sábado, 29 de agosto de 2009

Estructura de plantilla, 2: desde aquellos tiempos













Las estadísticas indican que los miembros de la nueva clase media china, la mayoría de los cuales nunca habían tenido automóvil, desean uno nuevo y de la mejor calidad. La luz verde para la carrera mundial hacia en el ingreso en la clase media ha sido uno de los alicientes sociales más poderosos del periodo histórico 1991-2008, aunque los problemas derivados de ello hayan sido a veces muy traumáticos. Hay decenas de estudios y análisis sobre las nuevas clases medias en las potencias emergentes.


Recuerdo que la lectura del amago de reseña que desarrolla Rafael Robles en su blog, hace ya unas cuantas semanas, tuvo el benéfico efecto de trasladarme durante unos momentos a aquellos lejanos tiempos en que cursaba primero de facultad. Por entonces, apenas muerto Franco, nos situábamos en las aulas en base a una disposición de campo político tan dogmática como la práctica de la ideología que cada grupito reclamaba para sí. Hacia el fondo, campaban por sus respetos los ácratas y contraculturales en general. Luego se situaban los troskos. Más hacia el centro, los del PSUC; entre ambos, los maoístas. Los conservadores iban en primera fila, para escuchar mejor al profe. Y luego, el inquietante grupo de los que no parecían comulgar con nada, aunque a veces dejaban traslucir que su nicho ecológico en el aula podía estar relacionado con la práctica del ligue, el comercio de apuntes o la tendencia a llegar tarde. Quizá eran los verdaderos contraculturales.

Desde entonces, no recuerdo que ninguno de mis compañeros de promoción se hubiera convertido en revolucionario o teórico mínimamente relevante de la izquierda política, en cualquier intensidad del rojo. Excepción hecha, supongo, de los que hacen la revolución a golpe de tecla galopando su caballo cuatralbo por las inmensas estepas de internet. Pero ni aún así me vienen a la cabeza nombres destacados.

En aquellas épocas, nos inculcaban -y autoinculcábamos- la correcta aplicación de la plantilla en la tarea de calificar textos, discursos y opiniones. Tengo para mí que el modelo último que se escondía en algunas cabezas eran Los principios fundamentales del materialismo histórico de Marta Harnecker, con su estructura catequística. Pero esto nadie lo decía en voz alta, claro está (¿acaso alguien se había leído realmente Hacia la estación Finlandia, de Lenin, como había recomendado el profesor?). Tampoco nadie osaba reconocer que la estructura de la plantilla permitía ahorrar mucho tiempo y esfuerzo en las críticas. "Mira si el autor encaja aquí o allí, observa si critica o no esto o lo otro, y ya está. En un plis plas tienes la radiografía y te ahorras leer todo el ladrillo".

Dado que algunos terminamos en la docencia, destino casi obligado del historiador, supongo que hubo colegas que retuvieron durante algún tiempo el recurso a la plantilla ideológica en su práctica docente. Pero por regla general, al menos en mi promoción, y en la docencia universitaria, el sarampión, si se le puede llamar así, fue cosa de los dos primeros cursos. La mayoría nos dimos cuenta con rapidez, de que la realidad es siempre más compleja.















Hasta ahora, las reseñas sobre El desequilibrio como orden han olvidado mencionar completamente el genocidio de Ruanda, uno de los cuatro o cinco más importantes del siglo XX, que acaeció en pleno periodo aúreo de la televisión y las ONG. Ocupa más de un capítulo del libro. La implicación del entonces presidente François Mitterrand en los hechos y la perfecta inactividad occidental ante el holocausto, demuestran una vez más que el recurso a la crítica acerva de determinados líderes políticos como chivos expiatorios, puede ser un cortina de humo para culpas más colectivas, demasiado colectivas.



Aún así, recuerdo algunas jocosas anécdotas, ya como académico adulto, hecho y derecho. Por ejemplo, el fiero debate entre un miembro del tribunal y el opositor a profesor titular, Universidad Autónoma de Madrid, hace algunos años, no muchos; y justamente por estas fechas. Asunto del rifirrafe: quién era más marxista, el uno o el otro. Como se pueden imaginar, silenciaré los nombres. Este tipo de escenas suelen recordarme aquella canción de Laurie Andersen, una de cuyas estrofas rezaba: “¿Quién es más macho? lightbulb o schoolbus?”. Ah, vanita vanitatis de patio de escuela: “¿Quién es más rojo?”

Han pasado los trienios de docencia, implacables y, por lo que puedo observar en las aulas de la facultad, las disposiciones por color político se han convertido en un complejo patchwork. De vez en cuando hay profesiones de fe, claro está. Pero suelen venir acompañadas por las carcajadas del resto de los compañeros.

Todo eso me vino a la cabeza leyendo a Rafael Robles, con la consiguiente [son]risa floja al constatar lo que le preocupa del libro: “Diría que el autor es de tendencia socialdemócrata, lo que infiero de su crítica a Bush (suave y diplomática, eso sí) y a la economía capitalista que llevaba implícita la crisis que se explicita en los últimos meses. No me atrevería a afirmar que es de tendencia más izquierdista porque no toma partido en el asunto del imperialismo occidental ni en el de los movimientos reivindicativos sociales.”

¿Cómo puede circular por ahí un libro sin matrícula ni color? A ver: documentación, los papeles del camión. ¿Dónde está el libro de consignas?

El título del libro no es un pedante juego de palabras sobre la asignatura de Física y Química, sino que hace referencia al Nuevo Orden proclamado por el presidente George Bush, padre, en 1991. Dado que los Estados Unidos de América eran por entonces la potencia llamada a imponer tal ordenación, convenientemente ayudados por los aliados occidentales, y puesto que el objetivo era de esencia meramente hegemónica, estamos hablando de un libro cuyas 500 y pico páginas están dedicadas a describir el fallido intento de implantar una especie de continuación del clásico “imperialismo occidental”, por seguir con esa esa terminología, un tanto desfasada.

El libro no tiene vocación de panfleto: es un análisis prolijo sobre la forma en que fracasa ese Nuevo Orden. Como experiencia histórica, fue claramente negativa y no parece que resulte conveniente continuar por ese camino. Al parecer eso no es un compromiso suficiente, por comparación con los esquemas utilizados por la historiografía de manual para explicar la historia social en los siglos XIX y parte del XX, repetidos y adaptados a nuestra época actual. Pero tales estereotipos sólo sirven para recrearse a sí mismos y ser transmitidos a las jóvenes generaciones en las aulas, sin mayores preocupaciones y al margen de que reflejen o no la realidad. Lo importante es el esquema, fácilmente inteligible y asimilable; y la plantilla para corrgir las desviaciones.














La "Revolucion de las rosas", Georgia, noviembre de 2003. La épica nacionalista, normalmente asociada a la derecha política (a veces a la ultraderecha) tuvo un protagonismo tal, entre 1991 y 2006, que desplazó las acciones de una izquierda radical, a veces contundente en sus acciones, pero muy dispersa ideológica y organizativamente.


La implantación de un Nuevo Orden a escala internacional no fue un mero juego estratégico entre grandes potencias. Conllevaba una transformación socio-económica a gran escala, lo cual era el objetivo real de la globalización de modelo neoliberal. Debería acarrear importantes transformaciones sociales que se intentaron, en efecto, con la aquiescencia entusiasta de amplios sectores de la población mundial. Muy en especial en lo referido a promesa implícita de extender el estatus de clase media por los cinco continentes. Eso fue una jugada muy fuerte que llegó todos los rincones del planeta aderezada con toda una cultura del consumo, la exaltación del individualismo y el "arte de la vida", tal como queda diseccionado en la última obra de Zygmunt Bauman. En El desequilibrio como orden hay bastantes páginas dedicadas de forma directa e indirecta a esa cuestión, que al final contribuyó a desencadenar la crisis de 2008; pero también podría llevar impulso suficiente para generar recuperaciones transitorias.

Un capítulo entero del libro está centrado a las implicaciones que tuvo todo ello en el fenómeno migratorio, algo que se le pasa por alto a Rafael Robles. Por lo visto, tampoco merece la más mínima atención la tendencia a desmontar el estado del bienestar y el impacto de la externalización empresarial, que se impuso ampliamente incluso a escala estatal. Eso son dos capítulos enteros del libro.

La izquierda no logró evitar, ni siquiera corregir estas tendencias de matriz neoliberal. Y es que se trataba de una izquierda a veces muy centrada en el espectáculo mediático, algo que a la postre demostró poca capacidad de movilización real y continuada; eso en un tiempo de enormes medios para lograrlo.

Así que el periodo 1991-2008 ha estado dominado por una derecha que se creyó triunfante, ante una izquierda socialdemócrata cómplice o domesticada, y una izquierda radical dispersa y desconcertada. Recordemos, en Europa, el fenómeno del transfuguismo hacia los partidos socialistas. Eso, al menos, en Occidente: en Asia la complejidad política de lo ocurrido es mucho mayor, sin que quede muy claro que se puedan aplicar cándidamente los estereotipos occidentales de lo que es izquierda y derecha; y sin que, esto es importante, les importe mucho a los mismos asiáticos. Y en América Latina, el auge de la nueva izquierda (si se puede hablar de ello) es muy reciente y veremos en qué acaba; excepción hecha del EZLN, del que, por cierto, se habla también en El desequilibrio como orden.

Como contraste, en ese mismo periodo de 1991 a 2008 tuvieron mayor repercusión los movimientos reivindicativos sociales… nacionalistas y de derechas. Tales fueron, por ejemplo las “revoluciones de colores”, inspiradas en las revueltas de 1989-1990 en Europa oriental, que tampoco fueron, precisamente, de tono izquierdista.

A otra escala, la izquierda, en todos los tonos del rosa pálido al rojo chillón, se implicó más allá de lo que debiera en el multiforme movimiento de las ONG. Es cierto que hubo organizaciones bienintencionadas y muy eficientes. Pero el problema no estaba en la efectividad de un porcentaje mayor o menor de esa maraña, sino en su significado político: responsables ante sus financiadores –no ante los ciudadanos- formaban parte integral de la nueva filosofía política y socioeconómica que acompañaba al auge del neoliberalismo global.





















En los últimos años han menudeado las críticas contra la proliferación de ONGs en los noventa del siglo pasado, aunque más por sus carencias o imperfecciones que en lo relativo al trasfondo político que conllevaba el fenómeno. Portada del libro del veterano cooperante Jordi Raich sobre la "especie solidaria", éxito de ventas en 2004.




Luis Buñuel, al que le repateaba la caridad del señorito, se hubiera sentido desconcertado (por decirlo suavemente) ante el tinglado de las ONG y sobre todo, por la importante cantidad de soidisant izquierdistas que en sus filas pasaron de ser “militantes” a “voluntarios”, entendidos éstos como un colaboradores desinteresados cuyo idealismo personal bastaba para compensar un magro sueldo. Y cuya opinión política quedaba relegada a favor de los criterios de eficacia técnica y rigor profesional. Esto ayuda a explicar cómo las ONG fueron excelentes plataformas para saltar de la izquierda radical al neconservadurismo de postín, a la manera de Bernard Kouchner, gran símbolo de una actitud muy extendida.

Tan extendida y a tales niveles que de hecho llegó a ser consustancial con el despegue histórico de BRIC, las potencias emergentes. Ahí está el caso del visionario sociólogo Fernando Henrique Cardoso, hijo y nieto de generales pero de ideología socialista y miembro fundador del más influyente grupo de estudios marxistas del Brasil: presidente a partir de 1994, impulsó una política abiertamente neoliberal que está en la base del despegue económico hoy presidido por Lula Da Silva. En la India: ahí tenemos a Indira Gandhi, pero sobre todo a Rajiv Gandhi, comenzando a desmontar el modelo instituido por Nehru, netamente socialista, inspirado en el que había aplicado el laborismo británico. Qué decir de Yeltsin, ex miembro del Buró político del PCUS, y posteriormente padrino de Yegor Gaidar y sus recetas del neoliberalismo más duro. En cuanto a China, es todo un subcontinente el que está llevando a cabo una transición de lo más desconcertante, a base de compaginar dos sistemas, uno de los cuales no es precisamente muy de izquierdas. Y por cierto que estas evoluciones, con sus componentes socio-económicos y políticos están explicadas en El desequilibrio como orden.

Pero estos asuntos poseen un contenido altamente polémico y, sobre todo, políticamente incorrecto, que da pereza debatir en nuestros días. Lo rehúye la derecha que sueña con el pronto regreso de los felices años de las Posguerra Fría. Y le incomodan a la izquierda un tanto "low cost", de logotipo y ratos libres, que no apostaría, es de temer, por la implantación de regímenes políticos realmente igualitarios, con las incomodidades personales que supondrían.

Por último, Rafael Robles se saca de la manga una nueva definición de ensayo: para que una obra sea definida así, asevera, debe estar identificada con la izquierda o con la derecha. Al parecer, no vale que el autor del presunto ensayo se decante hacia el islamismo, el indigenismo, el comunitarismo filosófico o el conductismo, entre otras miles de posibilidades. No: todo debe quedarse en izquierda y derecha, clasificación que, nos tememos, se reduce, en la consideración de Rafael Robles, a las limitadas ofertas
del abanico político español no virtual. Queda desestimada la definición del DRAE, queda desautorizado Montaigne, que tuvo la mala fortuna de nacer cuatro siglos antes; el Ensayo sobre el principio de la población de Malthus debe tener un título equivocado (¿dónde se ha visto un ensayo sobre asunto más apolítico?). Y no digamos el Ensayo sobre la síntesis de la forma, de Christopher Alexander y la numerosa retahíla de ensayos sobre cuestiones artísticas o puramente filosóficas. En consecuencia, aseverar que la ausencia de compromiso político claro es característica sine qua non del ensayo, es un tipo de falacia filosófica denominada: "dilema falso".

Así que El desequilibrio como orden circula por las librerías y bibliotecas sin matrícula política, qué le vamos a hacer. Por otra parte, hubiera sido una ingenuidad envejecerlo antes de tiempo con profesiones de fe: en un libro en que se intenta describir cómo fracasa una opción de derecha neoliberal sobre una izquierda clásica malparada, mientras todos los conceptos políticos en general se resquebrajan en un mundo en el que se generaliza la implosión social, económica e idológica, sería bastante ingenuo escribir en nombre de... ¿de qué?¿Del maoísmo, quizás?¿Del Quebracho?¿Del socialismo según Leire Pajín?¿De los ex del PDNI? En líneas generales, cualquier escrito que pretenda contener un mínimo contenido filosófico, necesita de alguna forma de distanciamiento, a fin de cuestionar lo que las consignas y la grandilocuencia suelen dar por sentado.

Es de agradecer que Rafael Robles se muestre, a la postre, cordialmente elogioso con el libro, cómo no. Pero desde un punto de vista puramente académico, el autor de la obra, desconcertado, se pregunta sobre la validez real del análisis cuando quien lo escribe parece haberse limitado, de hecho, a comentar dos reseñas previas, no el contenido del libro en sí. Dice que no es un especialista, pero no se abstiene de criticar públicamente. Acepta una invitación para dar su opinión sobre las recientes elecciones en Irán en la cadena de la muy católica y conservadora Intereconomía,
pero se esfuerza en no posicionarse ni comprometerse. Y sin embargo, cuando le interesa, no se queda corto con las profecías:

"Israel infligirá en solitario -sin el consentimiento de las Naciones Unidas ni el visto bueno de Estados Unidos- a Irán en octubre de 2009 (disculpen que juegue a futurólogo). Habrá un antes y un después marcados por esta fecha que dará inicio a un nuevo capítulo de la Historia Universal"

Eso sí que es jugársela, y para nada. Si no acierta, deberemos tomárnoslo como un pegote gratuito; si da en el clavo, no quedará más remedio que preguntarse: caramba, ¿pero quién es este Rafael Robles, en realidad?