domingo, 11 de abril de 2010

"Green Zone": the movie





















Green Zone” (título traducido erróneamente para el doblaje español como: “Zona Protegida”) es un film de acción realmente trepidante. Desde los primeros segundos del metraje, los travelling de cámara son constantes, las carreras, despliegues y tiroteos no paran de sucederse, uno tras otro. Sin embargo, es una obra que puede funcionar muy bien como documental para los estudiantes de Historia Actual. Quizás incluso más que para aquellos que vivimos los sucesos en directo, puesto que realmente no aporta ningún dato que sorprenda al espectador. Éste, como contemporáneo de los hechos, ya quedó totalmente patidifuso en su día ante el incalificable descaro con el que la administración Bush mintió burdamente para justificar la invasión de Irak. Pasa como con el libro Sin cobertura: son obras que hubieran generado un shock de haber aparecido en pleno 2003, pero que a siete años vista son lluvia sobre mojado, y encharcado.

De todas formas, “
Green Zone” es una obra correcta. El actor Matt Damon interpreta a un oficial técnico destacado en una unidad especializada de las fuerzas estadounidenses, encargada de encontrar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, en el Irak recién invadido. Sin embargo, vayan donde vayan los hombres del “Chief” Roy Miller (Matt Damon), no encuentran ni rastro de las WMD (Weapons of Mass Destruction). Y lo más intrigante de todo, es que la información proviene de fuentes de la propia inteligencia norteamericana. ¿Qué está ocurriendo?

La trama de “
Green Zone” es sencilla y está equilibradamente distribuida entre una serie de personajes escogidos con cuidado para que no falte ninguno: el iraquí bueno y colaboracionista, aunque patriota; el general iraquí, baasista y ambicioso: hasta el final del film quedará en suspenso su condición de malo o bueno; una especie de Wolfowitz que ocupa un cargo importante en el virreinato americano en plena Zona Verde de Bagdad; un desengañado oficial de la CIA; y una periodista tan veterana como mendaz. A destacar asimismo un oficial de los Delta Force, de marcado aspecto macarra y que tampoco ocupa un lugar positivo en el retablo.

No voy a desvelar la trama del film, pero sí aportar algunas reflexiones sobre aspectos que me parecen relevantes. En primer lugar, que como en el libro
Sin cobertura, los espías son funcionarios honestos. El oficial de la CIA que contacta con Roy Miller, es un experto en Oriente Medio totalmente desengañado con la invasión de Irak y la forma en al que se está planteando la reconstrucción del país. Sabe de sobra que no existen las WMD y le parece una barbaridad que no se cuente con la oficialidad del Ejército iraquí para que colabore en la administración del nuevo estado post-Saddam. En efecto, uno de los errores garrafales cometidos por los norteamericanos (a diferencia de lo que hicieron en casí los países anteriormente ocupados por ellos) fue arrancar de raíz y destruir la administración del régimen recién derribado. Eso contribuyó decisivamente al caos que en Irak se prolongó durante meses y hasta años. Ese desorden está bien plasmado en las escenas callejeras del film, en especial el monumental embotellamiento provocado por los iraquíes, coléricos porque no funciona la traída de aguas. O en los saqueos de cualquier edificio público que pueda contener algo de valor.

Si los agentes de la CIA desempeñan un papel honesto y positivo en este guión, contrariamente al que suelen tener en la mayor parte de los films, los periodistas quedan en mal lugar. El personaje de Lawrie Dayne trabaja para el “Wall Street Journal” y no parece casualidad. Sólo un periódico tan identificado con el neoliberalismo más agresivo puede haber contribuido tan activamente a difundir el mito de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. De hecho, la periodista actúa como una mera correa de transmisión de las mentiras que elabora la gente de Wolfowitz. El scoop informativo es más importante que la verificación de la noticia, y por lo tanto se traga el gazapo de “Magellan”, mintiendo ella también so capa de proteger unas fuentes de información que no tiene.

En “Green Zone”, las mentiras llegan directamente desde la cúpula el poder y pasan como una apisonadora sobre las fuentes de información habituales. Tal como sucedió en la realidad, por cierto. Los del equipo del presidente George W. Bush (los “Vulcanos”) se inventaron lo que creyeron más conveniente sin que les temblara el pulso. Realmente fue un escándalo de mayor envergadura que los protagonizados por Nixon durante la Guerra del Vietnam, por lo que resulta bastante asombroso que hasta la fecha no haya tenido consecuencias penales para los protagonistas. ¿Por qué no fue así? Aquí tenemos un buen ejercicio de reflexión para la clase. Eso sí, empiezan a rodarse films que parecen la vanguardia de ese nuevo síndrome del “Vietnam en el desierto” que el viejo Bush padre, en 1991, quería evitar a toda costa.

Green Zone” está bien ambientada, aunque filmada en Marruecos que empieza a ser plató habitual para las películas de ambiente iraquí). Las escenas de la vida en la Zona Verde en contraste con las del resto de Bagdad, refuerzan con eficacia el argumento del film. La recreación de las innovaciones tácticas propiciadas por la informática pronto parecerá irremisiblemente anticuada, pero de momento todavía resulta interesante.

miércoles, 7 de abril de 2010

"Sin cobertura": tras las claves de un desastre (2)
















Saddam Hussein es recibido por Franco y Arias Navarro en 1974. En esa ocasión se le concedió al iraquí la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica como premio a su "comportamiento extraordinario en beneficio de España". Es decir, como pago simbólico de los 4 petroleros que Sadam había enviado a Franco meses atrás, durante el embargo de la OPEP en 1973


2.- La inminencia de la invasión de Irak, en el invierno de 2002 a 2003, pone de relieve un problema que, ciertamente, era de gravedad: ¿qué relaciones deberían mantenerse con los agentes y confidentes iraquíes del servicio de inteligencia español? Los vínculos entre los espías españoles e iraquíes eran importantes y no se circunscribían a aquellos meses. Arrancaban de la línea política favorable a los países árabes con raíces en los primeros tiempos del régimen franquista, de lo cual fue buena muestra el hecho de que en 1974 el mismo Saddam Hussein fuera condecorado por Franco con la orden de Isabel la Católica. Sin embargo, en marzo de 2003, España forma parte de la coalición invasora, junto con los Estados Unidos, Gran Bretaña y Polonia; y los iraquíes se convierten en enemigos.

Según los autores de Sin cobertura, los colaboradores más comprometidos con el espionaje español piden desesperadamente pasaportes y dinero para escapar del destrozado país, en el cual los norteamericanos detienen a mansalva, torturan e incluso hacen desaparecer a funcionarios y militares del antiguo régimen.

Ante esta situación, el esforzado jefe de Inteligencia Exterior del CNI, protagonista de la novela-reportaje no para de prometer que los españoles no dejarán tirados a sus amigos y aliados; pero el malvado “Pato”- Borrego, siguiendo instrucciones del gobierno, impide el rescate.

El planteamiento argumental de los autores de Sin cobertura parece correcto a simple vista. El gobierno de Madrid no quiere rescatar a los antiguos colaboradores iraquíes por no interferir con la labor depuradora de los norteamericanos en el invadido país. La posición española en Irak estaba absolutamente subordinada a la voluntad de Washington. En esa situación, el gobierno de Aznar no osaba arriesgarse a ningún tipo de enfrentamiento con los amos americanos. Y menos por salvar a un puñado de oficiales de inteligencia iraquíes, gente que, supuestamente procedía del núcleo duro del régimen de Saddam Hussein, a quien por entonces se buscaba denonadamente por entonces.

Llegados a este punto, los autores de Sin cobertura parece que no saben cómo salvar la papeleta narrativa, al margen de echar toda la culpa al jefe del CNI y al viceministro de Defensa. Sin embargo, una lectura un poco atenta de la novela permite descubrir dos cabos que los autores parecen dejar sueltos, no sabemos si intencionadamente o no.

3 .- Cuando el director general le prohíbe llevar a cabo el rescate de los colaboradores iraquíes, el jefe de Inteligencia Exterior del CNI no intenta nada por su cuenta que no sea ganar tiempo ante los cada vez más nerviosos espías del invadido país. En Sin cobertura se habla de una lista de treinta personas, sin que se mencione la condición previa de recuperarlas a todas en una sola operación. Pasaportes comprados en el mercado internacional, exfiltraciones individuales, recurso a terceros países amigos… la posibilidad de actuar extraoficialmente –recurso en teoría no ajeno a las actividades de un servicio de inteligencia- no parece pasársele por la cabeza al protagonista de la novela. Y es que si bien no existe servicio de inteligencia históricamente leal con todos sus colaboradores, hay categorías y grados; porque ganarse a la gente para una causa puede suponer mucha iniciativa y disposición a asumir riesgos.

El resultado es que, por activa o por pasiva, los colaboradores iraquíes del CNI de la época parecen ser víctimas de un españolísimo pufo en su variante administrativa; una versión actualizada del “vuelva-usted-mañana” de Larra, puesta al día cosmopolita al gusto del nuevo milenio, tras sobrevivir a lo largo de todo el siglo XIX y el XX. Es triste coincidir con los autores de la novela en que, efectivamente, esa versión de los hechos resulta más que probable.

Como complemento y propina, todo el aciago asunto es buena muestra de que, una vez más, los españoles carecen de un plan B. Otros países, como Francia, si lo tenían: el intento de secuestro de Saddan Hussein, pocos días antes de comenzar la guerra, que implica a daneses y finlandeses. Con esa operación, Paris intentó cortocircuitar las intenciones norteamericanas de desencadenar la invasión contra Irak,.

Madrid tampoco tendrá plan B (y casi ni siquiera plan A) cuando los ocho agentes del CNI caigan en la mortal emboscada de Latifiyya, el 29 de noviembre de 2003, dando lugar a la mayor catástrofe de un servicio de inteligencia español desde la Guerra cCvil, y uno de los mayores que haya sufrido cualquiera de sus homólogos occidentales desde el final de la guerra Fría y hasta el atentado contra la base avanzada de la CIA en Jost (Afganistán) el 30 de diciembre de 2009.

Los autores de Sin cobertura dan con la clave, una vez más; y de nuevo, la servidumbe de la novelística hace que el relato sea forzosamente simplificador. Algunos de los antiguos colaboradores del servicio de inteligencia iraquí, hartos de esperar por los pasapaortes que los librarían de la persecución americana, amenazan y luego ejecutan a sus antiguos colegas españoles. Primero es el sargento Bernal, viceagregado de información de la Embajada española en Irak. Cae asesinado en su domicilio el 9 de octubre de 2003; fue el primer aviso. Veinte días más tarde, se produce la emboscada de Latifiya y mueren otros siete agentes del CNI.

La emboscada fue planeada y ejecutada a conciencia por miembros de Ansar Al Islam Al Sunna, cercanos a Al Qaeda, con información suministrada por ex miembros del servicio secreto iraquí. Por parte española se produjo una acumulación de fallos. Los teléfonos vía satélite no funcionaron bien, y además, los agentes sólo contaban con dos. No llevaban localizadores GPS/GSM personales, ni QRF. Los automóviles de otros equipos de inteligencia, americanos o británicos, iban perfectamente camuflados, solían ser taxis o vehículos de reparto comprados a los iraquíes, remotorizados y blindados con kevlar. No así los españoles, que destacaban como extranjeros en medio del tráfico local y carecían de blindaje. En fin, quien lo desee puede leer en un foro especializado cuáles y cuántas fueron las carencias debidas a la idea de que se puede ir a la guerra haciendo economías; o que bastaba confiar en la idea de que era suficiente con ponerse de perfil, implicarse lo menos posible, y confiar en aquello de que los españoles resultamos simpáticos y queridos por doquier. En cualquier caso, en Madrid casi nadie parecía estar realmente preparado para que tropas e informadores operaran en territorio realmente hostil, en zona de guerra.


Por lo tanto, y aunque dan con la clave, al final los autores de Sin cobertura no parecen percatarse del trasfondo cultural que transpira el fracaso de la intervención española en Irak en lo relativo a la gestión de inteligencia. El mismo que late en el estado de conservación de los lavabos de un país. Un asunto, que por supuesto, va mucho más allá de la actuación nefasta de un determinado gobierno, de un jefe, de un responsable.





















Al día siguiente de la emboscada, algunos pobladores de Latifiyya parecen celebrar el resultado de la acción sobre los restos de uno de los automóviles carbonizados del equipo del CNI. Median casi treinta años entre la foto de Saddam Hussein en Madrid y ésta, todo un símbolo de la destrucción de los vínculos preferenciales que había tejido la diplomacia española en varios países árabes.

(Continuará)

lunes, 5 de abril de 2010

"Sin cobertura": tras las claves de un desastre (1)




















La célebre foto del "trío de las Azores", 16 de marzo de 2003, a sólo cuatro días de la invasión de Irak. A primera vista, destaca la uniformidad vestimentaria de los tres mandatarios, que resalta la sintonía de sus intenciones. También el posado cerrado de los protagonistas refuerza su unanimidad. Contra esa puesta en escena, sobresale la actitud del entonces presidente Aznar, tanto por el punto feroz de su sonrisa, como por la satisfacción personal que transmite, mientras el presidente norteamericano le pasa la mano sobre el hombro. En la base aérea de Lajes, la brisa despeina el flequillo del mandatario español, lo cual acentúa todavía más la singular actitud del personaje: como se supo más tarde, la cumbre de las Azores se celebró por insistencia del presidente Aznar. El acontecimiento diplomático forma parte central del relato de la novela-reportaje Sin cobertura





Desde hace ya algunos años tiendo a considerar que el nivel de desarrollo social y político de un país puede estimarse a partir del estado de conservación de sus lavabos públicos, y del funcionamiento de sus servicios de inteligencia. De lo primero cobré conciencia tras pasar mi juventud viajando en tren por toda Europa. Años después, esa opinión vino reafirmada por las sabias palabras del maestro sufí en el entrañable film de François Dupeyron en 2003: “El señor Ibrahim y las flores del Corán”, referidas a la diferencia entre los países pobres y los ricos, a partir de las basuras.

Para lo segundo me fue útil mi experiencia como historiador y periodista en los últimos veinte años. Posiblemente hay una conexión inconsciente entre ambos baremos basada en el manido tópico de que los servicios de inteligencia son las cloacas del estado. Pero más bien me inclino a pensar que, en mi cabeza, la filiación se reduce a considerar que en ambos casos se trata de servicios imprescindibles, sobre los que hablan poco los ciudadanos de aquellos países en los cuales se conservan en mal estado de funcionamiento, asunto que es "vox populi" entre los extranjeros.


Desde luego, en España el debate está permanentemente en el alero, no tanto en lo referido a la limpieza de los wc´s a lo largo y ancho de su geografía, sino a la calidad de su CNI, antiguo CESID. Y si ello viene a cuento de este post es debido a la publicación de la reciente obra firmada por los periodistas Jordi Bordas y Eduardo Martín de Pozuelo, referida a la actuación de los servicios de inteligencia españoles ante la invasión de Irak.

Bajo el título: Sin cobertura (Eds. RBA, abril de 2010) el libro se presenta como un trabajo a medio camino entre el reportaje y la novela histórica. Con ello, los autores pretenden que el primer género aporte credibilidad, mientras el segundo cubra las lagunas que la investigación no logró desvelar.

Como suma de ambos géneros, el resultado final no es brillante. En su faceta de novela, Sin cobertura es una obra bastante aburrida, por pesada y reiterativa: 239 de las 469 páginas se centran en explicar, machaconamente, cómo el íntegro jefe del área de Inteligencia Exterior del CNI se esfuerza una y otra vez, a lo largo de casi nueve meses, en cerciorarse de que Irak no posee armas de destrucción masiva. Ante su sorpresa, los informes que remite a su propio jefe (el diplomático Jorge Dezcallar, rebautizado en la novela con el esperpéntico nombre de: Fernando “Pato” Borrego) y a presidencia del gobierno, no hacen mella en la inquebrantable voluntad del gobierno Aznar por participar en la imparable invasión de Irak. Ante la contumacia de los ministros del Partido Popular en el poder, el intrépido jefe de espías protagonista del libro, incluso llega a informar por su cuenta a la Casa Real la cual, según los autores, tampoco estaba al tanto de la peligrosa situación a la que se abocaba el país en vísperas de la invasión de Irak.

Y ése es el eje de la línea argumental, desde la primera hasta la última página: un ataque frontal contra la política exterior del gobierno Aznar y su hombre, al frente del CNI en esa época: Jorge-Fernando ¿“Pato”? Borrego-Dezcallar. Servil al núcleo duro del ejecutivo de la época (Trillo, Ana Palacios, Acebes y sobre todo, el mismo Aznar) los autores podrían haberle llamado Botarate, Soplagaitas o Alma de Cántaro, dado el deleznable protagonismo que se le reserva, desde la primera hasta la última de las cuatrocientas y pico páginas del libro.

La obra, en su faceta de reportaje: sin poner en duda que el gobierno de la época y su obcecada línea pro-estadounidense estuvieron en el origen de muchos de los desastres de su política exterior (a las cuales se pasa revista en el libro, incluyendo el accidente del Yak 42 en Trabzon), la obra presenta algunos vacíos argumentales y narrativos que no terminan de aclarar las sombras de los atentados que costaron la vida a ocho oficiales del CNI en el otoño de 2003.

1.- En la novela, el voluntarioso jefe del área de Inteligencia Exterior del CNI (nada menos) intenta demostrar a “Pato” y Borrego, durante dieciocho meses (desde el junio de 2002 a diciembre de 2003), que Saddam Hussein no posee armas de destrucción masiva, que su régimen no mantiene alianzas con Al Qaeda y que, en líneas generales, la política seguidista del gobierno español con respecto a las ambiciones norteamericanas en Irak, es poco menos que suicida. El enfrentamiento se hace cada vez más aparatoso, conforme va quedando claro que el gobierno Aznar sólo atiende a las informaciones que suministra el amigo americano a través de la CIA, mientras los datos que consigue el CNI en Irak son olímpicamente ignorados.

Ahora bien, el perplejo ambiente “antigubernamental” que va dominando a la cúpula de Inteligencia Exterior del CNI –grosso modo, uno de los hemisferios del aparato de inteligencia español- resulta artificioso. Precisamente, a partir de la llegada al poder del Partido Popular, en 1996, ganaron posiciones mandos políticamente cercanos a los sectores más duros de los nuevos gobernantes, incluyendo oficiales del Opus Dei en todo el organigrama del CNI. Cuesta creer (y mucho) que lo relatado en Sin cobertura se redujera a un pulso sin fisuras entre “Pato” Borrego-Dezcallar e Inteligencia Exterior del CNI.

Por otra parte, también resulta inverosímil que todo un jefe del Área del CNI se sorprenda tanto y tan reiteradamente ante la mentalidad de quiénes habían ocupado las carteras del poder en la Moncloa, incluyendo sus intereses personales y políticos, manías, ideas fijas, y obsesiones; es decir: hasta dónde estaban dispuestos a llegar. y por qué. Y no se está sugiriendo que en 2002, cuando comienza la novela-reportaje, el CNI se abstuviera de obtener datos sobre unos gobernantes que llevaban ya seis años y pico en el poder. Es más sencillo que eso: el caso es que desde siempre, en Madrid, en el “Foro”, uno de los pasatiempos preferidos de los “enterados” (¿y quién renuncia a serlo en la capital?) consiste en hacer circular los más variados dimes y diretes sobre las personas del gobierno, muchas veces con notable acierto.

En definitiva, sí es posible que tuvieran lugar tensiones entre determinados estamentos del CNI y el gobierno de Aznar por la gestión de la inteligencia obtenida en Irak; pero lo más lógico, dadas las circunstancias, es suponer que esas tensiones discurrieron de una forma mucho más tortuosa que como nos lo explica la novela-reportaje. De una parte, las tiranteces alcanzaron sobre todo a las relaciones políticas subterráneas entre Madrid y Bagdad, (cosa que explica el libro, aunque a escala reducida). Y, muy posiblemente, estuvieron en el origen de la intensa y nefasta politización que sufrió el CNI, así como otros muchos estamentos y organismos de la administración española.

(Continuará)