sábado, 29 de agosto de 2009

Estructura de plantilla, 2: desde aquellos tiempos













Las estadísticas indican que los miembros de la nueva clase media china, la mayoría de los cuales nunca habían tenido automóvil, desean uno nuevo y de la mejor calidad. La luz verde para la carrera mundial hacia en el ingreso en la clase media ha sido uno de los alicientes sociales más poderosos del periodo histórico 1991-2008, aunque los problemas derivados de ello hayan sido a veces muy traumáticos. Hay decenas de estudios y análisis sobre las nuevas clases medias en las potencias emergentes.


Recuerdo que la lectura del amago de reseña que desarrolla Rafael Robles en su blog, hace ya unas cuantas semanas, tuvo el benéfico efecto de trasladarme durante unos momentos a aquellos lejanos tiempos en que cursaba primero de facultad. Por entonces, apenas muerto Franco, nos situábamos en las aulas en base a una disposición de campo político tan dogmática como la práctica de la ideología que cada grupito reclamaba para sí. Hacia el fondo, campaban por sus respetos los ácratas y contraculturales en general. Luego se situaban los troskos. Más hacia el centro, los del PSUC; entre ambos, los maoístas. Los conservadores iban en primera fila, para escuchar mejor al profe. Y luego, el inquietante grupo de los que no parecían comulgar con nada, aunque a veces dejaban traslucir que su nicho ecológico en el aula podía estar relacionado con la práctica del ligue, el comercio de apuntes o la tendencia a llegar tarde. Quizá eran los verdaderos contraculturales.

Desde entonces, no recuerdo que ninguno de mis compañeros de promoción se hubiera convertido en revolucionario o teórico mínimamente relevante de la izquierda política, en cualquier intensidad del rojo. Excepción hecha, supongo, de los que hacen la revolución a golpe de tecla galopando su caballo cuatralbo por las inmensas estepas de internet. Pero ni aún así me vienen a la cabeza nombres destacados.

En aquellas épocas, nos inculcaban -y autoinculcábamos- la correcta aplicación de la plantilla en la tarea de calificar textos, discursos y opiniones. Tengo para mí que el modelo último que se escondía en algunas cabezas eran Los principios fundamentales del materialismo histórico de Marta Harnecker, con su estructura catequística. Pero esto nadie lo decía en voz alta, claro está (¿acaso alguien se había leído realmente Hacia la estación Finlandia, de Lenin, como había recomendado el profesor?). Tampoco nadie osaba reconocer que la estructura de la plantilla permitía ahorrar mucho tiempo y esfuerzo en las críticas. "Mira si el autor encaja aquí o allí, observa si critica o no esto o lo otro, y ya está. En un plis plas tienes la radiografía y te ahorras leer todo el ladrillo".

Dado que algunos terminamos en la docencia, destino casi obligado del historiador, supongo que hubo colegas que retuvieron durante algún tiempo el recurso a la plantilla ideológica en su práctica docente. Pero por regla general, al menos en mi promoción, y en la docencia universitaria, el sarampión, si se le puede llamar así, fue cosa de los dos primeros cursos. La mayoría nos dimos cuenta con rapidez, de que la realidad es siempre más compleja.















Hasta ahora, las reseñas sobre El desequilibrio como orden han olvidado mencionar completamente el genocidio de Ruanda, uno de los cuatro o cinco más importantes del siglo XX, que acaeció en pleno periodo aúreo de la televisión y las ONG. Ocupa más de un capítulo del libro. La implicación del entonces presidente François Mitterrand en los hechos y la perfecta inactividad occidental ante el holocausto, demuestran una vez más que el recurso a la crítica acerva de determinados líderes políticos como chivos expiatorios, puede ser un cortina de humo para culpas más colectivas, demasiado colectivas.



Aún así, recuerdo algunas jocosas anécdotas, ya como académico adulto, hecho y derecho. Por ejemplo, el fiero debate entre un miembro del tribunal y el opositor a profesor titular, Universidad Autónoma de Madrid, hace algunos años, no muchos; y justamente por estas fechas. Asunto del rifirrafe: quién era más marxista, el uno o el otro. Como se pueden imaginar, silenciaré los nombres. Este tipo de escenas suelen recordarme aquella canción de Laurie Andersen, una de cuyas estrofas rezaba: “¿Quién es más macho? lightbulb o schoolbus?”. Ah, vanita vanitatis de patio de escuela: “¿Quién es más rojo?”

Han pasado los trienios de docencia, implacables y, por lo que puedo observar en las aulas de la facultad, las disposiciones por color político se han convertido en un complejo patchwork. De vez en cuando hay profesiones de fe, claro está. Pero suelen venir acompañadas por las carcajadas del resto de los compañeros.

Todo eso me vino a la cabeza leyendo a Rafael Robles, con la consiguiente [son]risa floja al constatar lo que le preocupa del libro: “Diría que el autor es de tendencia socialdemócrata, lo que infiero de su crítica a Bush (suave y diplomática, eso sí) y a la economía capitalista que llevaba implícita la crisis que se explicita en los últimos meses. No me atrevería a afirmar que es de tendencia más izquierdista porque no toma partido en el asunto del imperialismo occidental ni en el de los movimientos reivindicativos sociales.”

¿Cómo puede circular por ahí un libro sin matrícula ni color? A ver: documentación, los papeles del camión. ¿Dónde está el libro de consignas?

El título del libro no es un pedante juego de palabras sobre la asignatura de Física y Química, sino que hace referencia al Nuevo Orden proclamado por el presidente George Bush, padre, en 1991. Dado que los Estados Unidos de América eran por entonces la potencia llamada a imponer tal ordenación, convenientemente ayudados por los aliados occidentales, y puesto que el objetivo era de esencia meramente hegemónica, estamos hablando de un libro cuyas 500 y pico páginas están dedicadas a describir el fallido intento de implantar una especie de continuación del clásico “imperialismo occidental”, por seguir con esa esa terminología, un tanto desfasada.

El libro no tiene vocación de panfleto: es un análisis prolijo sobre la forma en que fracasa ese Nuevo Orden. Como experiencia histórica, fue claramente negativa y no parece que resulte conveniente continuar por ese camino. Al parecer eso no es un compromiso suficiente, por comparación con los esquemas utilizados por la historiografía de manual para explicar la historia social en los siglos XIX y parte del XX, repetidos y adaptados a nuestra época actual. Pero tales estereotipos sólo sirven para recrearse a sí mismos y ser transmitidos a las jóvenes generaciones en las aulas, sin mayores preocupaciones y al margen de que reflejen o no la realidad. Lo importante es el esquema, fácilmente inteligible y asimilable; y la plantilla para corrgir las desviaciones.














La "Revolucion de las rosas", Georgia, noviembre de 2003. La épica nacionalista, normalmente asociada a la derecha política (a veces a la ultraderecha) tuvo un protagonismo tal, entre 1991 y 2006, que desplazó las acciones de una izquierda radical, a veces contundente en sus acciones, pero muy dispersa ideológica y organizativamente.


La implantación de un Nuevo Orden a escala internacional no fue un mero juego estratégico entre grandes potencias. Conllevaba una transformación socio-económica a gran escala, lo cual era el objetivo real de la globalización de modelo neoliberal. Debería acarrear importantes transformaciones sociales que se intentaron, en efecto, con la aquiescencia entusiasta de amplios sectores de la población mundial. Muy en especial en lo referido a promesa implícita de extender el estatus de clase media por los cinco continentes. Eso fue una jugada muy fuerte que llegó todos los rincones del planeta aderezada con toda una cultura del consumo, la exaltación del individualismo y el "arte de la vida", tal como queda diseccionado en la última obra de Zygmunt Bauman. En El desequilibrio como orden hay bastantes páginas dedicadas de forma directa e indirecta a esa cuestión, que al final contribuyó a desencadenar la crisis de 2008; pero también podría llevar impulso suficiente para generar recuperaciones transitorias.

Un capítulo entero del libro está centrado a las implicaciones que tuvo todo ello en el fenómeno migratorio, algo que se le pasa por alto a Rafael Robles. Por lo visto, tampoco merece la más mínima atención la tendencia a desmontar el estado del bienestar y el impacto de la externalización empresarial, que se impuso ampliamente incluso a escala estatal. Eso son dos capítulos enteros del libro.

La izquierda no logró evitar, ni siquiera corregir estas tendencias de matriz neoliberal. Y es que se trataba de una izquierda a veces muy centrada en el espectáculo mediático, algo que a la postre demostró poca capacidad de movilización real y continuada; eso en un tiempo de enormes medios para lograrlo.

Así que el periodo 1991-2008 ha estado dominado por una derecha que se creyó triunfante, ante una izquierda socialdemócrata cómplice o domesticada, y una izquierda radical dispersa y desconcertada. Recordemos, en Europa, el fenómeno del transfuguismo hacia los partidos socialistas. Eso, al menos, en Occidente: en Asia la complejidad política de lo ocurrido es mucho mayor, sin que quede muy claro que se puedan aplicar cándidamente los estereotipos occidentales de lo que es izquierda y derecha; y sin que, esto es importante, les importe mucho a los mismos asiáticos. Y en América Latina, el auge de la nueva izquierda (si se puede hablar de ello) es muy reciente y veremos en qué acaba; excepción hecha del EZLN, del que, por cierto, se habla también en El desequilibrio como orden.

Como contraste, en ese mismo periodo de 1991 a 2008 tuvieron mayor repercusión los movimientos reivindicativos sociales… nacionalistas y de derechas. Tales fueron, por ejemplo las “revoluciones de colores”, inspiradas en las revueltas de 1989-1990 en Europa oriental, que tampoco fueron, precisamente, de tono izquierdista.

A otra escala, la izquierda, en todos los tonos del rosa pálido al rojo chillón, se implicó más allá de lo que debiera en el multiforme movimiento de las ONG. Es cierto que hubo organizaciones bienintencionadas y muy eficientes. Pero el problema no estaba en la efectividad de un porcentaje mayor o menor de esa maraña, sino en su significado político: responsables ante sus financiadores –no ante los ciudadanos- formaban parte integral de la nueva filosofía política y socioeconómica que acompañaba al auge del neoliberalismo global.





















En los últimos años han menudeado las críticas contra la proliferación de ONGs en los noventa del siglo pasado, aunque más por sus carencias o imperfecciones que en lo relativo al trasfondo político que conllevaba el fenómeno. Portada del libro del veterano cooperante Jordi Raich sobre la "especie solidaria", éxito de ventas en 2004.




Luis Buñuel, al que le repateaba la caridad del señorito, se hubiera sentido desconcertado (por decirlo suavemente) ante el tinglado de las ONG y sobre todo, por la importante cantidad de soidisant izquierdistas que en sus filas pasaron de ser “militantes” a “voluntarios”, entendidos éstos como un colaboradores desinteresados cuyo idealismo personal bastaba para compensar un magro sueldo. Y cuya opinión política quedaba relegada a favor de los criterios de eficacia técnica y rigor profesional. Esto ayuda a explicar cómo las ONG fueron excelentes plataformas para saltar de la izquierda radical al neconservadurismo de postín, a la manera de Bernard Kouchner, gran símbolo de una actitud muy extendida.

Tan extendida y a tales niveles que de hecho llegó a ser consustancial con el despegue histórico de BRIC, las potencias emergentes. Ahí está el caso del visionario sociólogo Fernando Henrique Cardoso, hijo y nieto de generales pero de ideología socialista y miembro fundador del más influyente grupo de estudios marxistas del Brasil: presidente a partir de 1994, impulsó una política abiertamente neoliberal que está en la base del despegue económico hoy presidido por Lula Da Silva. En la India: ahí tenemos a Indira Gandhi, pero sobre todo a Rajiv Gandhi, comenzando a desmontar el modelo instituido por Nehru, netamente socialista, inspirado en el que había aplicado el laborismo británico. Qué decir de Yeltsin, ex miembro del Buró político del PCUS, y posteriormente padrino de Yegor Gaidar y sus recetas del neoliberalismo más duro. En cuanto a China, es todo un subcontinente el que está llevando a cabo una transición de lo más desconcertante, a base de compaginar dos sistemas, uno de los cuales no es precisamente muy de izquierdas. Y por cierto que estas evoluciones, con sus componentes socio-económicos y políticos están explicadas en El desequilibrio como orden.

Pero estos asuntos poseen un contenido altamente polémico y, sobre todo, políticamente incorrecto, que da pereza debatir en nuestros días. Lo rehúye la derecha que sueña con el pronto regreso de los felices años de las Posguerra Fría. Y le incomodan a la izquierda un tanto "low cost", de logotipo y ratos libres, que no apostaría, es de temer, por la implantación de regímenes políticos realmente igualitarios, con las incomodidades personales que supondrían.

Por último, Rafael Robles se saca de la manga una nueva definición de ensayo: para que una obra sea definida así, asevera, debe estar identificada con la izquierda o con la derecha. Al parecer, no vale que el autor del presunto ensayo se decante hacia el islamismo, el indigenismo, el comunitarismo filosófico o el conductismo, entre otras miles de posibilidades. No: todo debe quedarse en izquierda y derecha, clasificación que, nos tememos, se reduce, en la consideración de Rafael Robles, a las limitadas ofertas
del abanico político español no virtual. Queda desestimada la definición del DRAE, queda desautorizado Montaigne, que tuvo la mala fortuna de nacer cuatro siglos antes; el Ensayo sobre el principio de la población de Malthus debe tener un título equivocado (¿dónde se ha visto un ensayo sobre asunto más apolítico?). Y no digamos el Ensayo sobre la síntesis de la forma, de Christopher Alexander y la numerosa retahíla de ensayos sobre cuestiones artísticas o puramente filosóficas. En consecuencia, aseverar que la ausencia de compromiso político claro es característica sine qua non del ensayo, es un tipo de falacia filosófica denominada: "dilema falso".

Así que El desequilibrio como orden circula por las librerías y bibliotecas sin matrícula política, qué le vamos a hacer. Por otra parte, hubiera sido una ingenuidad envejecerlo antes de tiempo con profesiones de fe: en un libro en que se intenta describir cómo fracasa una opción de derecha neoliberal sobre una izquierda clásica malparada, mientras todos los conceptos políticos en general se resquebrajan en un mundo en el que se generaliza la implosión social, económica e idológica, sería bastante ingenuo escribir en nombre de... ¿de qué?¿Del maoísmo, quizás?¿Del Quebracho?¿Del socialismo según Leire Pajín?¿De los ex del PDNI? En líneas generales, cualquier escrito que pretenda contener un mínimo contenido filosófico, necesita de alguna forma de distanciamiento, a fin de cuestionar lo que las consignas y la grandilocuencia suelen dar por sentado.

Es de agradecer que Rafael Robles se muestre, a la postre, cordialmente elogioso con el libro, cómo no. Pero desde un punto de vista puramente académico, el autor de la obra, desconcertado, se pregunta sobre la validez real del análisis cuando quien lo escribe parece haberse limitado, de hecho, a comentar dos reseñas previas, no el contenido del libro en sí. Dice que no es un especialista, pero no se abstiene de criticar públicamente. Acepta una invitación para dar su opinión sobre las recientes elecciones en Irán en la cadena de la muy católica y conservadora Intereconomía,
pero se esfuerza en no posicionarse ni comprometerse. Y sin embargo, cuando le interesa, no se queda corto con las profecías:

"Israel infligirá en solitario -sin el consentimiento de las Naciones Unidas ni el visto bueno de Estados Unidos- a Irán en octubre de 2009 (disculpen que juegue a futurólogo). Habrá un antes y un después marcados por esta fecha que dará inicio a un nuevo capítulo de la Historia Universal"

Eso sí que es jugársela, y para nada. Si no acierta, deberemos tomárnoslo como un pegote gratuito; si da en el clavo, no quedará más remedio que preguntarse: caramba, ¿pero quién es este Rafael Robles, en realidad?

domingo, 16 de agosto de 2009

Polémicos: "low cost"



















El gran símbolo internacional del fenómeno "low cost" es, ante todo, la cadena Wal Mart. En torno a ese emporio se viene desarrollando desde hace tiempo una amplia polémica sobre las condiciones de trabajo de sus empleados y hasta se ha tomado como modelo de estudio sobre los efectos sociales del "low cost" y la sociedad que ha terminado por alumbrar. En tal sentido, cabe considerar que no existe una economía del bajo coste "europea" y otra "americana": se tata de un fenómeno de esencia neoliberal extendido por todo el planeta a través de la globalización en su modelo predominante hasta 2008.






En este blog no sólo se pretende evaluar las críticas y reseñas en torno a El desequilibrio como orden, sino también buscar una continuidad polémica y documental sobre algunos asuntos tratados en el libro. Para ello, de vez en cuando, se rescatarán artículos de la prensa en red, se reseñará o dará noticia de libros aparecidos con posterioridad a la publicación de la obra (y de interés para la misma) y e incluso se apuntarán nuevas pistas o asuntos potencialmente interesantes para enmendar o añadir a El desequilibrio como orden.

Hoy se ha escogido un reportaje publicado en "El País" hace pocos días sobre el fenómeno "low cost". Llama la atención porque apunta a su cuestionamiento, una reacción nueva en ese períódico, que siempre ha tendido a reivindicar esa tendencia. Por supuesto, el asunto no se lleva más allá de las consideraciones técnicas que rodean al asunto como fenómeno económico. Si hay un eco de alcance social, se reduce a las opiniones de los sindicatos. En realidad, la pieza forma parte de una táctica habitual en "El País", como diario que presume de ser lo más "cool" en la prensa española: proyecta la imagen de cubrirse las espaldas ante lo que pueda venir, cuando, de hecho, en este caso, hace algún tiempo que el fenómeno "low cost" está siendo cuestionado y hasta denunciado, y es posible que vaya camino de su cancelación. Recuérdese que las "subprime", origen de la crisis actual, eran una manifestación más del fenómeno "low cost" (véase: El desequilibrio como orden, pags. 487-491)

También resultan de interés los comentarios de los lectores, que parecen más sensatos y enriquecedores de lo habitual, sin las salidas de tono, exabruptos, opiniones lunáticas y simples bobadas de estas secciones. Quizá ello es así por las pretensiones técnicas del reportaje.



REPORTAJE

El fenómeno 'low cost' no nos saldrá gratis

La explosión de productos y servicios de bajo coste ha democratizadoel consumo, pero tiene un precio - Los sindicatos alertan de que fomenta la precariedad y, en algunos casos, merma la innovación

"El País", Amanda Mars, 15 de agosto, 2009

Para que uno pueda comprar un billete de Madrid a Londres por 20 euros más las tasas y suplementos -a veces cero euros, incluso-; para que otro pueda colocar en su nevera un paquete de yogures de las llamadas marcas blancas entre un 18% y un 42% más baratos que otros casi idénticos, o para que pueda amueblar una casa prácticamente entera por poco más de 1.000 euros, las empresas que los venden han tenido que especializarse en cirugía fina con los costes.

Descartados el milagro y la magia como herramientas de control del gasto, ¿qué hacen las compañías para conseguir ofrecer esos precios sin arruinarse? ¿A costa de qué es posible este fenómeno, una explosión de productos y servicios a precios de derribo que han democratizado el consumo? En un momento en que no se deja de manosear la llamada "economía de valor añadido", ¿entra en contradicción el reinado del bajo coste?

"En cierto modo podría haber una contradicción con el discurso que defiende el valor añadido, porque es difícil encontrar tecnología nueva en este tipo de productos, pero no creo que conduzca a la baja calidad. Es imposible en servicios regulados, como la seguridad de las líneas aéreas, que es obligatoria, o algunos productos de alimentación: la leche pasteurizada, tendrá que ser pasteurizada", razona José García Montalvo, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).

Los críticos del modelo ponen sobre la mesa la precariedad laboral y la merma a la innovación como consecuencia del reinado de este tipo de empresas frente a las compañías tradicionales. Pero las compañías de bajo coste y algunos expertos defienden la eficiencia de sus sistemas de trabajo, sus buenos acuerdos con los proveedores, y el sobreprecio que sus competidores hasta ahora cobraban a sus clientes.

En España el concepto low cost, (bajo coste, en inglés), lo importaron las compañías de vuelos baratos. Para los consumidores son una fiesta -casi el 40% de los pasajeros en España utilizan este tipo de aerolíneas-, pero muchos de sus trabajadores echan chispas. Manuel Sánchez Rollón, secretario de Acción Sindical del Sector Aéreo de Comisiones Obreras, asegura que las "diferencias salariales son abismales" entre las aerolíneas low cost y el resto, sobre todo en su personal de tierra (handling) subcontratado o no. Ahora, los sindicatos se las están viendo con Easyjet, con la que llevan dos años para mejorar las condiciones del convenio colectivo de sus empleados. "Estas son las diferencias: un operario de Easyjet con dos años de antigüedad cobra 15.400 euros anuales, uno de Flightcare 16.166 y otro de Acciona 17.138", apunta. Los sindicatos han convocado huelgas los próximos tres sábados de agosto, a partir de hoy.

Easyjet, la aludida, defiende que su modelo de negocio no se cimienta en las condiciones de sus empleados, sino en las facilidades de Internet y en su tipo de trayectos cortos, con lo que toda su tripulación (pilotos, azafatas...) y sus aviones duermen en su casa, y se ahorran un dineral en dietas, jornada laboral y gastos de alojamiento.

La cuestión es si es suficiente para poder ofrecer miles de plazas de avión a cero euros (aunque luego haya múltiples recargos), como hace Ryanair.

No hay un solo euro de ahorro en seguridad, cuyas exigencias son iguales para todas las aerolíneas. La aerolínea irlandesa, líder en el reino del bajo coste, también descubrió que se ahorraba cientos de miles de euros al eliminar algo tan accesorio como el reposacabeza de velcro y optar por tapicería de cuero para los asientos, más fáciles de limpiar, pero las condiciones laborales de su personal también despiertan recelos.

"Tenemos la flota de aviones más nueva de Europa y los sueldos de nuestros trabajadores cobran por encima de la media, pero pueden ir a dormir a sus casas", explica la compañía, que siempre defiende también su puntualidad.

La aerolínea vuela además a aeropuertos secundarios y cuenta apoyo de las Administraciones, bajo la forma de acuerdos de marketing. El Gobierno catalán, por ejemplo, ha garantizado más de 14 millones en ayudas para el periodo 2009-2011. "Son subvenciones escondidas en contratos de publicidad; no están jugando en igualdad de condiciones", se queja Eduardo Gavilán, de la junta del Colegio Oficial de Pilotos de Aviación Comercial (COAP). Esta entidad también ha pedido al Ministerio de Trabajo y a la Agencia Tributaria que investigue la situación fiscal de varias low cost extranjeras, con bases fijas en España, a las que acusan de no pagar las cuotas a la Seguridad Social en España, lo que supone "un importante ahorro de costes que va en detrimento" de las compañías españolas que sí cumplen con las obligaciones fiscales.

La calidad del servicio también ha despertado inquietud en las organizaciones de consumidores. Rubén Sánchez, de Facua, apunta que "los abusos a los consumidores se producen en todo tipo de aerolíneas, aunque algunas compañías como Ryanair son ejemplo de cómo hacer las cosas mal. Y las autoridades lo permiten con su dejación".

La lucha por mantener la calidad, en pleno recorte de gastos, es una preocupación generalizada en todos los sectores. "El periodismo de calidad no es barato y una industria que regala su producto está canibalizando su capacidad para hacer buen periodismo", dijo hace unos días Rupert Murdoch, propietario del mayor grupo de medios de comunicación del mundo, News Corporation, para explicar por qué cobrará por el acceso a la versión digital de sus periódicos a partir de 2010.

Y es que la cultura de lo barato, incluso de lo gratis, ha puesto en apuros a múltiples sectores. En alimentación, el equivalente a los vuelos baratos son las marcas de los distribuidores -las marcas blancas, porque originariamente eran así-. Este sector, que ya supone el 30% de las ventas de los súper, también plantea sombras. Las compañías de primeras marcas tradicionales han lanzado una campaña para defender su valor añadido y sus esfuerzos en investigación.

Hasta Bruselas se ha visto obligada a actuar en la polémica. Un grupo de trabajo de alto nivel de la Comisión Europa ha recomendado realizar un estudio sobre "el efecto de las marcas de distribución en la competitividad de la industria agroalimentaria, en particular en las pequeñas y medianas empresas, y examinar las maneras de reducir, si es necesario, los desequilibrios de poder en la cadena de suministro".

Un documento de este grupo de trabajo resalta, de hecho, que los distribuidores se han convertido en competidores de la industria alimentaria, con grandes ventajas, lo que plantea "serias cuestiones de competencia".

"La ausencia del nombre del productor en el envase lleva a efectos negativos para el consumidor y la industria" y supone "falta de transparencia". Además, "tal y como le preocupa a la industria, hay un impacto para las medianas empresas que trabajan para los distribuidores y en el beneficio que resulta de la innovación", ya que "las marcas blancas pueden reducir drásticamente su poder de mercado y la posibilidad de recuperar el coste de sus inversiones en el desarrollo de productos y seguridad. Aunque también puede suponer una oportunidad para hacer crecer sus negocios".

Según un informe elaborado por profesores de la Universidad Complutense, recogido por Mercasa, los productos de marca del distribuidor permiten ahorrar entre un 18% y un 42%. Un informe de Comisiones Obreras apunta que las diferencias salariales tienen algo que ver. "Las empresas con marcas propias generan mejores condiciones sociales y económicas (de media entre un 30% y un 40%, pudiendo llegar al 71%) que las marcas de distribución o blancas", apunta Jesús Villar, secretario general de la Federación Agroalimentaria de CC OO.

"No estamos en contra de las marcas blancas, sino de sus efectos en la industria. Intuíamos que íbamos a encontrar diferencias en las condiciones laborales, pero nos ha sorprendido lo negativo de los datos", añade Villar, cuyo equipo ha comparado los convenios colectivos en seis subsectores de la alimentación.

El representante sindical opina que esta tendencia conduce a la deslocalización de la producción y reclama que éstos lleven consigo toda la información de dónde han sido producidos y envasados, una información que en el sector se llama trazabilidad.

Mercadona, la compañía con más experiencia y más éxito en la "marca de distribuidor" (para ellos, "marcas recomendadas": Hacendado, Bosque Verde, Deliplus y Compy) se distancia de muchas de esas críticas. Sus productos sí llevan la identidad del productor y aseguran que su modelo pasa por la "máxima calidad". "Se ahorra en muchas otras cosas, como eliminar todos aquellos elementos que no añaden valor al producto pero que sí lo encarecen, como los embalajes excesivos. Por ejemplo, hemos quitado la caja de cartón del gel dentífrico infantil, que no añadía ningún valor pero encarecía en cinco céntimos el producto", explica un portavoz de cadena valenciana de supermercados.

La compañía también cuestiona que exista una brecha salarial entre los empleados de unas compañías y otras, dado que un gran número de marcas populares fabrican también para marcas de distribución. ¿Tienen la misma calidad uno y otro producto?

Es difícil generalizar una respuesta aquí. "Una mermelada puede tener más fruta que otra, por ejemplo, pero en general, si la calidad que ofrece un producto o servicio de bajo coste es buena, funciona, y si no lo es, fracasa. Por eso, no todas las aerolíneas de vuelos baratos, por ejemplo, han triunfado", apunta Pedro Arizmendi, socio consultor de Ernst & Young.

Tampoco cree que el bajo coste conduzca necesariamente a una mayor precariedad laboral, lacra que puede encontrarse en grandes multinacionales, de marcas prestigiosas. De hecho, la irrupción del bajo coste ha llevado a muchas otras empresas, que quizá estaban cobrando un sobreprecio, a rediseñar sus estrategias. La reducción de los costes, además, es una obsesión para la mayor parte de las compañías, sobre todo en estos tiempos de crisis (ver gráfico).

Ikea, otra de las grandes triunfadoras en la era de los productos baratos, también se quita de encima las críticas. Ha bajado sus precios un 2% anual en España. ¿Cómo consigue que sus muebles sean baratos? Por una retahíla de medidas, entre las que cita la búsqueda de materiales asequibles, buenos acuerdos con los proveedores y el ahorro del transporte. Y también porque produce su mobiliario en fábricas de países de bajos costes laborales, si bien, asegura, están sujetos a un código de conducta basado en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y los Derechos del Trabajo, cuyo cumplimiento comprueban mediante auditorías internas y externas.

Montalvo, que ha vivido durante años en Estados Unidos, está seguro de que el bajo coste no acaba con las compañías tradicionales, ni sirve de coartada para dejar de invertir en I+D: "En Estados Unidos hay ordenadores de 250 dólares (unos 176 euros), pero Intel sigue investigando para lanzar microchips cada vez más potentes. Lo que significa es más competencia. Convivirán los dos modelos".

viernes, 7 de agosto de 2009

Estructura de plantilla, 1: Desde la voz azul













Aznar y Putin se entendían bien; quizá no tanto como éste y Berlusconi, pero en todo caso, este tipo de simpatías reflejaban la faceta liberal del mandatario ruso




Ni los intelos de la izquierda ni los de la derecha, campos políticos empeñados en posicionarse rabiosa y ubicuamente unos contra los otros en todos y cada uno de los rincones de la actualidad española, terminan de aceptar El desequilibrio como orden. sin reparos. Esto quiere decir: sin proyectar, una vez más y como loritos, sus propios y tradicionales prejuicios, con cualquier excusa. El rotativo coruñés "La Voz de Galicia", Grupo Voz, ofrecía recientemente un ejemplo de ello en su reseña sobre el libro. Dado que sólo se editó en papel, se ofrece aquí la posibilidad de extender el comentario a internet, con lo cual, es de suponer, el autor sale ganando; y la promoción del libro, también:

"También se acaba la Posguerra Fría"

La Voz de Galicia, 25 de Julio, 2009

La idea central de este libro es que tres acontecimientos del 2008 en apariencia distantes (la guerra de Georgia, las Olimpiadas de Pekín y el seísmo financiero que resquebrajó la economía mundial) pusieron fin al período que se abrió en torno a 1990 con la implosión del sistema soviético y que el autor denomina “posguerra fría”. Estuvo marcado por la hegemonía de la única superpotencia vencedora en la confrontación bipolar y por el deseo, expresado por el presidente George Bush padre, de construir un nuevo orden mundial basado en el liderazgo y las conveniencias de EE. UU. Habría concluido con la disminución del poder relativo norteamericano, la quiebra del modelo económico neoliberal, la irrupción de nuevas potencias como China, Rusia, la India o Brasil y la expansión de fuerzas como el Islam, dispuestas a hacer valer su presencia y sus intereses.

El diagnóstico no es ciertamente original. Antes bien, puede encuadrarse en una corriente de pensamiento extendida que abanderan autores como Zakaria o Khanna y que da por sentado que el imperio de las barras y estrellas se precipita al invierno de la decadencia. La novedad es que da lugar a un recuento, desusado en la literatura española por su ambición omnicomprensiva, que constituye un primer paso para fijar históricamente los rasgos del período.

Cabe hacerle tres reproches. El primero es que contiene ciertos sesgos ideológicos que llevan al autor a realizar juicios de valor, por ejemplo en relación con los Balcanes o la trayectoria de Putin, que pertenecen al reino de lo opinable. El segundo atañe a la inmediatez. Lo empuja a fijar como definitivos o trascendentales hechos que forman parte de procesos todavía vivos o que han sido matizados por otros ocurridos con posterioridad a la redacción de la obra. El principal se refiere, sin embargo, a algunas simplificaciones económicas. Conducen a contradicciones, como descalificar la globalización y no tener en cuenta que el éxito de los nuevos actores mundiales guarda una estrecha relación con su capacidad para insertarse y especializarse en ella.

O están en el origen de descripciones muy esquemáticas sobre la recesión actual. Se limitan a reproducir los análisis de moda, que la atribuyen a una deficiente regulación, sin repararen otros que, además, la ven como resultado de desajustes macroeconómicos. Nada de ello oscurece que se trata de una visión de conjunto especialmente oportuna cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro y se puede haber perdido la perspectiva de la posguerra fría que inauguró.

Leoncio González
















Berlusconi: "La Historia demostrará que Bush ha sido un grandísimo presidente", octubre de 2008

Existen varios tipos de críticas y reseñas, y en este blog se irán viendo algunos ejemplos de tal diversidad. La firmada por Leoncio González es de las compactas y breves, tanto que no se llega a intuir muy bien si el autor se leyó realmente el libro o, simplemente se limitó a elaborar un producto a medida del mensaje que el autor desea transmitir; y basta. Todo un estereotipo elaborado a base de recurrir a una plantilla que, extendida sobre el libro que sea, le facilita al crítico identificar los aspectos que se ajustan o no al dogma propio, ahorrándose enjundiosas lecturas.

La tesis central de la reseña coincide con la "idea central" que Leoncio González atribuye al libro: Veiga es uno más de esos que se meten con los norteamericanos; los hay a dar con un palo, y por ello, el libro no es nada del otro mundo. La verdad es que si El desequilibrio como orden hubiera quitado hierro al fenomenal batacazo final que se dió la administración Bush (precedido por otros desastres previos de gran calado en el terreno geoestratégico y económico); si hubiera lamentado la consiguiente derrota de McCain en las pasadas elecciones; si hubiera encontrado cabida en sus páginas la ya célebre frase laudatoria de despedida que "Il Cavaliere" le dedicó al presidente norteamericano saliente, en su último encuentro, pues sí: hubiera sido ciertamente un libro más audaz y original. Aunque quizá no tanto en el entorno de Manuel Fraga.

Pero no es ese el tipo de singularidad que perseguía el autor de El desequilibrio como orden. Lo que se buscaba, precisamente, era aquello que Leoncio González reconoce con justicia en la segunda parte de ese mismo párrafo: "Nada de ello oscurece que se trata de una visión de conjunto especialmente oportuna cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro y se puede haber perdido la perspectiva de la posguerra fría que inauguró".

Pues ese es precisamente el pollo del arroz con pollo, como dicen los cubanos. En cambio, la idea de que el libro se encuadra en toda una línea teórica que pronostica la decadencia del Imperio USA, citando nada menos que al liberal Fareed Zakaria como uno de los abanderados de tales ideas, hacen temer que González escriba de oido, como hacen muchos periodistas. Y no se haya leído con atención ni a Veiga, ni a Zakaria ni posiblemente tampoco a Parag Khanna, cuyas argumentaciones con respecto al "Segundo Mundo" son bastante más complejas de lo que deja entrever el autor de la reseña que nos ocupa.

Sí que se cita en el libro, y en varias ocasiones, a Emmanuel Todd, autor maldito entre los nostálgicos que consideran que el alineamiento mundial no ha cambiado gran cosa desde 1991, y que lo ocurrido en 2008 es pecata minuta. Leoncio González no parece haber reparado la presencia de ese autor, que sí hubiera reforzado su aserto. Sin embargo, en El desequilibrio como orden, libro de historia, se pone énfasis en describir y analizar lo sucedido, no en pronosticar. Cualquier lector puede comprobar que la obra está íntegramente redactada en pretérito, y no por casualidad.

El futuro traerá lo que sea; pero el pasado, aunque reciente, no deja lugar a dudas sobre los reiterados errores cometidos por la superpotencia americana -y sus aliados occidentales- a lo largo de veinte años. Puede que "veinte años no sean nada" para Gardel, ya en la eternidad; pero son casi un cuarto de siglo en el que están claramente fijados los rasgos del periodo 1991-2008. Ciertamente, es posible que resucitan tendencias, que se vuelva a probar con esto o aquello y se llegue a algunas soluciones con viejas fórmulas. También cabe la opción de instalarse lo más comodamente posible en el sofá esperando que regresen los "tiempos más bonitos" del periodo cerrado en 2008. Ahí está la opción personal de cada uno. Pero lo cierto es que hoy por hoy, no existe politico que pueda prometer a la ciudadanía que se logrará nada que vaya más allá de capear la crisis; y aún eso resulta bastante increíble, incluso para Obama. Y es que en los veinte largo años de la Posguerra Fría han pasado muchas cosas, tempus fugit y ya es hora de despertar de "inmediateces" que crían lustros.

Leoncio González pasa por encima del desastre que fue África, un asunto ciertamente incómodo. Pero ahí están Somalia (estado fallido ¡desde 1992!), Ruanda, Zaire-Congo; por supuesto, ahí siguen los desastres de Irak, Afganistán y Pakistán sin resolver, y con ellos Asia Central y Medio Oriente continúan prendidos por alfileres. La misma Unión Europea arrostra muchas incertidumbres políticas, heredadas de una ampliación seguramente precipitada y por ello temeraria, en 2004; y en América Latina, el resultado de la evolución política en los pasados veinte años no parece responder mucho a lo que hubieran deseado ambos Bush, padre e hijo.

Hablamos de problemas serios que llevan a sus espaldas un mínimo de cinco, seis, quince, casi veinte años. Es evidente que una buena parte de ellos no están "solucionados" o no han concluido. Pero todos forman parte, todos, de un intento de reordenar el mundo a partir de un determinado planteamiento político, que fue el que se considera vencedor en la Guerra Fría. ¿A estás alturas, se puede seguir por esa linea sin contar con la nueva hornada de potencias emergentes, que ya van más allá de BRIC? Claro: es cierto que a lo largo del siglo XX nos hemos acostumbrado demasiado a cerrar épocas en base al final de guerras de verdad, con millones de muertos y enorme devastación. En 1991 no hubo tal; en 2008, tampoco.

Posiblemente, esta mentalidad conecta bien con la que se ha implantado en España desde hace tiempo. Aquí no se da nada por concluido, aquí nadie dimite, ni renuncia. Hace algunos años, un historiador húngaro me comentó, pesaroso: "Qué bien lo han hecho ustedes en su transición, con eso de pasar página. Nosotros nunca podremos hacer tal cosa". Y sin embargo, aquí ha terminado por ocurrir lo mismo. En la segunda mitad de los setenta, se encaraba la transición con moderna mentalidad de futuro. Pero pasó el tiempo, y al final resulta que para unos, la transición concluyó en 1982, para los otros en 1996; en realidad, a este paso, seremos el país de la eterna transición. Los unos no admiten haber perdido las elecciones, los otros juran que regresarán, cueste lo que cueste. La culpa de todo no es propia, es de la puñalada por la espalda, el complot. Cualquier cosa para no dar por cerrado el periodo que sea, a pesar de la que caiga: de un modelo de estado quizá obsoleto, de la ausencia de proyectos politicos coherentes, de una crisis que recomienda unidad de acción, y no el regreso al universo bufonesco que era la política española descrita por el gallego Valle Inclán.

Pasemos al tercer reproche de Leoncio González: va de esquematismo y contradicciones, referidos a la globalización. No podía ser menos: la crisis, aduce, tiene unas complejas causas en los desajustes macroeconómicos. Interesa resaltar eso de los desajustes, que siempre se pueden volver a ajustar: el sistema sigue incólume, sólo necesita un parcheado. Porque hemos de suponer que los desajustes macroeconómicos hacen referencia al sistema capitalista, no a la economía islamista o la ex soviética. Y, por supuesto, para el autor de la reseña, la desregulación es una explicación "a la moda" (¿intervencionista, socialista?) que al parecer, no debe tenerse muy en cuenta. A pesar de que voces como la de Stiglitz vinieran clamando desde hacía años por los riesgos que se corrían ante la primera globalización financiera real de toda la historia, que incluía la libre circulación de capitales urbi et orbe. En cualquier caso, es dudoso que muchos de los pequeños y grandes inversores que han perdido buena parte de su dinero, ahorradores que se han quedado a dos velas o ancianos cuyas jubilaciones andan por ahí, de rehenes de la situación financiera, se conformen con el plumazo del señor Leoncio González (esquelética de tan esquemática) sobre los desajsutes macroglobales

Y claro está que la crisis económica actual resulta difícil de explicar, como todas las anteriores, incluyendo el referente de la Gran Depresión. En ese contexto, un relato ordenado, simple y claro, tiene mucha mayor utilidad para el lector común -que es el que paga la crisis, no lo olvidemos- que embarullamientos seudotécnicos cuyo objetivo es, muchas veces, muy sencillito: disculpar al sistema. Si no fuera así, cuesta comprender el éxito arrollador de
Leopoldo Abadía y su esquemática pero eficaz explicación de la "crisis Ninja". En realidad, lo que buscan los expertos desde hace meses son, precisamente, las fórmulas genialmente sencillas para encontrar una salida a la actual situación económica. A no ser que sean de esos ultraliberales que, a imagen y semejanza de sus abuelos en 1930, proclaman aquello de que "la solución está a la vuelta de la esquina" y sólo cabe sentarse a esperar que llegue la autorregulación mecánica.

En relación a la supuesta contradicción de que los emergentes BRIC deban su éxito al proceso de globalización, lo cual haría injusta cualquier descalificación del modelo neoliberal dominante (hay otros), tiene una fácil respuesta. ¿Acaso Brasil, Rusia, China e India están abogando por solucuiones a la crisis que continúen con la dinámica de globalización neoliberal que era la hegemónica hasta 2008? Por supuesto que todos ellos se insertaron con mayor o menor éxito en la globalización. Pero Rusia había renunciado a las recetas neoliberales ya en 1998; China ni siquiera tiene un régimen liberal democrático; en Brasil, Lula Da Silva no es tampoco un émulo de Bush. La India, hasta cierto punto, es la excepción que confirma la regla. Pero aparte de la heterogeneidad de sus regímenes políticos y sistemas económicos -no siempre acordes con los modelos occidentales- los BRIC tienen en común una cosa: su despegue se produjo en paralelo al gradual agostamiento de la globalización neoliberal. Y ahora, qué paradójico, las potencias occidentales esperan de ellas que sean factor decisivo en la recuperación de la crisis. Una situación que parece muy distante de la que se consideraba desde el triunfante Occdiente en 1990.

Para concluir, más de lo mismo: el periodista se refiere a "ciertos sesgos ideológicos que llevan al autor a realizar juicios de valor, por ejemplo en relación con los Balcanes o la trayectoria de Putin, que pertenecen al reino de lo opinable". En sentido estricto, esto no pasa de ser una tautología, y como tal, es desdeñable a efectos de crítica. Entendámonos: descalificar varios capítulos del libro, precisamente los más documentados y fruto de la experiencia del autor, incluyéndolos en el "reino de lo opinable" no pasa de ser, en sí misma, una opinión; pero muchísimo más sintética. Tanto, que pertenece al municipio de lo opinable. La referencia a los "sesgos ideológicos", no se entiende muy bien, aunque desde la voz azul podría hacer referencia a pretendidas implicaciones del autor de El desequilibrio como orden con el oro de Moscú o mitos por el estilo. ¿Se trata de una broma? En cualquier caso, suele decirse que la memoria periodística es la de un niño de cinco año; en este país, quizá menos. ¿Es que ya nadie recuerda la amistad y hasta complicidad que unía a Putin con Aznar? Fue por entonces cuando se privatizó REPSOL, adquiriendola mayoría de acciones de la argentina YPF y convirtiéndose en multinacional. Si, es misma REPSOL que, hace pocos meses, los mismos populares declararon de interés estratégico nacional cuando la rusa LUKoil pretendió adquirir
el 30% de sus acciones. Eso sí que es una contradicción; y de las buenas