Aznar y Putin se entendían bien; quizá no tanto como éste y Berlusconi, pero en todo caso, este tipo de simpatías reflejaban la faceta liberal del mandatario ruso
Ni los intelos de la izquierda ni los de la derecha, campos políticos empeñados en posicionarse rabiosa y ubicuamente unos contra los otros en todos y cada uno de los rincones de la actualidad española, terminan de aceptar El desequilibrio como orden. sin reparos. Esto quiere decir: sin proyectar, una vez más y como loritos, sus propios y tradicionales prejuicios, con cualquier excusa. El rotativo coruñés "La Voz de Galicia", Grupo Voz, ofrecía recientemente un ejemplo de ello en su reseña sobre el libro. Dado que sólo se editó en papel, se ofrece aquí la posibilidad de extender el comentario a internet, con lo cual, es de suponer, el autor sale ganando; y la promoción del libro, también:
"También se acaba la Posguerra Fría"
La Voz de Galicia, 25 de Julio, 2009
La idea central de este libro es que tres acontecimientos del 2008 en apariencia distantes (la guerra de Georgia, las Olimpiadas de Pekín y el seísmo financiero que resquebrajó la economía mundial) pusieron fin al período que se abrió en torno a 1990 con la implosión del sistema soviético y que el autor denomina “posguerra fría”. Estuvo marcado por la hegemonía de la única superpotencia vencedora en la confrontación bipolar y por el deseo, expresado por el presidente George Bush padre, de construir un nuevo orden mundial basado en el liderazgo y las conveniencias de EE. UU. Habría concluido con la disminución del poder relativo norteamericano, la quiebra del modelo económico neoliberal, la irrupción de nuevas potencias como China, Rusia, la India o Brasil y la expansión de fuerzas como el Islam, dispuestas a hacer valer su presencia y sus intereses.
El diagnóstico no es ciertamente original. Antes bien, puede encuadrarse en una corriente de pensamiento extendida que abanderan autores como Zakaria o Khanna y que da por sentado que el imperio de las barras y estrellas se precipita al invierno de la decadencia. La novedad es que da lugar a un recuento, desusado en la literatura española por su ambición omnicomprensiva, que constituye un primer paso para fijar históricamente los rasgos del período.
Cabe hacerle tres reproches. El primero es que contiene ciertos sesgos ideológicos que llevan al autor a realizar juicios de valor, por ejemplo en relación con los Balcanes o la trayectoria de Putin, que pertenecen al reino de lo opinable. El segundo atañe a la inmediatez. Lo empuja a fijar como definitivos o trascendentales hechos que forman parte de procesos todavía vivos o que han sido matizados por otros ocurridos con posterioridad a la redacción de la obra. El principal se refiere, sin embargo, a algunas simplificaciones económicas. Conducen a contradicciones, como descalificar la globalización y no tener en cuenta que el éxito de los nuevos actores mundiales guarda una estrecha relación con su capacidad para insertarse y especializarse en ella.
O están en el origen de descripciones muy esquemáticas sobre la recesión actual. Se limitan a reproducir los análisis de moda, que la atribuyen a una deficiente regulación, sin repararen otros que, además, la ven como resultado de desajustes macroeconómicos. Nada de ello oscurece que se trata de una visión de conjunto especialmente oportuna cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro y se puede haber perdido la perspectiva de la posguerra fría que inauguró.
Leoncio González
Berlusconi: "La Historia demostrará que Bush ha sido un grandísimo presidente", octubre de 2008
Existen varios tipos de críticas y reseñas, y en este blog se irán viendo algunos ejemplos de tal diversidad. La firmada por Leoncio González es de las compactas y breves, tanto que no se llega a intuir muy bien si el autor se leyó realmente el libro o, simplemente se limitó a elaborar un producto a medida del mensaje que el autor desea transmitir; y basta. Todo un estereotipo elaborado a base de recurrir a una plantilla que, extendida sobre el libro que sea, le facilita al crítico identificar los aspectos que se ajustan o no al dogma propio, ahorrándose enjundiosas lecturas.
La tesis central de la reseña coincide con la "idea central" que Leoncio González atribuye al libro: Veiga es uno más de esos que se meten con los norteamericanos; los hay a dar con un palo, y por ello, el libro no es nada del otro mundo. La verdad es que si El desequilibrio como orden hubiera quitado hierro al fenomenal batacazo final que se dió la administración Bush (precedido por otros desastres previos de gran calado en el terreno geoestratégico y económico); si hubiera lamentado la consiguiente derrota de McCain en las pasadas elecciones; si hubiera encontrado cabida en sus páginas la ya célebre frase laudatoria de despedida que "Il Cavaliere" le dedicó al presidente norteamericano saliente, en su último encuentro, pues sí: hubiera sido ciertamente un libro más audaz y original. Aunque quizá no tanto en el entorno de Manuel Fraga.
Pero no es ese el tipo de singularidad que perseguía el autor de El desequilibrio como orden. Lo que se buscaba, precisamente, era aquello que Leoncio González reconoce con justicia en la segunda parte de ese mismo párrafo: "Nada de ello oscurece que se trata de una visión de conjunto especialmente oportuna cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro y se puede haber perdido la perspectiva de la posguerra fría que inauguró".
Pues ese es precisamente el pollo del arroz con pollo, como dicen los cubanos. En cambio, la idea de que el libro se encuadra en toda una línea teórica que pronostica la decadencia del Imperio USA, citando nada menos que al liberal Fareed Zakaria como uno de los abanderados de tales ideas, hacen temer que González escriba de oido, como hacen muchos periodistas. Y no se haya leído con atención ni a Veiga, ni a Zakaria ni posiblemente tampoco a Parag Khanna, cuyas argumentaciones con respecto al "Segundo Mundo" son bastante más complejas de lo que deja entrever el autor de la reseña que nos ocupa.
Sí que se cita en el libro, y en varias ocasiones, a Emmanuel Todd, autor maldito entre los nostálgicos que consideran que el alineamiento mundial no ha cambiado gran cosa desde 1991, y que lo ocurrido en 2008 es pecata minuta. Leoncio González no parece haber reparado la presencia de ese autor, que sí hubiera reforzado su aserto. Sin embargo, en El desequilibrio como orden, libro de historia, se pone énfasis en describir y analizar lo sucedido, no en pronosticar. Cualquier lector puede comprobar que la obra está íntegramente redactada en pretérito, y no por casualidad.
El futuro traerá lo que sea; pero el pasado, aunque reciente, no deja lugar a dudas sobre los reiterados errores cometidos por la superpotencia americana -y sus aliados occidentales- a lo largo de veinte años. Puede que "veinte años no sean nada" para Gardel, ya en la eternidad; pero son casi un cuarto de siglo en el que están claramente fijados los rasgos del periodo 1991-2008. Ciertamente, es posible que resucitan tendencias, que se vuelva a probar con esto o aquello y se llegue a algunas soluciones con viejas fórmulas. También cabe la opción de instalarse lo más comodamente posible en el sofá esperando que regresen los "tiempos más bonitos" del periodo cerrado en 2008. Ahí está la opción personal de cada uno. Pero lo cierto es que hoy por hoy, no existe politico que pueda prometer a la ciudadanía que se logrará nada que vaya más allá de capear la crisis; y aún eso resulta bastante increíble, incluso para Obama. Y es que en los veinte largo años de la Posguerra Fría han pasado muchas cosas, tempus fugit y ya es hora de despertar de "inmediateces" que crían lustros.
Leoncio González pasa por encima del desastre que fue África, un asunto ciertamente incómodo. Pero ahí están Somalia (estado fallido ¡desde 1992!), Ruanda, Zaire-Congo; por supuesto, ahí siguen los desastres de Irak, Afganistán y Pakistán sin resolver, y con ellos Asia Central y Medio Oriente continúan prendidos por alfileres. La misma Unión Europea arrostra muchas incertidumbres políticas, heredadas de una ampliación seguramente precipitada y por ello temeraria, en 2004; y en América Latina, el resultado de la evolución política en los pasados veinte años no parece responder mucho a lo que hubieran deseado ambos Bush, padre e hijo.
Hablamos de problemas serios que llevan a sus espaldas un mínimo de cinco, seis, quince, casi veinte años. Es evidente que una buena parte de ellos no están "solucionados" o no han concluido. Pero todos forman parte, todos, de un intento de reordenar el mundo a partir de un determinado planteamiento político, que fue el que se considera vencedor en la Guerra Fría. ¿A estás alturas, se puede seguir por esa linea sin contar con la nueva hornada de potencias emergentes, que ya van más allá de BRIC? Claro: es cierto que a lo largo del siglo XX nos hemos acostumbrado demasiado a cerrar épocas en base al final de guerras de verdad, con millones de muertos y enorme devastación. En 1991 no hubo tal; en 2008, tampoco.
Posiblemente, esta mentalidad conecta bien con la que se ha implantado en España desde hace tiempo. Aquí no se da nada por concluido, aquí nadie dimite, ni renuncia. Hace algunos años, un historiador húngaro me comentó, pesaroso: "Qué bien lo han hecho ustedes en su transición, con eso de pasar página. Nosotros nunca podremos hacer tal cosa". Y sin embargo, aquí ha terminado por ocurrir lo mismo. En la segunda mitad de los setenta, se encaraba la transición con moderna mentalidad de futuro. Pero pasó el tiempo, y al final resulta que para unos, la transición concluyó en 1982, para los otros en 1996; en realidad, a este paso, seremos el país de la eterna transición. Los unos no admiten haber perdido las elecciones, los otros juran que regresarán, cueste lo que cueste. La culpa de todo no es propia, es de la puñalada por la espalda, el complot. Cualquier cosa para no dar por cerrado el periodo que sea, a pesar de la que caiga: de un modelo de estado quizá obsoleto, de la ausencia de proyectos politicos coherentes, de una crisis que recomienda unidad de acción, y no el regreso al universo bufonesco que era la política española descrita por el gallego Valle Inclán.
Pasemos al tercer reproche de Leoncio González: va de esquematismo y contradicciones, referidos a la globalización. No podía ser menos: la crisis, aduce, tiene unas complejas causas en los desajustes macroeconómicos. Interesa resaltar eso de los desajustes, que siempre se pueden volver a ajustar: el sistema sigue incólume, sólo necesita un parcheado. Porque hemos de suponer que los desajustes macroeconómicos hacen referencia al sistema capitalista, no a la economía islamista o la ex soviética. Y, por supuesto, para el autor de la reseña, la desregulación es una explicación "a la moda" (¿intervencionista, socialista?) que al parecer, no debe tenerse muy en cuenta. A pesar de que voces como la de Stiglitz vinieran clamando desde hacía años por los riesgos que se corrían ante la primera globalización financiera real de toda la historia, que incluía la libre circulación de capitales urbi et orbe. En cualquier caso, es dudoso que muchos de los pequeños y grandes inversores que han perdido buena parte de su dinero, ahorradores que se han quedado a dos velas o ancianos cuyas jubilaciones andan por ahí, de rehenes de la situación financiera, se conformen con el plumazo del señor Leoncio González (esquelética de tan esquemática) sobre los desajsutes macroglobales
Y claro está que la crisis económica actual resulta difícil de explicar, como todas las anteriores, incluyendo el referente de la Gran Depresión. En ese contexto, un relato ordenado, simple y claro, tiene mucha mayor utilidad para el lector común -que es el que paga la crisis, no lo olvidemos- que embarullamientos seudotécnicos cuyo objetivo es, muchas veces, muy sencillito: disculpar al sistema. Si no fuera así, cuesta comprender el éxito arrollador de Leopoldo Abadía y su esquemática pero eficaz explicación de la "crisis Ninja". En realidad, lo que buscan los expertos desde hace meses son, precisamente, las fórmulas genialmente sencillas para encontrar una salida a la actual situación económica. A no ser que sean de esos ultraliberales que, a imagen y semejanza de sus abuelos en 1930, proclaman aquello de que "la solución está a la vuelta de la esquina" y sólo cabe sentarse a esperar que llegue la autorregulación mecánica.
En relación a la supuesta contradicción de que los emergentes BRIC deban su éxito al proceso de globalización, lo cual haría injusta cualquier descalificación del modelo neoliberal dominante (hay otros), tiene una fácil respuesta. ¿Acaso Brasil, Rusia, China e India están abogando por solucuiones a la crisis que continúen con la dinámica de globalización neoliberal que era la hegemónica hasta 2008? Por supuesto que todos ellos se insertaron con mayor o menor éxito en la globalización. Pero Rusia había renunciado a las recetas neoliberales ya en 1998; China ni siquiera tiene un régimen liberal democrático; en Brasil, Lula Da Silva no es tampoco un émulo de Bush. La India, hasta cierto punto, es la excepción que confirma la regla. Pero aparte de la heterogeneidad de sus regímenes políticos y sistemas económicos -no siempre acordes con los modelos occidentales- los BRIC tienen en común una cosa: su despegue se produjo en paralelo al gradual agostamiento de la globalización neoliberal. Y ahora, qué paradójico, las potencias occidentales esperan de ellas que sean factor decisivo en la recuperación de la crisis. Una situación que parece muy distante de la que se consideraba desde el triunfante Occdiente en 1990.
Para concluir, más de lo mismo: el periodista se refiere a "ciertos sesgos ideológicos que llevan al autor a realizar juicios de valor, por ejemplo en relación con los Balcanes o la trayectoria de Putin, que pertenecen al reino de lo opinable". En sentido estricto, esto no pasa de ser una tautología, y como tal, es desdeñable a efectos de crítica. Entendámonos: descalificar varios capítulos del libro, precisamente los más documentados y fruto de la experiencia del autor, incluyéndolos en el "reino de lo opinable" no pasa de ser, en sí misma, una opinión; pero muchísimo más sintética. Tanto, que pertenece al municipio de lo opinable. La referencia a los "sesgos ideológicos", no se entiende muy bien, aunque desde la voz azul podría hacer referencia a pretendidas implicaciones del autor de El desequilibrio como orden con el oro de Moscú o mitos por el estilo. ¿Se trata de una broma? En cualquier caso, suele decirse que la memoria periodística es la de un niño de cinco año; en este país, quizá menos. ¿Es que ya nadie recuerda la amistad y hasta complicidad que unía a Putin con Aznar? Fue por entonces cuando se privatizó REPSOL, adquiriendola mayoría de acciones de la argentina YPF y convirtiéndose en multinacional. Si, es misma REPSOL que, hace pocos meses, los mismos populares declararon de interés estratégico nacional cuando la rusa LUKoil pretendió adquirir el 30% de sus acciones. Eso sí que es una contradicción; y de las buenas
"También se acaba la Posguerra Fría"
La Voz de Galicia, 25 de Julio, 2009
La idea central de este libro es que tres acontecimientos del 2008 en apariencia distantes (la guerra de Georgia, las Olimpiadas de Pekín y el seísmo financiero que resquebrajó la economía mundial) pusieron fin al período que se abrió en torno a 1990 con la implosión del sistema soviético y que el autor denomina “posguerra fría”. Estuvo marcado por la hegemonía de la única superpotencia vencedora en la confrontación bipolar y por el deseo, expresado por el presidente George Bush padre, de construir un nuevo orden mundial basado en el liderazgo y las conveniencias de EE. UU. Habría concluido con la disminución del poder relativo norteamericano, la quiebra del modelo económico neoliberal, la irrupción de nuevas potencias como China, Rusia, la India o Brasil y la expansión de fuerzas como el Islam, dispuestas a hacer valer su presencia y sus intereses.
El diagnóstico no es ciertamente original. Antes bien, puede encuadrarse en una corriente de pensamiento extendida que abanderan autores como Zakaria o Khanna y que da por sentado que el imperio de las barras y estrellas se precipita al invierno de la decadencia. La novedad es que da lugar a un recuento, desusado en la literatura española por su ambición omnicomprensiva, que constituye un primer paso para fijar históricamente los rasgos del período.
Cabe hacerle tres reproches. El primero es que contiene ciertos sesgos ideológicos que llevan al autor a realizar juicios de valor, por ejemplo en relación con los Balcanes o la trayectoria de Putin, que pertenecen al reino de lo opinable. El segundo atañe a la inmediatez. Lo empuja a fijar como definitivos o trascendentales hechos que forman parte de procesos todavía vivos o que han sido matizados por otros ocurridos con posterioridad a la redacción de la obra. El principal se refiere, sin embargo, a algunas simplificaciones económicas. Conducen a contradicciones, como descalificar la globalización y no tener en cuenta que el éxito de los nuevos actores mundiales guarda una estrecha relación con su capacidad para insertarse y especializarse en ella.
O están en el origen de descripciones muy esquemáticas sobre la recesión actual. Se limitan a reproducir los análisis de moda, que la atribuyen a una deficiente regulación, sin repararen otros que, además, la ven como resultado de desajustes macroeconómicos. Nada de ello oscurece que se trata de una visión de conjunto especialmente oportuna cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro y se puede haber perdido la perspectiva de la posguerra fría que inauguró.
Leoncio González
Berlusconi: "La Historia demostrará que Bush ha sido un grandísimo presidente", octubre de 2008
Existen varios tipos de críticas y reseñas, y en este blog se irán viendo algunos ejemplos de tal diversidad. La firmada por Leoncio González es de las compactas y breves, tanto que no se llega a intuir muy bien si el autor se leyó realmente el libro o, simplemente se limitó a elaborar un producto a medida del mensaje que el autor desea transmitir; y basta. Todo un estereotipo elaborado a base de recurrir a una plantilla que, extendida sobre el libro que sea, le facilita al crítico identificar los aspectos que se ajustan o no al dogma propio, ahorrándose enjundiosas lecturas.
La tesis central de la reseña coincide con la "idea central" que Leoncio González atribuye al libro: Veiga es uno más de esos que se meten con los norteamericanos; los hay a dar con un palo, y por ello, el libro no es nada del otro mundo. La verdad es que si El desequilibrio como orden hubiera quitado hierro al fenomenal batacazo final que se dió la administración Bush (precedido por otros desastres previos de gran calado en el terreno geoestratégico y económico); si hubiera lamentado la consiguiente derrota de McCain en las pasadas elecciones; si hubiera encontrado cabida en sus páginas la ya célebre frase laudatoria de despedida que "Il Cavaliere" le dedicó al presidente norteamericano saliente, en su último encuentro, pues sí: hubiera sido ciertamente un libro más audaz y original. Aunque quizá no tanto en el entorno de Manuel Fraga.
Pero no es ese el tipo de singularidad que perseguía el autor de El desequilibrio como orden. Lo que se buscaba, precisamente, era aquello que Leoncio González reconoce con justicia en la segunda parte de ese mismo párrafo: "Nada de ello oscurece que se trata de una visión de conjunto especialmente oportuna cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro y se puede haber perdido la perspectiva de la posguerra fría que inauguró".
Pues ese es precisamente el pollo del arroz con pollo, como dicen los cubanos. En cambio, la idea de que el libro se encuadra en toda una línea teórica que pronostica la decadencia del Imperio USA, citando nada menos que al liberal Fareed Zakaria como uno de los abanderados de tales ideas, hacen temer que González escriba de oido, como hacen muchos periodistas. Y no se haya leído con atención ni a Veiga, ni a Zakaria ni posiblemente tampoco a Parag Khanna, cuyas argumentaciones con respecto al "Segundo Mundo" son bastante más complejas de lo que deja entrever el autor de la reseña que nos ocupa.
Sí que se cita en el libro, y en varias ocasiones, a Emmanuel Todd, autor maldito entre los nostálgicos que consideran que el alineamiento mundial no ha cambiado gran cosa desde 1991, y que lo ocurrido en 2008 es pecata minuta. Leoncio González no parece haber reparado la presencia de ese autor, que sí hubiera reforzado su aserto. Sin embargo, en El desequilibrio como orden, libro de historia, se pone énfasis en describir y analizar lo sucedido, no en pronosticar. Cualquier lector puede comprobar que la obra está íntegramente redactada en pretérito, y no por casualidad.
El futuro traerá lo que sea; pero el pasado, aunque reciente, no deja lugar a dudas sobre los reiterados errores cometidos por la superpotencia americana -y sus aliados occidentales- a lo largo de veinte años. Puede que "veinte años no sean nada" para Gardel, ya en la eternidad; pero son casi un cuarto de siglo en el que están claramente fijados los rasgos del periodo 1991-2008. Ciertamente, es posible que resucitan tendencias, que se vuelva a probar con esto o aquello y se llegue a algunas soluciones con viejas fórmulas. También cabe la opción de instalarse lo más comodamente posible en el sofá esperando que regresen los "tiempos más bonitos" del periodo cerrado en 2008. Ahí está la opción personal de cada uno. Pero lo cierto es que hoy por hoy, no existe politico que pueda prometer a la ciudadanía que se logrará nada que vaya más allá de capear la crisis; y aún eso resulta bastante increíble, incluso para Obama. Y es que en los veinte largo años de la Posguerra Fría han pasado muchas cosas, tempus fugit y ya es hora de despertar de "inmediateces" que crían lustros.
Leoncio González pasa por encima del desastre que fue África, un asunto ciertamente incómodo. Pero ahí están Somalia (estado fallido ¡desde 1992!), Ruanda, Zaire-Congo; por supuesto, ahí siguen los desastres de Irak, Afganistán y Pakistán sin resolver, y con ellos Asia Central y Medio Oriente continúan prendidos por alfileres. La misma Unión Europea arrostra muchas incertidumbres políticas, heredadas de una ampliación seguramente precipitada y por ello temeraria, en 2004; y en América Latina, el resultado de la evolución política en los pasados veinte años no parece responder mucho a lo que hubieran deseado ambos Bush, padre e hijo.
Hablamos de problemas serios que llevan a sus espaldas un mínimo de cinco, seis, quince, casi veinte años. Es evidente que una buena parte de ellos no están "solucionados" o no han concluido. Pero todos forman parte, todos, de un intento de reordenar el mundo a partir de un determinado planteamiento político, que fue el que se considera vencedor en la Guerra Fría. ¿A estás alturas, se puede seguir por esa linea sin contar con la nueva hornada de potencias emergentes, que ya van más allá de BRIC? Claro: es cierto que a lo largo del siglo XX nos hemos acostumbrado demasiado a cerrar épocas en base al final de guerras de verdad, con millones de muertos y enorme devastación. En 1991 no hubo tal; en 2008, tampoco.
Posiblemente, esta mentalidad conecta bien con la que se ha implantado en España desde hace tiempo. Aquí no se da nada por concluido, aquí nadie dimite, ni renuncia. Hace algunos años, un historiador húngaro me comentó, pesaroso: "Qué bien lo han hecho ustedes en su transición, con eso de pasar página. Nosotros nunca podremos hacer tal cosa". Y sin embargo, aquí ha terminado por ocurrir lo mismo. En la segunda mitad de los setenta, se encaraba la transición con moderna mentalidad de futuro. Pero pasó el tiempo, y al final resulta que para unos, la transición concluyó en 1982, para los otros en 1996; en realidad, a este paso, seremos el país de la eterna transición. Los unos no admiten haber perdido las elecciones, los otros juran que regresarán, cueste lo que cueste. La culpa de todo no es propia, es de la puñalada por la espalda, el complot. Cualquier cosa para no dar por cerrado el periodo que sea, a pesar de la que caiga: de un modelo de estado quizá obsoleto, de la ausencia de proyectos politicos coherentes, de una crisis que recomienda unidad de acción, y no el regreso al universo bufonesco que era la política española descrita por el gallego Valle Inclán.
Pasemos al tercer reproche de Leoncio González: va de esquematismo y contradicciones, referidos a la globalización. No podía ser menos: la crisis, aduce, tiene unas complejas causas en los desajustes macroeconómicos. Interesa resaltar eso de los desajustes, que siempre se pueden volver a ajustar: el sistema sigue incólume, sólo necesita un parcheado. Porque hemos de suponer que los desajustes macroeconómicos hacen referencia al sistema capitalista, no a la economía islamista o la ex soviética. Y, por supuesto, para el autor de la reseña, la desregulación es una explicación "a la moda" (¿intervencionista, socialista?) que al parecer, no debe tenerse muy en cuenta. A pesar de que voces como la de Stiglitz vinieran clamando desde hacía años por los riesgos que se corrían ante la primera globalización financiera real de toda la historia, que incluía la libre circulación de capitales urbi et orbe. En cualquier caso, es dudoso que muchos de los pequeños y grandes inversores que han perdido buena parte de su dinero, ahorradores que se han quedado a dos velas o ancianos cuyas jubilaciones andan por ahí, de rehenes de la situación financiera, se conformen con el plumazo del señor Leoncio González (esquelética de tan esquemática) sobre los desajsutes macroglobales
Y claro está que la crisis económica actual resulta difícil de explicar, como todas las anteriores, incluyendo el referente de la Gran Depresión. En ese contexto, un relato ordenado, simple y claro, tiene mucha mayor utilidad para el lector común -que es el que paga la crisis, no lo olvidemos- que embarullamientos seudotécnicos cuyo objetivo es, muchas veces, muy sencillito: disculpar al sistema. Si no fuera así, cuesta comprender el éxito arrollador de Leopoldo Abadía y su esquemática pero eficaz explicación de la "crisis Ninja". En realidad, lo que buscan los expertos desde hace meses son, precisamente, las fórmulas genialmente sencillas para encontrar una salida a la actual situación económica. A no ser que sean de esos ultraliberales que, a imagen y semejanza de sus abuelos en 1930, proclaman aquello de que "la solución está a la vuelta de la esquina" y sólo cabe sentarse a esperar que llegue la autorregulación mecánica.
En relación a la supuesta contradicción de que los emergentes BRIC deban su éxito al proceso de globalización, lo cual haría injusta cualquier descalificación del modelo neoliberal dominante (hay otros), tiene una fácil respuesta. ¿Acaso Brasil, Rusia, China e India están abogando por solucuiones a la crisis que continúen con la dinámica de globalización neoliberal que era la hegemónica hasta 2008? Por supuesto que todos ellos se insertaron con mayor o menor éxito en la globalización. Pero Rusia había renunciado a las recetas neoliberales ya en 1998; China ni siquiera tiene un régimen liberal democrático; en Brasil, Lula Da Silva no es tampoco un émulo de Bush. La India, hasta cierto punto, es la excepción que confirma la regla. Pero aparte de la heterogeneidad de sus regímenes políticos y sistemas económicos -no siempre acordes con los modelos occidentales- los BRIC tienen en común una cosa: su despegue se produjo en paralelo al gradual agostamiento de la globalización neoliberal. Y ahora, qué paradójico, las potencias occidentales esperan de ellas que sean factor decisivo en la recuperación de la crisis. Una situación que parece muy distante de la que se consideraba desde el triunfante Occdiente en 1990.
Para concluir, más de lo mismo: el periodista se refiere a "ciertos sesgos ideológicos que llevan al autor a realizar juicios de valor, por ejemplo en relación con los Balcanes o la trayectoria de Putin, que pertenecen al reino de lo opinable". En sentido estricto, esto no pasa de ser una tautología, y como tal, es desdeñable a efectos de crítica. Entendámonos: descalificar varios capítulos del libro, precisamente los más documentados y fruto de la experiencia del autor, incluyéndolos en el "reino de lo opinable" no pasa de ser, en sí misma, una opinión; pero muchísimo más sintética. Tanto, que pertenece al municipio de lo opinable. La referencia a los "sesgos ideológicos", no se entiende muy bien, aunque desde la voz azul podría hacer referencia a pretendidas implicaciones del autor de El desequilibrio como orden con el oro de Moscú o mitos por el estilo. ¿Se trata de una broma? En cualquier caso, suele decirse que la memoria periodística es la de un niño de cinco año; en este país, quizá menos. ¿Es que ya nadie recuerda la amistad y hasta complicidad que unía a Putin con Aznar? Fue por entonces cuando se privatizó REPSOL, adquiriendola mayoría de acciones de la argentina YPF y convirtiéndose en multinacional. Si, es misma REPSOL que, hace pocos meses, los mismos populares declararon de interés estratégico nacional cuando la rusa LUKoil pretendió adquirir el 30% de sus acciones. Eso sí que es una contradicción; y de las buenas