al primer libro publicado. La actual oferta de títulos y temáticas es de tal calibre, que la fama resulta más pasajera que nunca. Si la vanidad deviene patológica, el coste de alimentarla puede suponer un verdadero riesgo para la salud, aparte de desatender la propia vida familiar y laboral: casi nadie ha logrado vivir de publicar libros en España, aparte de
Corin Tellado, en sus tiempos; y como se ha demostrado, aquello era una verdadera empresa familiar y basada, además, en la rentabilidad pura y dura. Pero sobre todo, es que la vanidad sólo se sacia con triunfos; y escribir libro tras libro, sin solución de continuidad, conlleva el riesgo de acabar publicando verdadera basura.

En cualquier caso, y para concluir, por el momento, es de suponer que las motivaciones y objetivos más puramente profesionales son las de mayor interés para el lector de este blog o aquel que haya leído El desequilibrio como orden; y esas serán el objeto del próximo post sobre este asunto. Continuará.