domingo, 20 de diciembre de 2009

El "archipiélago" palestino en Cisjordania




















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Acaba de ser publicado en castellano el Atlas Geopolítico 2010 de "Monde Diplomatique", editado por Akal y la Fundación Mondiplo. La obra es una verdadera joya: a partir de una impecable colección de mapas y gráficos, pasa revista a la situación del mundo en la actualidad, pero también a los datos y procesos que hicieron posible el que las cosas estén como están. Y eso es válido para los siguientes grandes bloques temáticos: a) Nuevas relaciones de fuerzas internacionales; b) Irresistible ascenso de Asia; c) Los desafíos de la energía; d) Conflictos que persisten; e) Acerca de África.

Cada bloque integra entre 12 y 25 apartados, cada uno con un sintética explicación y varios mapas con puntos de vista a veces muy originales, pero siempre clarificadores. Ni que decir tiene que es una herramienta muy útil para el estudio de la Historia Actual y funciona muy bien como complemento a El desequilibrio como orden.

En algunas ocasiones, los autores incorporan ilustraciones que no son de elaboración propia, porque funcionan a la perfección como elementos clarificadores. Ese el caso del "archipiélago palestino" resultante de convertir en "mar" todas las zonas de Cisjordania bajo control directo de la autoridad israelí. El mapa fue ideado y creado poe Julien Bousac a partir de la documentación proporcionada por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios en los territorios palestinos ocupados y B´Tselem.

jueves, 3 de diciembre de 2009

"Los ejércitos masivos del pasado"






















Es el momento de recordar esta triunfalista portada de "Newsweek", publicada el 10 de diciembre de 2001, un aniversario casi exacto en relación al muy reciente discurso del presidente Obama anunciando la nueva estrategia para Afganistán. Si ésta prospera, en poco tiempo las fuerzas de los EEUU y la OTAN podrían llegar a los 141.000 soldados, superando el volúmen de la presencia soviética en Afganistán durante la guerra que Moscú mantuvo en ese país, entre 1979 y 1989. Welcome to "Massed Armies of the Past".

Qué lejos queda aquella campaña militar contra los talibanes que fue presentada como el inicio de una era de alta tecnología militar "posmoderna". El precedente había sido ofensiva aérea de la OTAN contra Serbia, en la primavera de 1999. Aquella guerra se había ganado estrictamente desde el aire: era el triunfo absoluto de Douhet y su doctrina sobre el poder aéreo. En Afganistán fue el bautismo de la nueva "guerra asimétrica":

"Ante la negativa del gobierno afgano a entregar a Osama Bin Laden, el 7 de octubre Washington dio luz verde a la operación militar de intervención. Inicialmente, y como fruto del momento emocional, la operación fue denominada “Justicia Infinita”. Pero el mesianismo que transmitía resultaba excesivo y pronto se prefirió el de “Libertad Duradera”, más acorde con la denominación de operaciones militares de la era del “Nuevo Orden”: “Provide Confort” en 1991, Kurdistán iraquí; “Restaurar la Esperanza”, intervención de la ONU en Somalia, 1993; “Fuerza Deliberada”, intervención de la OTAN en Bosnia, 1995;”Fuerza Aliada”, intervención de la OTAN en Kosovo, 1999.

La primera fase consistió en una campaña de bombardeo aéreo contra los campamentos de Al Qaeda, las fuerzas talibán y sus sistemas de comunicación, así como los escasos aeropuertos e infraestructuras. Paralelamente, unidades especiales de los Estados Unidos y países occidentales aliados comenzaron a desplegarse por Afganistán, contactando y ayudando a coordinar a la denominada Alianza del Norte. Ésta era una coalición de grupos guerrilleros que llevaban años luchando (o simplemente, resistiendo) al régimen talibán y de variadas procedencias étnicas, casi siempre minorías marginadas (uzbecos, tayikos, hazaras) y que hasta ese momento habían gozado del apoyo de Rusia, India o Irán.

Por lo tanto, la campaña fue presentada bajo el doble prisma de la “justicia liberadora” (la fuerza de choque contra los talibanes fueron las guerrillas de la Alianza del Norte) y alta tecnología militar: bombardeos de precisión, fuerzas especiales dotadas de alta movilidad y equipos futuristas. Una vez más, como pareció quedar demostrado en Kosovo, el apoyo de una fuerza aérea moderna con capacidad de ataque masiva, parecía bastar para dar la victoria a unas guerrillas mal armadas y desorganizadas. El 2 de noviembre comenzó la ofensiva final, una semana más tarde se inició la batalla en torno a la importante ciudad norteña de Mazar-e Sharif, plaza que al caer hundió definitivamente el frente talibán; y el 13, las fuerzas de la Alianza del Norte tomaron Kabul.

Sin embargo no pudieron ser capturados ni Osama Bin Laden, ni Ayman al-Zawahiri ni el Mullah Omar, líder de los talibanes y jefe de estado desde 1996. El aroma de aventura audaz en lejano país exótico aún tuvo un último momento a partir de enero de 2002, cuando las tropas de intervención rodearon, registraron, dinamitaron y destruyeron sistemáticamente el enorme complejo de cuevas y túneles de Tora Bora, cerca de la frontera con Pakistán, donde se rumoreaba que se podía haber escondido Bin Laden y los líderes más importantes de Al Qaeda. Pero al final hubo que admitir que el objetivo central de la invasión no se había cumplido" (El desequilibrio como orden, pags. 316-317)





domingo, 15 de noviembre de 2009

"Worst case" total cost




















Pulsar sobre el gráfico para ampliar

El gráfico que se adjunta posee valor documental para el periodo histórico 1990-2008. No hace falta insistir mucho en los datos que son evidentes, pero las proporciones dedicadas a la Guerra de Irak y, sobre todo, los gastos que supuso la crisis financiera de 2008 en los Estados Unidos, hasta agosto de 2009, son simplemente, espeluznantes. Compárese con lo que supuso el New Deal.

Se puede consultar éste y otros sorprendentes (e incluso bellos) gráficos en la web:
Information is Beautiful.

jueves, 1 de octubre de 2009

¿Implosión de la socialdemocracia europea?















Dos caminos que se separan: a la izquierda, Angela Merkel; a la derecha, Franz-Walter Steinmeier. A día de hoy, el ya ex candidado socialista a la cancillería es señalado como el responsable del reciente desastre electoral del SPD


El reportaje que sigue a continuación tiene el inconveniente de haber sido publicado por un diario conservador que, lógicamente, arrima el ascua a su sardina. Pero en cambio cuenta con la firma de algunos buenos corresponsales (Rafael Poch destaca desde hace ya años) y, por otra parte, no hace sino repetir un argumento que lleva meses en los medios de comunicación de las más variadas tendencias políticas.

Por supuesto, la crisis de 2008 no es la explicación a un proceso de aparente decadencia que no es coyuntural, que viene de antes de esa fecha. Ahora bien: lo interesante aquí es plantearse por qué la socialdemocracia no ha logrado sacar rentabilidad política a la crisis. Como argumento social de fondo tenemos aquel que ya se ha repetido en este mismo blog y en El desequilibrio como orden: amplios sectores de la población europea que no desisten del proyecto -o "promesa"- de integrarse en una suerte de "clase media universal" promovida por la globalización de signo neoliberal).

A partir de ese, se abre otro, también interesante: ante el crash del 2008, parece quedar claro que la actitud de la derecha neoliberal renunciando temporalmente al clásico "laissez faire" y recurriendo al intervencionismo, ha funcionado electoralmente. ¿Traición al propio ideario? Esa manera de ver las cosas, que para la izquierda tiene su valor, ha quedado rebautizado como "pragmatismo eficaz" por la derecha neoliberal sin que a los votantes parezca haberles importado mucho. El "todo vale" ha sido llevado a sus últimas consecuencias, como ideario político de la nueva derecha, sin sonrojo, y ha colado. Habrá que ver cómo discurre la crisis en el futuro, cuál será la reacción de los europeos y cuál la eficacia real de la política económica de la derecha neoliberal. Pero lo que ya sabemos, porque forma parte del pasado, es que lo ocurrido ha sido una reacción generalizada a un fenómeno de alcance global, y por lo tanto, señala un viraje histórico.















Henry Paulson: el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos elaboró el primer plan de rescate financiero tras el crash de 2008. Ya el 19 de septiembre comenzó a pedir millones de dólares al gobierno para sanear las pérdidas que amenazaban la liquidez de las principales firmas financieras del país. Ese año, la revista "Time" dijo de él: "If there is a face to this financial debacle, it is now his". En realidad, abrió un camino que la derecha neoliberal seguiría en meses sucesivos



"La Vanguardia", 30/09/2009

La mayoría de los europeos busca en la derecha la salida de la crisis

El batacazo electoral de SPD es el resultado de la agenda neoliberal adoptada en el 2003- La izquierda en Italia paga por su heterogeneidad y el caos del último gobierno de Prodi

R. Poch/Lluís Uría/Eusebio Val/B. Navarro

Berlín/París/Roma/Bruselas/Barcelona

La socialdemocracia europea no le encuentra el truco al siglo XXI, y esta incapacidad le resta apoyo social en las más sólidas democracias industriales. En Alemania, Francia y el Reino Unido la derecha ha ocupado el centro vital que hizo fuertes a Schröder, Jospin (brevemente) y Blair (durante casi tres mandatos). La economía social de mercado se ha convertido en pieza importante de los gobiernos de Merkel y Sarkozy, y, según todos los pronósticos, pronto puede serlo también del de Cameron.

La socialdemocracia italiana, sin ideas ni rumbo, se ha rendido al populismo de Berlusconi. Los países de la nueva Europa, que la abrazaron en los años noventa, confían ahora más en la derecha liberal para progresar. La socialdemocracia escandinava sólo resiste en la rica Noruega, que tiene petróleo y sentido de la justicia social. España y Portugal, condicionados por sus largas dictaduras, mantienen sus gobiernos socialistas, aunque sin el entusiasmo de antaño. La clásica ideología socialista se diluye en el pragmatismo y el idealismo de la nueva era.

ALEMANIA
La unificación y Los Verdes matizan el panorama


Ya quisiéramos unos cuantos Steinmeier. Con media docena como él, la calidad de cualquier partido político español, de izquierda, derecha o nacionalista periférico, subiría hasta niveles desconocidos. Trabajador, honrado, serio, competente, "un gusto trabajar bajo su dirección", dicen en el Ministerio de Exteriores. Todas las cualidades del líder socialdemócrata alemán, el campechano Franz-Walter Steinmeier, no alteran la simple realidad. Él ha llevado al SPD al desastre, en lo personal y en lo político.

No es sólo un problema de falta de carisma. De lo que se trata es de que, a efectos electorales, a Steinmeier se le recuerda, no como ministro o vicecanciller, sino como el cocinero de los recortes sociales del 2003. Eso significa que la salida al desastre que el SPD cosechó el domingo no tendrá lugar con él. Steinmeier fue elegido ayer jefe del grupo parlamentario del SPD.

Con él y su compañero Franz Müntefering el SPD se ha derrumbado. Un retroceso electoral del 11%, sin precedentes en la historia de posguerra, y la pérdida de más de la mitad de sus votantes. Es revelador adentrarse en lo que esos datos contienen.

En 1998 el partido recibió 20 millones de votos, el domingo menos de 10 millones. Más de dos millones de votantes tradicionales del SPD se quedaron en casa y centenares de miles votaron a otras opciones. Los principales beneficiarios fueron Los Verdes y La Izquierda, que podrían considerarse fuerzas emparentadas, pero también los democristianos y los liberales del FDP se alimentaron de su debacle: más de medio millón de antiguos votantes socialdemócratas fueron al FDP.

La sangría fue fuerte en los antiguos bastiones industriales del SPD, como la cuenca del Ruhr, lugares asociados a los albores de la industrialización y del movimiento obrero. En Bochum el partido ha perdido una tercera parte de sus votantes, en Dortmund la caída fue de quince puntos, en Duisburgo se le han ido casi el 40% de los electores. La abstención hizo estragos. En un distrito de Duisburgo en el que uno de cada tres habitantes depende del subsidio social, la participación electoral fue del 44%, frente a la media nacional del 70%.

Los electores dieron la espalda al SPD en calidad de autor del mayor recorte de subsidios sociales y del aumento de la edad de jubilación a los 67 años, un sueño de la derecha que el SPD realizó en el 2003. Incluso después de perder las elecciones, Steinmeier ha seguido defendiendo aquel recorte, llamado Agenda 2010. La gran paradoja es que su pecado será probablemente superado por los recortes sociales que la crisis anuncia.

En toda Europa occidental, Alemania incluida, la izquierda está en crisis desde hace 30 años, en parte por haber asumido tareas de la derecha. Lo específico de la situación de Alemania es la magnitud del trompazo sufrido por el SPD y la aparición de una fuerza política ascendente a su izquierda, La Izquierda, que tiene que ver con la unificación alemana y se suma a Los Verdes. La gran pregunta ahora es cómo afectará la peor crisis económica de los últimos 60 años a esta anomalía continental.

FRANCIA
El PS, hostigado por Los Verdes, busca un nuevo modelo

Rambouillet, 57 kilómetros al sudoeste de París, décima circunscripción del departamento de Yvelines. Una elección legislativa parcial, celebrada en segunda vuelta el pasado domingo, se salda con una victoria por los pelos –sólo cinco votos de diferencia– del candidato de la conservadora UMP, Jean-Frédéric Poisson, sobre su rival... la ecologista Anny Poursinoff. Un auténtico seísmo en este feudo de la derecha. Pero una réplica, solamente, del terremoto de la primera vuelta, cuando Los Verdes lograron dar la campanada al colarse en el segundo puesto batiendo sin piedad al Partido Socialista (PS) por ocho puntos: 20,1% a 12,4%.

Rambouillet ha disparado los sismógrafos en los dos grandes partidos. Pero principalmente en el estado mayor de la calle Solférino. El signo es altamemte preocupante para la dirección del PS francés, un partido dividido y desorientado que no sabe qué camino seguir –hacia el centro o hacia la izquierda– y que desde la derrota de la elección presidencial del 2007 busca, hasta ahora sin demasiado éxito, volver a conectar con las esperanzas y las aspiraciones de los franceses. El resultado de Rambouillet, lejos de constituir una rareza, viene a confirmar la tendencia ya detectada en las elecciones europeas del pasado mes de junio: los ecologistas, con un apoyo electoral nunca visto del 16,3%, lograron empatar virtualmente con los socialistas, que con el 16,5% vieron su posición de segunda fuerza seriamente amenazada. En París y su región fueron incluso sobrepasados por la ola verde.

El carisma de Daniel Cohn-Bendit, al frente de una amplia coalición ecologista, fue esencial en aquel triunfo. Pero la popularidad creciente de la secretaria nacional de Los Verdes, Cécile Duflot, y el resultado de Rambouillet muestran que hay una corriente de fondo que va más allá de la fuerza mediática del histórico líder de Mayo del 68.

Hostigado por los verdes, determinados a presentar batalla en las elecciones regionales del próximo mes de marzo, el PS busca desesperadamente salir del hoyo. La nueva secretaria general, Martine Aubry –que se hizo con el control del partido hace un año por un puñado de votos frente a Ségolène Royal, en medio de denuncias de fraude–, está obligada a actuar con celeridad si quiere evitar dentro de unos meses un nuevo batacazo electoral, lo que pondría seriamente en peligro su posición. La mitad del PS votó hace un año por su rival y, aunque Royal parece cada vez más ausente, sus seguidores parecen poco conmovidos por el discurso izquierdista de la dirección. Los barones que se unieron hace un año a Aubry –como el alcalde de París, Bertrand Delanoë– lo hicieron por razones tácticas y pueden dejarla caer cuando vean llegado el momento.

En busca de un nuevo modelo, la dirección del PS va a someter mañana a los militantes una docena de propuestas para regenerar y renovar el partido, entre ellas, la instauración de elecciones primarias abiertas para designar al candidato socialista al Elíseo. Puede ser la oportunidad, para los socialistas, de empezar a levantar cabeza. Y para Aubry, de consolidar su liderazgo interno... a condición de que los planes de la dirección sean avalados por una amplia participación. Algo que no está ni mucho menos garantizado en esto momentos, tal es la lasitud que embarga a la militancia.


ITALIA
La angustia del PD por sentirse débil ante Berlusconi

El severo castigo electoral a los socialdemócratas alemanes es objeto de numerosas y angustiadas reflexiones en Italia, sobre todo por parte de una izquierda que intenta salir de su propia crisis y prepararse para el día después de la era berlusconiana, un horizonte que, muy a su pesar, no parece a la vuelta de la esquina.

El revolcón del SPD no podía haber llegado en peor momento psicológico para el Partido Demócrata (PD), la nueva y heterogénea fuerza con vocación de aglutinar al centroizquierda italiano. Dentro de pocos días, el 11 de octubre, el PD celebrará su congreso, y el día 25 habrá las primarias para elegir a su nuevo líder. Quizá por las rachas de viento germánico, el guirigay interno en el PD se reactivó ayer. Hubo gran tensión entre los dos principales candidatos a guiarlo, Dario Franceschini y Pierluigi Bersani.

En la Italia de hoy se suele admitir como axioma político que la hegemonía de Berlusconi, pese a sus escándalos, es consecuencia, en buena parte, de la falta de una alternativa fuerte y coherente, programática y de liderazgo, al descrédito de una izquierda que dejó muy mal sabor de boca tras el caótico último gobierno de Romano Prodi (2006- 2008).

El ex primer ministro Massimo D'Alema escribió un artículo ayer en La Stampa en el que admitía que "la crisis actual marca un profundo cambio de época". "No se trata solamente de una crisis financiera, económica y ya gravemente social; se trata de una crisis política y cultural. Se cierra un ciclo caracterizado por una globalización sin reglas, por el dominio de la ideología ultraliberal. Desaparece la ilusión dogmática de la infalibilidad del mercado". D'Alema reconocía la "paradoja" de que vuelvan al centro del debate " ideas fundamentales que son propias de la tradición socialista" y, sin embargo, "frente a este gran viraje parece que es precisamente el socialismo en Europa el que se enfrenta a mayores problemas". Su diagnóstico es que el socialismo europeo "no ha conseguido, frente a la globalización, ir más allá del horizonte del reformismo nacional". La receta: "Un nuevo paradigma, una fuerza progresista europea que tenga el valor de ponerse de nuevo en juego, que abra las velas para aprovechar el viento del cambio internacional, pasando página respecto de las timideces y el carácter discreto de los últimos años".

D'Alema, ex líder del Partido Comunista Italiano (PCI), personifica precisamente uno de los problemas de la izquierda italiana, su heterogeneidad y su complicado pasado. Durante 40 años el PCI fue el mayor partido comunista occidental y principal referente de la izquierda en Italia. No fue fácil la adaptación tras la caída del muro de Berlín y tras el terremoto de la tangentopoli, la maraña de corrupción destapada en los años noventa del siglo pasado que barrió el sistema vigente desde la Segunda Guerra Mundial, llevándose por delante a partidos enteros, como el socialista de Bettino Craxi. De aquel vacío surgió el populismo de Berlusconi, quien, al comentar el resultado alemán, no ha dudado en considerar el triunfo de Angela Merkel como el suyo propio.

UNIÓN EUROPEA
Iberia y Grecia, últimos reductos de la izquierda europea


Las 27 plazas del Consejo Europeo están ocupadas por la derecha. ¿Todas? ¡No! Hispania, Portus Cale, Britania, la isla de Cyprus y un par de enclaves centroeuropeos resisten todavía... ¿Irreductibles?

De unos años a esta parte las cumbres europeas están dominadas por gobiernos conservadores, con sólo media docena de sillas ocupadas por representantes de la izquierda. Con la izquierda ausente de Francia y Alemania, su influencia como grupo ideológico es escasa. Sus líderes reservan sus arengas para las reuniones de partido con la familia europea, un foro frecuentado sobre todo por miembros de la oposición.

José Luis Rodríguez Zapatero es el único líder de peso y ganador además de dos elecciones, algo de lo que no puede presumir el británico Gordon Brown. Con elecciones a al vista, la permanencia de Brown o el Labour en el poder está muy en el aire. Mientras, el desgastado líder de los socialistas portugueses, José Sócrates, resistió la embestida conservadora este domingo, pero dependerá de la derecha para mantener en pie su segundo gobierno.

Más a la izquierda está el presidente chipriota, Dimitris Christofias, el único comunista que se sienta en las cumbres europeas. De todos los dirigentes de Europa Central y del Este, sólo el esloveno Borut Pahor y el eslovaco Robert Fico representan a la socialdemocracia. Los refuerzos podrían llegar de Grecia, que este domingo celebra elecciones anticipadas y la derecha podría dejar paso al Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) de Giorgos Papandreu.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Galería fotográfica (1): Y Yeltsin se subió al tanque


















En este post se inicia una colección de las fotografías más representativas o curiosas del periodo histórico 1990-2008; o más propiamente, sobre los sucesos descritos o analizados en El desequilibrio como orden. Eso incluye fotografías que, en ocasiones, caen fuera del marco cronológico descrito, aunque le afectan de forma directa. En cualquier caso, serán las menos.

La exposición no seguirá un orden cronológico.


Moscú, 19 de agosto, 1991

"Frente a la Casa Blanca, como se conocía ya a la sede del Parlamento y del gobierno ruso, una inconfundible silueta maciza de cabello blanco, el presidente Boris Yeltsin, se subió al tanque número 300 de la División de Taman y leyó un comunicado dirigido a los moscovitas en el que pedía el retorno del país a la vía constitucional" (El desequilibrio como orden, pag. 70)

La fotografía es, desde luego, uno de los grandes iconos del siglo XX. La composición posee una calidad épica con un punto de cuadro de Delacroix. La figura con chaqueta oscura, seguramente un guardaespaldas, remata la pirámide de personajes en los que se mezclan funcionarios leales al presidente con activistas espontáneos; como es el joven que sostiene al bandera rusa, cuya disposicón subraya el sentido ascendente de la composición. La mezcla de chándals con trajes mal cortados, característicos de la era soviética, y de personajes de edades diversas, le da un vigor casi revolucionario a la escena, que lo sería mucho menos si los personajes no estuvieran subidos a un carro de combate.

Pero si hay una figura que debe ser destacada es la del tanquista, casi acuclillado en la escotilla de la torreta, que se oculta el rostro con las manos. El color caqui de su uniforma contrasta con las vestimentas de la sociedad civil que intenta resistir el golpe militar. Ese soldado, encajado y superado por el grupo, simboliza a la perfección a las fuerzas golpistas en total desconcierto.

Yeltsin, al menos en esta fotografía, no hace gala de una actitud muy decidida, a diferencia de la determinación que muestra el personaje que lo flanquea. Sin embargo, el presidente está totalmente expuesto ante la multitud. El momento es muy dramático, pues cualquier francotirador de las fuerzas de elite que acompañaron a los golpìstas, podría haberlo asesinado. El hecho de que no sucediera tal cosa, ni Yeltsin fuera detenido marcó el comienzo del fin de la intentona involucionista.

Los medios técnicos de que disponía la prensa por entonces, permitieron que la escena fuera transmitida a todo el mundo en muy poco tiempo. A la derecha de la foto puede verse un cámara con equipo portátil, mientras que entre el público, otro periodista utiliza, todavía una reflex tradicional. Aún no era el tiempo de los móviles con cámara.

Existen otras versiones de la misma fotografía, como la que se expone más bajo, que incluye la fachada de la denominada Casa Blanca. Pero el campo es demasiado extenso y difumina la fuerza dramática de la escena central., en la que la misma figura de Yeltsin queda diluida.

domingo, 27 de septiembre de 2009

El por qué y el para qué (2)









Keith Jenkins: tal como es, tal como escribe










No soy muy aficionado al género de la teoría historiográfica, pero debo reconocer que el libro de Keith Jenkins, Repensar la Historia (Editorial Siglo XXI, 2009), me enganchó bastante. Mérito adicional de la obra es que me interesó hasta el final, a pesar de no estar de acuerdo con una parte sustancial de las ideas del autor. Pero precisamente por ello, el libro me resulta estimulante, por inteligente; y creo que es de lectura obligada para todos aquellos a los que les interesen las relaciones con el pasado.

Acabo de escribir “pasado” y con ello asumo una de las ideas centrales de la obra de Jenkins:

“El pasado se nos ha escapado y la historia no es más que lo que los historiadores hacen de él cuando se ponen a trabajar”.

El pasado es una cosa; y la historia, otra. El pasado es literalmente inabarcable, a no ser que el lector o estudioso lograra revivirlo. Jenkins analiza detenidamente esta fragilidad epistemológica consustancial a la historiografía, a partir de cuatro razones fundamentales:

1.- “Ningún historiador puede abarcar ni recobrar la totalidad de los acontecimientos del pasado porque su `contenido´ es prácticamente ilimitado (…) La inconmensurabilidad del pasado imposibilita la historia total”

2.- “Ningún relato puede recobrar el pasado tal como fue, porque el pasado no fue un relato sino que se compone de acontecimientos, situaciones, etc. En la medida en que el pasado ha desaparecido, no puede ser contrapuesto a ningún relato, por lo que los relatos del pasado sólo pueden ser contrapuestos a otros relatos”. En consecuencia, “no existe un `texto´ fundamentalmente correcto a partir del cual el resto de las interpretaciones sean sólo variaciones; todo lo que tenemos son variaciones”

3.- Y a continuación, el extremo más interesante: “
Este punto implica que, con independencia de su mayor o menor grado de verificación, aceptación o comprobación, la historia sigue siendo inevitablemente una construcción personal, una manifestación de la perspectiva del historiador como `narrador´”

4.- Ahora bien, si los historiadores sólo pueden recuperar determinados fragmentos del pasado, en cierto sentido y retrospectivamente, “sabemos más sobre el pasado que quienes vivieron en él”. En parte porque el historiador “descubre lo que ha quedado olvidado del pasado y es capaz de reunir piezas que hasta entonces nadie había encajado”. Eso supone que, forzosamente, “la historia constantemente combina, cambia, exagera aspectos del pasado”. Pero (y Jenkins cita al geógrafo
David Lowenthal) “no para alterar [deliberadamente] (…) los acontecimientos sino para (…) dotarles de significado”.

Y aquí Jenkins vuelve sobre un asunto fundamental: “Hasta el cronista más empírico tiene que inventar estructuras narrativas para dar forma al tiempo y al espacio”

Desde hace muchos años, en parte por los imperativos docentes, pero también a la hora de redactar libros y artículos, la consideración de la estructura narrativa ha sido importante en mi trabajo. Pero a la hora de escribir El desequilibrio como orden, eso tuvo una importancia capital.

La razón es bien sencilla y aquí el lector puede inferirla de las palabras de Jenkins: el pasado no era lejano, no era ajeno a mi propia experiencia vital. Durante los años que abarca el libro, yo mismo había trabajado como periodista, pero provisto de las herramientas interpretativas del historiador. Escribí un importante número de artículos para diversos periódicos, intervine en tertulias, leí conferencias, di entrevistas y también las hice. Viajé a varios de los escenarios que se recogen en el libro, hablé con estadistas y políticos, con simples ciudadanos de a pie, con periodistas, con militares, con viajeros, con militantes y cooperante, con víctimas y verdugos, con economistas y mafiosos. Me impliqué hasta el cuello en mi época desde diversas aproximaciones. Y asistí muy de cerca a la maduración de veinticinco promociones de jóvenes que pasaron por mis aulas: eso es un montón de personas, si contamos desde 1983 a 2008. Conocí sus opiniones casi como adolescentes y a muchos me los volví a encontrar como adultos y profesionales en ejercicio, unos cuantos de entre ellos en los medios de comunicación. Sus ojos, como observadores, y sus opiniones sobre lo vivido, me dieron un poso muy preciado de información para entender esa época.

En definitiva: yo mismo había vivido el pasado que iba a relatar; ese pasado me había moldeado a mí, como persona, no me era ajeno en modo alguno. Pero el relato de esos casi veinte años tampoco sería extraño a una inmensa mayoría de los lectores del libro. Y eso era un desafío muy excitante: el ejercicio de la Historia Actual me permitía solventar, en parte, la fragilidad epistemológica que acompaña a la profesión de historiador. El pasado había sucedido, pero yo lo había vivido; a mi modesta escala, incluso había generado fuentes. De hecho, El desequilibrio como orden era en sí mismo una fuente para posteriores colegas en lo que tendría de narración del pasado con las piezas encajadas de una determinada manera. Con datos y detalles que el tiempo borrará de relatos posteriores, posiblemente más esquemáticos. Pero además, el libro como documento publicado en mayo de 2009, daba la posibilidad de confrontar esa experiencia del pasado con aquella que habrían vivido los lectores. Por supuesto, nunca podría recuperar el pasado vivido por centenares de millones de personas en todo el mundo desde 1990 a 2008, pero dado que es una época en la cual la información circula de forma creciente en cuanto a volumen y velocidad, mi desventaja con respecto a un medievalista era infinitamente menor; incluso en relación a muchos colegas especializados en siglo XIX o primera mitad del siglo XX.







Sugerente portada para un libro que, a la altura de 2006, aportaba planteamientos muy innovadores, y que pasó injustamente desapercibido en España







Esto puede parecer muy pretencioso, pero no trata de mostrar la redacción de El desequilibrio como orden bajo la forma de un experimento historiográfico, o algo por el estilo. Sencillamente, explica por qué lo que empezó como un compromiso con Alianza Editorial para hacer un ensayo tirando a breve que rematara La paz simulada, terminó siendo una experiencia realmente divertida. Como historiador me resultaba muy atractivo retratar la época por la que acaba de pasar trascendiendo las noticias de los periódicos, ordenando los acontecimientos, encajando las piezas y asombrándome de la enorme complejidad del periodo. Y todo ello evitando redactar un manual de formato enciclopédico, con profusión de subcapítulos y apartados. El objetivo era capturar la esencia de un periodo cuyas consecuencias alcanzaban todavía, y muy de lleno, nuestra propia actualidad. Por lo tanto, ahí queda una primera respuesta, muy sencilla, al por qué y para qué de El desequilibrio como orden.

Lógicamente, la primera tarea consistió en estructurar mínimamente el periodo. De ahí surgieron, inicialmente, dos grandes bloques cronológicos: 1990-1995 y 1996-2000. Resultaba evidente que en el 2001 comenzaba un tercer periodo, ¿pero cuándo concluiría? A la altura del año 2006, parecía imposible responder a esa pregunta. Mi primera intención fue recurrir a un final abierto. De hecho, el libro de Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi, El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Eds. Lengua de Trapo, 2006) desarrollaba un argumento que prefiguraba la catástrofe social que se avecinaba, mientras que el Nuevo Orden podría tener cuerda para rato, sólo con que los republicanos volvieran a ganar las elecciones de 2008 en los Estados Unidos. Y eso a pesar de que la Segunda Guerra del Líbano, en el verano de ese mismo año, dejó muy en evidencia hasta qué punto estaban fallando las bases más sólidas en los planes de Bush y sus aliados para Oriente Medio. En otro momento más avanzado de la redacción, la idea fue concluir el libro con la invasión de Irak, en 2003.

Luego llegó la quiebra de las subprime. Es otro de mis recuerdos vívidos, porque aquel verano me lo pasé mayormente en Barcelona colaborando con Ramón Company en COM Ràdio, haciendo análisis de política internacional para su programa. Pues bien, cuando llegaron las primeras noticias sobre el impacto financiero de la crisis de las subprime a escala internacional, decidí dedicarle casi un programa entero al asunto y en pleno mes de agosto pronostiqué que la cosa iría muy mal, y que incluso la sociedad low cost iba a pinchar seriamente. Fue una de las pocas ocasiones en las que acerté de lleno en un pronóstico así. Pero, ¿cuándo iba a explotar la burbuja abiertamente? Esa era otra cuestión; pero de momento, lo ocurrido volvía a reforzar la idea de concluir el libro en abierto y a caballo del agotamiento del modelo
low cost.

Cuando se produjo el reventón de septiembre, 2008, estaba enfrascado en los capítulos referidos a China, India y Latinoamérica. Por lo tanto, muy pronto comencé a seguir la actualidad informativa y a buscar análisis de expertos financieros sobre lo que estaba sucediendo, incluyendo los puntos de vista de Krugman. También recuperé aquellas voces de alarma que Stiglitz venía dando desde los noventa.

Ni yo mismo me creía la suerte que había tenido: terminando el libro sobre una época, se abría el capítulo final en directo, primero desde la pantalla del televisor, y poco después en la misma calle de mi mismo barrio. Por entonces, la contundencia de lo que estaba sucediendo, no dejaba lugar a dudas: era “la Crisis”, con mayúscula, a escala global. Lo que no quedaba claro (y fue así durante semanas) era hasta dónde podía continuar la caída y a quién más podía arrastrar. Las medidas de reanimación puestas en marcha por los grandes expertos a escala mundial, se quemaban una tras otra.

Entonces comenzó a producirse un fenómeno interesante: a pesar de los descomunales descalabros financieros, del cierre de empresas y del desempleo galopante, no se reprodujeron los efectos sociales del crack de 1929 y la consiguiente depresión. O, al menos, no se repitieron exactamente según el patrón o las las escenas que la memoria popular guardaba en su cabeza sobre esa época; es decir: lo que nos habían contando reiteradamente sobre lo que fue aquello. Este fenómeno parecía asociado con varias causas, de las cuales vale la pena destacar un par de ellas.



















"Madre itinerante, Nipomo, California", fotografía por Dorothea Lange, marzo de 1936. Se trata de uno de los iconos gráficos más célebres de la Gran Depresión. La mujer, Florence Thompson, trabajaba como recolectora de guisantes. Empobrecida, se había visto obligada a vender las ruedas de su coche, e incluso la tienda de campaña. En nuestros días, tales dramas son protagonizados por la mano de obra inmigrante, lo cual ha contribuido a que, en la presente crisis, no se hayan difundido iconos de tanto alcance emocional para el público occidental

En primer lugar, algo ya explicado en el epílogo de El desequilibrio como orden: uno de los leitmotivs centrales de la globalización neoliberal, la creación de una clase media universal, había calado lo suficiente como para que amplios sectores de la población mundial optasen por aguantar el chaparrón, a la espera de una reactivación de las condiciones económicas vividas hasta entonces. En segundo lugar, una reacción ya mencionada en otro post de este mismo blog: a lo largo del siglo XX nos hemos acostumbrado demasiado a cerrar épocas en base al final de guerras de verdad, con millones de muertos y enorme devastación. Entre 1989 y 1991 no hubo tal; en 2008, tampoco.

Maticemos: la crisis de 2008 ha dejado a decenas de millones de personas en la calle en todo el mundo, pero no ha sido suficiente. Nos falta la repetición de la célebre foto de Dorothea Lange, las colas de parados en dramático blanco y negro, esperando al plato de sopa, un nuevo William Faulkner, las caravanas de temporeros viviendo al borde de la carretera en pleno Middle West. Quizá mucha gente confunde hoy el pasado con la historia, y pretende haber vivido aquel a través de un buen conocimiento de ésta, sin tener en cuenta la compresión temporal que incluye el relato histórico, sin los enormes tiempos muertos y el desconocimientos del futuro que nos impone la experiencia del presente. Por otra parte, puede que existan muchas fotos de Lange y colas y Faulkners en China; pero eso no nos ha llegado, o no nos ha impresionado. ¿Por qué será?

Desde el punto de vista político, a estas alturas resulta evidente que lo ocurrido en el otoño de 2008 inició un punto de giro, una verdadera puerta de salida a todo el periodo. No transcurre día sin que Barack Obama nos recuerde que el proyecto del Nuevo Orden ha pasado a formar parte del pasado. Los últimos capítulos han sido la renuncia al escudo antimisiles en Europa oriental; o la llamada del presidente norteamericano a iniciar una nueva era de cooperación y multilaterialismo ante la Asamblea de las Naciones Unidas, por citar sólo dos ejemplos muy recientes.

Quizá puedan parecer simples poses: pero hay momentos en la historia en los que es factible recurrir a esos posicionamientos, aunque puedan parecer artificiosos; y otros en que no hay margen para tal cosa, como ocurría no hace tantos meses. En realidad, hay muchos datos de que la situación ha cambiado realmente con respecto a los tiempos del Nuevo Orden. Washington y Moscú se están reconciliando; pero, por otra parte, ya se habla abiertamente de un intento conjunto chino-americano por empuñar la batuta global. Y no deja de ser curioso que Washington lo admita. Los occidentales ya no piensan en imponer un nuevo ordenamiento político en Afganistán; sólo en traspasar la papeleta militar al nuevo Ejército afgano y largarse de allí. América Latina se está ocupando de sus propios asuntos, con una autonomía que hubiera parecido increíble hace bien poco tiempo; eso incluye un
interesante acercamiento a África. El G20 es una realidad mucho más multilateral que el G8; la autoridad del FMI ha quedado socavada.

Es evidente que hay muchos escenarios que no han cambiado. La situación en Oriente Medio sigue pareciendo tan irresoluble como de costumbre. Pero eso era así ya en tiempos de la Guerra Fría, e incluso antes, en los años treinta del siglo XX. El mundo ha atravesado por diversos periodos en que todo ha cambiado menos el sumidero de los conflictos entre musulmanes-judíos y/o israelíes-árabes. Por otra parte, entre las grandes potencias emergentes no hay ninguna musulmana, a excepción, quizá, de Turquía. Es cierto que la presencia de China en África es anterior al otoño de 2008 y parece que seguirá siendo un realidad. Pero es que en la práctica historiográfica es un lugar común que la utilización de fechas como límites de los periodos es un recurso necesario pero relativo, a veces meramente aproximativo. Quizá por ello, el profesor
Santiago Niño Becerra ha vendido ya varias ediciones de su libro La crisis de 2010 (Eds. del Lince, 2009). En ocasiones, como la que nos ocupa, podemos considerar que en el otoño de 2008 pasó "algo" importante, aunque precedido por la crisis de las subprime y quizá seguido por un desastre financiero peor: el equivalente a 1932 despues del 1929.

El desequilibrio como orden arranca, precisamente, con algunas consideraciones sobre la conveniencia de recurrir a 1990 como fecha de inicio de todo el periodo, cuando quizá sería más adecuado hablar de 1989 o de 1991… cuando no, para algunos fenómenos, de 1987 o de 1981. Esto es algo que sabe cualquiera que haya pasado cuatro o cinco años en la facultad, como Carlos Masdeu.

Él, por ejemplo, pone en cuestión la validez de que el crash del otoño de 2008 establezca un final adecuado al marco general de la época. Una vez más, ve la habitual intencionalidad comercial en la elección de esa fecha. En realidad, la alternativa comercial fue la que se sugirió desde la editorial: prolongar el libro hasta el día anterior a la entrega del manuscrito. Esta práctica es la más frecuente en los libros de Historia Actual. Tiene la ventaja de lo “comercial” (supuestamente el libro le explica al lector lo que ocurrió hasta “ayer”) y al ser un final abierto, resulta menos arriesgado. Pero El desequilibrio como orden es una caja de bombas, y ahorrarle ese último riesgo era poco menos que anecdótico.

Es cierto que la elección resultó controvertida, posiblemente por las causas apuntadas más arriba y alguna más: conforme transcurre el tiempo, nos acostumbramos a vivir instalados en la crisis general (sobre todo aquellos que no hemos ido al paro). La cobertura mediática ayuda mucho a mantener esa ilusión. Por supuesto, y en primer lugar, las agencias y medios abonados a la derecha conservadora y neoliberal. Pero no faltan voces desde la izquierda moderada que se apuntan al recurso. De esa forma, unos por los otros, los periódicos y canales de televisión mantienen sus líneas editoriales, porque venden un determinado producto a un público concreto. Y aquí, aparentemente, no termina nada: Ahmadineyad sigue siendo el gran problema mundial, los rusos son fuente de todo mal, Chávez pone Latinoamérica patas arriba, Bin Laden no ha sido capturado, la guerra contra el terrorismo mundial no ha concluido y, para muchos, ya se está notando la ausencia de Bush. ¿Acaso ha cambiado algo realmente importante?

Pero esa tendencia –realmente comercial, en la peor de las acepciones que Carlos Masdeu pueda manejar- no hace sino explotar la tendencia a minimizar el significado histórico del momento vivido. Debe decirse que esto le sucede a una enorme cantidad de personas que, como
Fabrizio del Dongo en la batalla de Waterloo, viven el presente sin percatarse de que, a la vez, ya han atravesado el pasado inmediato.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El por qué y el para qué (1)





















Un antiguo alumno me remite su reseña bloguera sobre El desequilibrio como orden, acompañada por la noticia de que ha pasado un año en Londres, durante el cual "ha desconectado completamente de la historia" (sic: supongo que se refiere a la práctica historiográfica). De todas formas, leyendo la reseña, no se me antoja tal. O al menos, no da la sensación de que haya desconectado de los tics corporativos del estudiantado español (compartidos por muchos colegas docentes del alma mater, incluso de mediana edad) y en cambio no parece haberse leído o enterado de las sorprendentes ocurrencias del "Economista Camuflado" Tim Harford sobre la rentabilidad extrema de lo cotidiano, que se ha convertido en todo un fenómeno socio-mediático en Gran Bretaña desde su columna en el "Financial Times". "¿Debería bajar la tapa del inodoro como exige mi mujer? O con la gravedad de su parte, ¿debería bajarlo ella misma?" -pregunta Michael Govind desde Cirencester. La señorita C. H. de Nottinghamshire pregunta si debería fingir los orgasmos. Y el "Economista Camuflado" analiza la rentabilidad de las opciones, en estos y decenas de casos más.

Pero no hace falta llegar a los extremos de Harford, para deducir que la búsqueda de la rentabilidad abarca una buena parte de nuestro comportamiento: social y, desde luego, profesional. Bromas aparte, el comentario viene a cuento de una de las críticas más pugnaces de Carlos Masdeu a El desequilibrio como orden: el pretendido "tufillo" comercial del libro, para emplear su propia expresión. Y en apoyo del aserto, elabora una ensalada-párrafo con mesclum de pistas: desde la foto de portada, al hecho de que el libro venga a ser una continuación de La paz simulada, o que el "border line" final del periodo sea el año 2008 y no otro cualquiera.

Desmontar el putpurri es sencillo, porque en realidad a las pretendidas pistas, esas que él indica, no les unía ninguna intencionalidad comercial; pero llevará su tiempo. En el ínterin vaya por delante la pregunta: ¿y por qué El desequilibrio como orden no debería ser una obra comercial, o que buscara conscientemente la comercialidad? Al hilo de los sagaces comentarios de Carlos Masdeu, a quien recuerdo inquieto e inteligente, vamos a hablar aquí y en algún otro post, de rentabilidades y motivaciones. Un asunto capital para todo aquel que se haya propuesto escribir un libro o, como él, emprender una investigación académica.

Sospecho que Carlos confunde "comercialidad" con "oportunismo". Pero aún así, seamos sinceros: casi todas mis obras fueron una cosa y la otra: La trampa balcánica se publicó en 1994, en plena guerra de Bosnia, y no por casualidad. Slobo fue un encargo de la entonces Editorial Grijalbo, aprovechado el tirón de la caida en desgracia de Milosevic, tras diez años de guerras balcánicas. El turco comenzó a redactarse cuando crecía la polémica sobre la inminente inclusión de Turquía como candidato formal a la UE (¡y vaya polémica!). Muy a mi pesar, ya hace más de veinte años, en 1989, La mística del ultranacionalismo fue un libro mal distribuído por las Ediciones de la UAB, que siempré soñé ver reeditado con más éxito en alguna editorial comercial. Y La paz simulada, que fue otro encargo, dió la sorpresa al convertirse en un éxito de ventas; a no dudar, por la contribución cualitativa de Enrique Ucelay-Da Cal y Ángel Duarte.

En conclusión: ojalá que El desequilibrio como orden hubiera sido mejor comercializado. Pero el fuerte de Alianza Editorial no está precisamente en las campañas de promoción. El libro se popularizará completamente el día en que Google Books lo escanee. Sin embargo, cuando se escribió, el deseo del autor era que tuviera éxito, que llegara al público, que generara polémica. Y eso, en una primera fase, sólo se consigue a través de una comercialización eficaz. Si la obra queda olvidada en la estanterías de las bibliotecas o los almacenes de la editorial, las propuestas que contiene no servirán para nada. Un amigo diplomático, comentó que El desequilibrio como orden es una obra que debería haberse publicado dentro de algunos años. No puedo estar más en desacuerdo: el momento del libro es, precisamente, ahora. Porque su intencionalidad es abiertamente polémica; y a partir de ahí, servir de borrador para nuevos libros sobre ese periodo histórico, aunque demuestren que sus tesis estaban equivocadas.

Entiendo que a muchísimas personas, especialmente jóvenes, les causa cierto pudor manejar eso de la "comercialidad". Puede que sea un eco de ciertas estrategias publicitarias: supuestamente, lo bueno es lo artesanal, no lo industrial, que requiere de lo comercial (y se induce, de forma automática, un falso dilema en la cabeza del consumidor).

O quizá es debido a que existe una comercialidad generacional interna que tiene sus propias rentabilidades, la mayor de las cuales reposa en el rechazo de lo dominante. Pero, y por tomar el mismo simil de Carlos, las grandes y conocidas bandas de rock también buscan trascender en la comercialidad hegemónica y a través de ello, influir en la corriente general de la música. De esa manera, "Sex Pistols" son alguien, mientras que "
La Polla Records" se ha quedado como una pieza de museo del otrora rock radikal vasco (o vasko) de los ochenta del siglo pasado; por poner un ejemplo entre miles posibles (no hay nada personal: de hecho en su día me compré la casete del mencionado grupo punk).

En niveles académicos, y especialmente en el mundo de las Letras y las Humanidades, la comercialidad no gusta. Es decir: no es aplaudida ni fomentada. Por ello, no es casualidad que las universidades privadas no destaquen por sus estudios de Letras, y sí por las facultades más "competitivas" y/o "rentables", capaces de conseguir contratos en la empresa pública o privada. En consecuencia, la producción intelectual de las facultades de Letras circula por canales de muy escasa difusión entre el gran público. De ahí que su promoción o incluso supervivencia pase por la subvención a perpetuidad y su utilización intensiva para la promoción corporativa. En ese panorama encaja de perillas el discurso de que lo serio, por supuestamente académico, es lo minoritario y elitista. Aunque, a la postre, no es extraño encontrar precisamente ahí una producción intelectual notablemente conservadora en sus planteamientos y conclusiones. Lógicamente, lo novedoso o audaz suele pasar desapercibido entre el resto de los contenidos, poco abocados al esfuerzo innovador y más centrados en cumplir con los requisitos formales.

Como se puede ver, ese tipo de razonamiento tiene fácil entrada entre el estudiantado, porque además se puede asimilar con facilidad al mundo de la música o el cine. En cambio, el universitario que busca abiertamente la comercialidad se la juega, porque debe ganarse de alguna forma la aprobación del gran público, pero también de la propia academia. Para ello ha ofrecer algo atractivo pero a la vez consistente, que se mantenga en el tiempo. Escribir exagerando o soltando las muy habituales lindezas contra Bush para no parecer socialdemócrata (como sugería Rafael Robles en su blog) no es suficiente: el histrionismo aburre, y además no resulta apropiado para analizar. No convence. Repetir lo dicho una y mil veces, tirar de obviedad, es más seguro... sobre todo para los políticos o para mantener una conversación insustencial con el vecino en el ascensor. No arriesgar es seguro; pero aún lo es más no escribir nada. Airear documentos o testimonios novedosos no es fácil cuando se trabaja en Historia Actual: los archivos reservados tardan muchos años en ser desclasificados, si es que llegan a abrirse algún día y todos los documentos están en su sitio y son realmente originales. Los grandes protagonistas que tienen algo que decir, suelen hacerlo cuando se retiran, o después de muertos.

Llegados a este punto, el lector se habrá percatado de que escribir El desequilibrio como orden no fue tarea fácil. Decidirse a hacerlo, tampoco. O mejor dicho: sí lo fue inicialmente, porque confié en la colaboración de mis compañeros de La paz simulada. Pero no tardaron mucho en echarse atrás, y hubo que seguir en solitario.

Entonces ¿dónde estaba la compensación o el beneficio? Desde luego, no en la comercialidad del libro, entendida como ganancia material. Hay miles de personas que no han publicado un libro y por ello desconocen que, al menos en España, el dinero que puede reportarle al autor una obra académica o técnica es muy escaso. Demasiado, teniendo en cuenta que el libro es, todavía hoy, un producto altamente rentable para el negocio editorial. A cambio, el cheque que cobra no le compensa al autor, ni de lejos, el esfuerzo: por ejemplo, los dos años largos que se tardó en escribir el volúmen que nos ocupa. Si además la temática del libro exige hacer algunos viajes para consultar documentos o realizar entrevistas, el negocio es literalmente ruinoso.

Tirar de sentimientos primarios, como la vanidad, tampoco lleva demasiado lejos. La tal satisfación es cosa de primerizos: no suele sobrevivir al primer libro publicado. La actual oferta de títulos y temáticas es de tal calibre, que la fama resulta más pasajera que nunca. Si la vanidad deviene patológica, el coste de alimentarla puede suponer un verdadero riesgo para la salud, aparte de desatender la propia vida familiar y laboral: casi nadie ha logrado vivir de publicar libros en España, aparte de
Corin Tellado, en sus tiempos; y como se ha demostrado, aquello era una verdadera empresa familiar y basada, además, en la rentabilidad pura y dura. Pero sobre todo, es que la vanidad sólo se sacia con triunfos; y escribir libro tras libro, sin solución de continuidad, conlleva el riesgo de acabar publicando verdadera basura.

En cualquier caso, y para concluir, por el momento, es de suponer que las motivaciones y objetivos más puramente profesionales son las de mayor interés para el lector de este blog o aquel que haya leído El desequilibrio como orden; y esas serán el objeto del próximo post sobre este asunto. Continuará.

sábado, 29 de agosto de 2009

Estructura de plantilla, 2: desde aquellos tiempos













Las estadísticas indican que los miembros de la nueva clase media china, la mayoría de los cuales nunca habían tenido automóvil, desean uno nuevo y de la mejor calidad. La luz verde para la carrera mundial hacia en el ingreso en la clase media ha sido uno de los alicientes sociales más poderosos del periodo histórico 1991-2008, aunque los problemas derivados de ello hayan sido a veces muy traumáticos. Hay decenas de estudios y análisis sobre las nuevas clases medias en las potencias emergentes.


Recuerdo que la lectura del amago de reseña que desarrolla Rafael Robles en su blog, hace ya unas cuantas semanas, tuvo el benéfico efecto de trasladarme durante unos momentos a aquellos lejanos tiempos en que cursaba primero de facultad. Por entonces, apenas muerto Franco, nos situábamos en las aulas en base a una disposición de campo político tan dogmática como la práctica de la ideología que cada grupito reclamaba para sí. Hacia el fondo, campaban por sus respetos los ácratas y contraculturales en general. Luego se situaban los troskos. Más hacia el centro, los del PSUC; entre ambos, los maoístas. Los conservadores iban en primera fila, para escuchar mejor al profe. Y luego, el inquietante grupo de los que no parecían comulgar con nada, aunque a veces dejaban traslucir que su nicho ecológico en el aula podía estar relacionado con la práctica del ligue, el comercio de apuntes o la tendencia a llegar tarde. Quizá eran los verdaderos contraculturales.

Desde entonces, no recuerdo que ninguno de mis compañeros de promoción se hubiera convertido en revolucionario o teórico mínimamente relevante de la izquierda política, en cualquier intensidad del rojo. Excepción hecha, supongo, de los que hacen la revolución a golpe de tecla galopando su caballo cuatralbo por las inmensas estepas de internet. Pero ni aún así me vienen a la cabeza nombres destacados.

En aquellas épocas, nos inculcaban -y autoinculcábamos- la correcta aplicación de la plantilla en la tarea de calificar textos, discursos y opiniones. Tengo para mí que el modelo último que se escondía en algunas cabezas eran Los principios fundamentales del materialismo histórico de Marta Harnecker, con su estructura catequística. Pero esto nadie lo decía en voz alta, claro está (¿acaso alguien se había leído realmente Hacia la estación Finlandia, de Lenin, como había recomendado el profesor?). Tampoco nadie osaba reconocer que la estructura de la plantilla permitía ahorrar mucho tiempo y esfuerzo en las críticas. "Mira si el autor encaja aquí o allí, observa si critica o no esto o lo otro, y ya está. En un plis plas tienes la radiografía y te ahorras leer todo el ladrillo".

Dado que algunos terminamos en la docencia, destino casi obligado del historiador, supongo que hubo colegas que retuvieron durante algún tiempo el recurso a la plantilla ideológica en su práctica docente. Pero por regla general, al menos en mi promoción, y en la docencia universitaria, el sarampión, si se le puede llamar así, fue cosa de los dos primeros cursos. La mayoría nos dimos cuenta con rapidez, de que la realidad es siempre más compleja.















Hasta ahora, las reseñas sobre El desequilibrio como orden han olvidado mencionar completamente el genocidio de Ruanda, uno de los cuatro o cinco más importantes del siglo XX, que acaeció en pleno periodo aúreo de la televisión y las ONG. Ocupa más de un capítulo del libro. La implicación del entonces presidente François Mitterrand en los hechos y la perfecta inactividad occidental ante el holocausto, demuestran una vez más que el recurso a la crítica acerva de determinados líderes políticos como chivos expiatorios, puede ser un cortina de humo para culpas más colectivas, demasiado colectivas.



Aún así, recuerdo algunas jocosas anécdotas, ya como académico adulto, hecho y derecho. Por ejemplo, el fiero debate entre un miembro del tribunal y el opositor a profesor titular, Universidad Autónoma de Madrid, hace algunos años, no muchos; y justamente por estas fechas. Asunto del rifirrafe: quién era más marxista, el uno o el otro. Como se pueden imaginar, silenciaré los nombres. Este tipo de escenas suelen recordarme aquella canción de Laurie Andersen, una de cuyas estrofas rezaba: “¿Quién es más macho? lightbulb o schoolbus?”. Ah, vanita vanitatis de patio de escuela: “¿Quién es más rojo?”

Han pasado los trienios de docencia, implacables y, por lo que puedo observar en las aulas de la facultad, las disposiciones por color político se han convertido en un complejo patchwork. De vez en cuando hay profesiones de fe, claro está. Pero suelen venir acompañadas por las carcajadas del resto de los compañeros.

Todo eso me vino a la cabeza leyendo a Rafael Robles, con la consiguiente [son]risa floja al constatar lo que le preocupa del libro: “Diría que el autor es de tendencia socialdemócrata, lo que infiero de su crítica a Bush (suave y diplomática, eso sí) y a la economía capitalista que llevaba implícita la crisis que se explicita en los últimos meses. No me atrevería a afirmar que es de tendencia más izquierdista porque no toma partido en el asunto del imperialismo occidental ni en el de los movimientos reivindicativos sociales.”

¿Cómo puede circular por ahí un libro sin matrícula ni color? A ver: documentación, los papeles del camión. ¿Dónde está el libro de consignas?

El título del libro no es un pedante juego de palabras sobre la asignatura de Física y Química, sino que hace referencia al Nuevo Orden proclamado por el presidente George Bush, padre, en 1991. Dado que los Estados Unidos de América eran por entonces la potencia llamada a imponer tal ordenación, convenientemente ayudados por los aliados occidentales, y puesto que el objetivo era de esencia meramente hegemónica, estamos hablando de un libro cuyas 500 y pico páginas están dedicadas a describir el fallido intento de implantar una especie de continuación del clásico “imperialismo occidental”, por seguir con esa esa terminología, un tanto desfasada.

El libro no tiene vocación de panfleto: es un análisis prolijo sobre la forma en que fracasa ese Nuevo Orden. Como experiencia histórica, fue claramente negativa y no parece que resulte conveniente continuar por ese camino. Al parecer eso no es un compromiso suficiente, por comparación con los esquemas utilizados por la historiografía de manual para explicar la historia social en los siglos XIX y parte del XX, repetidos y adaptados a nuestra época actual. Pero tales estereotipos sólo sirven para recrearse a sí mismos y ser transmitidos a las jóvenes generaciones en las aulas, sin mayores preocupaciones y al margen de que reflejen o no la realidad. Lo importante es el esquema, fácilmente inteligible y asimilable; y la plantilla para corrgir las desviaciones.














La "Revolucion de las rosas", Georgia, noviembre de 2003. La épica nacionalista, normalmente asociada a la derecha política (a veces a la ultraderecha) tuvo un protagonismo tal, entre 1991 y 2006, que desplazó las acciones de una izquierda radical, a veces contundente en sus acciones, pero muy dispersa ideológica y organizativamente.


La implantación de un Nuevo Orden a escala internacional no fue un mero juego estratégico entre grandes potencias. Conllevaba una transformación socio-económica a gran escala, lo cual era el objetivo real de la globalización de modelo neoliberal. Debería acarrear importantes transformaciones sociales que se intentaron, en efecto, con la aquiescencia entusiasta de amplios sectores de la población mundial. Muy en especial en lo referido a promesa implícita de extender el estatus de clase media por los cinco continentes. Eso fue una jugada muy fuerte que llegó todos los rincones del planeta aderezada con toda una cultura del consumo, la exaltación del individualismo y el "arte de la vida", tal como queda diseccionado en la última obra de Zygmunt Bauman. En El desequilibrio como orden hay bastantes páginas dedicadas de forma directa e indirecta a esa cuestión, que al final contribuyó a desencadenar la crisis de 2008; pero también podría llevar impulso suficiente para generar recuperaciones transitorias.

Un capítulo entero del libro está centrado a las implicaciones que tuvo todo ello en el fenómeno migratorio, algo que se le pasa por alto a Rafael Robles. Por lo visto, tampoco merece la más mínima atención la tendencia a desmontar el estado del bienestar y el impacto de la externalización empresarial, que se impuso ampliamente incluso a escala estatal. Eso son dos capítulos enteros del libro.

La izquierda no logró evitar, ni siquiera corregir estas tendencias de matriz neoliberal. Y es que se trataba de una izquierda a veces muy centrada en el espectáculo mediático, algo que a la postre demostró poca capacidad de movilización real y continuada; eso en un tiempo de enormes medios para lograrlo.

Así que el periodo 1991-2008 ha estado dominado por una derecha que se creyó triunfante, ante una izquierda socialdemócrata cómplice o domesticada, y una izquierda radical dispersa y desconcertada. Recordemos, en Europa, el fenómeno del transfuguismo hacia los partidos socialistas. Eso, al menos, en Occidente: en Asia la complejidad política de lo ocurrido es mucho mayor, sin que quede muy claro que se puedan aplicar cándidamente los estereotipos occidentales de lo que es izquierda y derecha; y sin que, esto es importante, les importe mucho a los mismos asiáticos. Y en América Latina, el auge de la nueva izquierda (si se puede hablar de ello) es muy reciente y veremos en qué acaba; excepción hecha del EZLN, del que, por cierto, se habla también en El desequilibrio como orden.

Como contraste, en ese mismo periodo de 1991 a 2008 tuvieron mayor repercusión los movimientos reivindicativos sociales… nacionalistas y de derechas. Tales fueron, por ejemplo las “revoluciones de colores”, inspiradas en las revueltas de 1989-1990 en Europa oriental, que tampoco fueron, precisamente, de tono izquierdista.

A otra escala, la izquierda, en todos los tonos del rosa pálido al rojo chillón, se implicó más allá de lo que debiera en el multiforme movimiento de las ONG. Es cierto que hubo organizaciones bienintencionadas y muy eficientes. Pero el problema no estaba en la efectividad de un porcentaje mayor o menor de esa maraña, sino en su significado político: responsables ante sus financiadores –no ante los ciudadanos- formaban parte integral de la nueva filosofía política y socioeconómica que acompañaba al auge del neoliberalismo global.





















En los últimos años han menudeado las críticas contra la proliferación de ONGs en los noventa del siglo pasado, aunque más por sus carencias o imperfecciones que en lo relativo al trasfondo político que conllevaba el fenómeno. Portada del libro del veterano cooperante Jordi Raich sobre la "especie solidaria", éxito de ventas en 2004.




Luis Buñuel, al que le repateaba la caridad del señorito, se hubiera sentido desconcertado (por decirlo suavemente) ante el tinglado de las ONG y sobre todo, por la importante cantidad de soidisant izquierdistas que en sus filas pasaron de ser “militantes” a “voluntarios”, entendidos éstos como un colaboradores desinteresados cuyo idealismo personal bastaba para compensar un magro sueldo. Y cuya opinión política quedaba relegada a favor de los criterios de eficacia técnica y rigor profesional. Esto ayuda a explicar cómo las ONG fueron excelentes plataformas para saltar de la izquierda radical al neconservadurismo de postín, a la manera de Bernard Kouchner, gran símbolo de una actitud muy extendida.

Tan extendida y a tales niveles que de hecho llegó a ser consustancial con el despegue histórico de BRIC, las potencias emergentes. Ahí está el caso del visionario sociólogo Fernando Henrique Cardoso, hijo y nieto de generales pero de ideología socialista y miembro fundador del más influyente grupo de estudios marxistas del Brasil: presidente a partir de 1994, impulsó una política abiertamente neoliberal que está en la base del despegue económico hoy presidido por Lula Da Silva. En la India: ahí tenemos a Indira Gandhi, pero sobre todo a Rajiv Gandhi, comenzando a desmontar el modelo instituido por Nehru, netamente socialista, inspirado en el que había aplicado el laborismo británico. Qué decir de Yeltsin, ex miembro del Buró político del PCUS, y posteriormente padrino de Yegor Gaidar y sus recetas del neoliberalismo más duro. En cuanto a China, es todo un subcontinente el que está llevando a cabo una transición de lo más desconcertante, a base de compaginar dos sistemas, uno de los cuales no es precisamente muy de izquierdas. Y por cierto que estas evoluciones, con sus componentes socio-económicos y políticos están explicadas en El desequilibrio como orden.

Pero estos asuntos poseen un contenido altamente polémico y, sobre todo, políticamente incorrecto, que da pereza debatir en nuestros días. Lo rehúye la derecha que sueña con el pronto regreso de los felices años de las Posguerra Fría. Y le incomodan a la izquierda un tanto "low cost", de logotipo y ratos libres, que no apostaría, es de temer, por la implantación de regímenes políticos realmente igualitarios, con las incomodidades personales que supondrían.

Por último, Rafael Robles se saca de la manga una nueva definición de ensayo: para que una obra sea definida así, asevera, debe estar identificada con la izquierda o con la derecha. Al parecer, no vale que el autor del presunto ensayo se decante hacia el islamismo, el indigenismo, el comunitarismo filosófico o el conductismo, entre otras miles de posibilidades. No: todo debe quedarse en izquierda y derecha, clasificación que, nos tememos, se reduce, en la consideración de Rafael Robles, a las limitadas ofertas
del abanico político español no virtual. Queda desestimada la definición del DRAE, queda desautorizado Montaigne, que tuvo la mala fortuna de nacer cuatro siglos antes; el Ensayo sobre el principio de la población de Malthus debe tener un título equivocado (¿dónde se ha visto un ensayo sobre asunto más apolítico?). Y no digamos el Ensayo sobre la síntesis de la forma, de Christopher Alexander y la numerosa retahíla de ensayos sobre cuestiones artísticas o puramente filosóficas. En consecuencia, aseverar que la ausencia de compromiso político claro es característica sine qua non del ensayo, es un tipo de falacia filosófica denominada: "dilema falso".

Así que El desequilibrio como orden circula por las librerías y bibliotecas sin matrícula política, qué le vamos a hacer. Por otra parte, hubiera sido una ingenuidad envejecerlo antes de tiempo con profesiones de fe: en un libro en que se intenta describir cómo fracasa una opción de derecha neoliberal sobre una izquierda clásica malparada, mientras todos los conceptos políticos en general se resquebrajan en un mundo en el que se generaliza la implosión social, económica e idológica, sería bastante ingenuo escribir en nombre de... ¿de qué?¿Del maoísmo, quizás?¿Del Quebracho?¿Del socialismo según Leire Pajín?¿De los ex del PDNI? En líneas generales, cualquier escrito que pretenda contener un mínimo contenido filosófico, necesita de alguna forma de distanciamiento, a fin de cuestionar lo que las consignas y la grandilocuencia suelen dar por sentado.

Es de agradecer que Rafael Robles se muestre, a la postre, cordialmente elogioso con el libro, cómo no. Pero desde un punto de vista puramente académico, el autor de la obra, desconcertado, se pregunta sobre la validez real del análisis cuando quien lo escribe parece haberse limitado, de hecho, a comentar dos reseñas previas, no el contenido del libro en sí. Dice que no es un especialista, pero no se abstiene de criticar públicamente. Acepta una invitación para dar su opinión sobre las recientes elecciones en Irán en la cadena de la muy católica y conservadora Intereconomía,
pero se esfuerza en no posicionarse ni comprometerse. Y sin embargo, cuando le interesa, no se queda corto con las profecías:

"Israel infligirá en solitario -sin el consentimiento de las Naciones Unidas ni el visto bueno de Estados Unidos- a Irán en octubre de 2009 (disculpen que juegue a futurólogo). Habrá un antes y un después marcados por esta fecha que dará inicio a un nuevo capítulo de la Historia Universal"

Eso sí que es jugársela, y para nada. Si no acierta, deberemos tomárnoslo como un pegote gratuito; si da en el clavo, no quedará más remedio que preguntarse: caramba, ¿pero quién es este Rafael Robles, en realidad?

domingo, 16 de agosto de 2009

Polémicos: "low cost"



















El gran símbolo internacional del fenómeno "low cost" es, ante todo, la cadena Wal Mart. En torno a ese emporio se viene desarrollando desde hace tiempo una amplia polémica sobre las condiciones de trabajo de sus empleados y hasta se ha tomado como modelo de estudio sobre los efectos sociales del "low cost" y la sociedad que ha terminado por alumbrar. En tal sentido, cabe considerar que no existe una economía del bajo coste "europea" y otra "americana": se tata de un fenómeno de esencia neoliberal extendido por todo el planeta a través de la globalización en su modelo predominante hasta 2008.






En este blog no sólo se pretende evaluar las críticas y reseñas en torno a El desequilibrio como orden, sino también buscar una continuidad polémica y documental sobre algunos asuntos tratados en el libro. Para ello, de vez en cuando, se rescatarán artículos de la prensa en red, se reseñará o dará noticia de libros aparecidos con posterioridad a la publicación de la obra (y de interés para la misma) y e incluso se apuntarán nuevas pistas o asuntos potencialmente interesantes para enmendar o añadir a El desequilibrio como orden.

Hoy se ha escogido un reportaje publicado en "El País" hace pocos días sobre el fenómeno "low cost". Llama la atención porque apunta a su cuestionamiento, una reacción nueva en ese períódico, que siempre ha tendido a reivindicar esa tendencia. Por supuesto, el asunto no se lleva más allá de las consideraciones técnicas que rodean al asunto como fenómeno económico. Si hay un eco de alcance social, se reduce a las opiniones de los sindicatos. En realidad, la pieza forma parte de una táctica habitual en "El País", como diario que presume de ser lo más "cool" en la prensa española: proyecta la imagen de cubrirse las espaldas ante lo que pueda venir, cuando, de hecho, en este caso, hace algún tiempo que el fenómeno "low cost" está siendo cuestionado y hasta denunciado, y es posible que vaya camino de su cancelación. Recuérdese que las "subprime", origen de la crisis actual, eran una manifestación más del fenómeno "low cost" (véase: El desequilibrio como orden, pags. 487-491)

También resultan de interés los comentarios de los lectores, que parecen más sensatos y enriquecedores de lo habitual, sin las salidas de tono, exabruptos, opiniones lunáticas y simples bobadas de estas secciones. Quizá ello es así por las pretensiones técnicas del reportaje.



REPORTAJE

El fenómeno 'low cost' no nos saldrá gratis

La explosión de productos y servicios de bajo coste ha democratizadoel consumo, pero tiene un precio - Los sindicatos alertan de que fomenta la precariedad y, en algunos casos, merma la innovación

"El País", Amanda Mars, 15 de agosto, 2009

Para que uno pueda comprar un billete de Madrid a Londres por 20 euros más las tasas y suplementos -a veces cero euros, incluso-; para que otro pueda colocar en su nevera un paquete de yogures de las llamadas marcas blancas entre un 18% y un 42% más baratos que otros casi idénticos, o para que pueda amueblar una casa prácticamente entera por poco más de 1.000 euros, las empresas que los venden han tenido que especializarse en cirugía fina con los costes.

Descartados el milagro y la magia como herramientas de control del gasto, ¿qué hacen las compañías para conseguir ofrecer esos precios sin arruinarse? ¿A costa de qué es posible este fenómeno, una explosión de productos y servicios a precios de derribo que han democratizado el consumo? En un momento en que no se deja de manosear la llamada "economía de valor añadido", ¿entra en contradicción el reinado del bajo coste?

"En cierto modo podría haber una contradicción con el discurso que defiende el valor añadido, porque es difícil encontrar tecnología nueva en este tipo de productos, pero no creo que conduzca a la baja calidad. Es imposible en servicios regulados, como la seguridad de las líneas aéreas, que es obligatoria, o algunos productos de alimentación: la leche pasteurizada, tendrá que ser pasteurizada", razona José García Montalvo, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).

Los críticos del modelo ponen sobre la mesa la precariedad laboral y la merma a la innovación como consecuencia del reinado de este tipo de empresas frente a las compañías tradicionales. Pero las compañías de bajo coste y algunos expertos defienden la eficiencia de sus sistemas de trabajo, sus buenos acuerdos con los proveedores, y el sobreprecio que sus competidores hasta ahora cobraban a sus clientes.

En España el concepto low cost, (bajo coste, en inglés), lo importaron las compañías de vuelos baratos. Para los consumidores son una fiesta -casi el 40% de los pasajeros en España utilizan este tipo de aerolíneas-, pero muchos de sus trabajadores echan chispas. Manuel Sánchez Rollón, secretario de Acción Sindical del Sector Aéreo de Comisiones Obreras, asegura que las "diferencias salariales son abismales" entre las aerolíneas low cost y el resto, sobre todo en su personal de tierra (handling) subcontratado o no. Ahora, los sindicatos se las están viendo con Easyjet, con la que llevan dos años para mejorar las condiciones del convenio colectivo de sus empleados. "Estas son las diferencias: un operario de Easyjet con dos años de antigüedad cobra 15.400 euros anuales, uno de Flightcare 16.166 y otro de Acciona 17.138", apunta. Los sindicatos han convocado huelgas los próximos tres sábados de agosto, a partir de hoy.

Easyjet, la aludida, defiende que su modelo de negocio no se cimienta en las condiciones de sus empleados, sino en las facilidades de Internet y en su tipo de trayectos cortos, con lo que toda su tripulación (pilotos, azafatas...) y sus aviones duermen en su casa, y se ahorran un dineral en dietas, jornada laboral y gastos de alojamiento.

La cuestión es si es suficiente para poder ofrecer miles de plazas de avión a cero euros (aunque luego haya múltiples recargos), como hace Ryanair.

No hay un solo euro de ahorro en seguridad, cuyas exigencias son iguales para todas las aerolíneas. La aerolínea irlandesa, líder en el reino del bajo coste, también descubrió que se ahorraba cientos de miles de euros al eliminar algo tan accesorio como el reposacabeza de velcro y optar por tapicería de cuero para los asientos, más fáciles de limpiar, pero las condiciones laborales de su personal también despiertan recelos.

"Tenemos la flota de aviones más nueva de Europa y los sueldos de nuestros trabajadores cobran por encima de la media, pero pueden ir a dormir a sus casas", explica la compañía, que siempre defiende también su puntualidad.

La aerolínea vuela además a aeropuertos secundarios y cuenta apoyo de las Administraciones, bajo la forma de acuerdos de marketing. El Gobierno catalán, por ejemplo, ha garantizado más de 14 millones en ayudas para el periodo 2009-2011. "Son subvenciones escondidas en contratos de publicidad; no están jugando en igualdad de condiciones", se queja Eduardo Gavilán, de la junta del Colegio Oficial de Pilotos de Aviación Comercial (COAP). Esta entidad también ha pedido al Ministerio de Trabajo y a la Agencia Tributaria que investigue la situación fiscal de varias low cost extranjeras, con bases fijas en España, a las que acusan de no pagar las cuotas a la Seguridad Social en España, lo que supone "un importante ahorro de costes que va en detrimento" de las compañías españolas que sí cumplen con las obligaciones fiscales.

La calidad del servicio también ha despertado inquietud en las organizaciones de consumidores. Rubén Sánchez, de Facua, apunta que "los abusos a los consumidores se producen en todo tipo de aerolíneas, aunque algunas compañías como Ryanair son ejemplo de cómo hacer las cosas mal. Y las autoridades lo permiten con su dejación".

La lucha por mantener la calidad, en pleno recorte de gastos, es una preocupación generalizada en todos los sectores. "El periodismo de calidad no es barato y una industria que regala su producto está canibalizando su capacidad para hacer buen periodismo", dijo hace unos días Rupert Murdoch, propietario del mayor grupo de medios de comunicación del mundo, News Corporation, para explicar por qué cobrará por el acceso a la versión digital de sus periódicos a partir de 2010.

Y es que la cultura de lo barato, incluso de lo gratis, ha puesto en apuros a múltiples sectores. En alimentación, el equivalente a los vuelos baratos son las marcas de los distribuidores -las marcas blancas, porque originariamente eran así-. Este sector, que ya supone el 30% de las ventas de los súper, también plantea sombras. Las compañías de primeras marcas tradicionales han lanzado una campaña para defender su valor añadido y sus esfuerzos en investigación.

Hasta Bruselas se ha visto obligada a actuar en la polémica. Un grupo de trabajo de alto nivel de la Comisión Europa ha recomendado realizar un estudio sobre "el efecto de las marcas de distribución en la competitividad de la industria agroalimentaria, en particular en las pequeñas y medianas empresas, y examinar las maneras de reducir, si es necesario, los desequilibrios de poder en la cadena de suministro".

Un documento de este grupo de trabajo resalta, de hecho, que los distribuidores se han convertido en competidores de la industria alimentaria, con grandes ventajas, lo que plantea "serias cuestiones de competencia".

"La ausencia del nombre del productor en el envase lleva a efectos negativos para el consumidor y la industria" y supone "falta de transparencia". Además, "tal y como le preocupa a la industria, hay un impacto para las medianas empresas que trabajan para los distribuidores y en el beneficio que resulta de la innovación", ya que "las marcas blancas pueden reducir drásticamente su poder de mercado y la posibilidad de recuperar el coste de sus inversiones en el desarrollo de productos y seguridad. Aunque también puede suponer una oportunidad para hacer crecer sus negocios".

Según un informe elaborado por profesores de la Universidad Complutense, recogido por Mercasa, los productos de marca del distribuidor permiten ahorrar entre un 18% y un 42%. Un informe de Comisiones Obreras apunta que las diferencias salariales tienen algo que ver. "Las empresas con marcas propias generan mejores condiciones sociales y económicas (de media entre un 30% y un 40%, pudiendo llegar al 71%) que las marcas de distribución o blancas", apunta Jesús Villar, secretario general de la Federación Agroalimentaria de CC OO.

"No estamos en contra de las marcas blancas, sino de sus efectos en la industria. Intuíamos que íbamos a encontrar diferencias en las condiciones laborales, pero nos ha sorprendido lo negativo de los datos", añade Villar, cuyo equipo ha comparado los convenios colectivos en seis subsectores de la alimentación.

El representante sindical opina que esta tendencia conduce a la deslocalización de la producción y reclama que éstos lleven consigo toda la información de dónde han sido producidos y envasados, una información que en el sector se llama trazabilidad.

Mercadona, la compañía con más experiencia y más éxito en la "marca de distribuidor" (para ellos, "marcas recomendadas": Hacendado, Bosque Verde, Deliplus y Compy) se distancia de muchas de esas críticas. Sus productos sí llevan la identidad del productor y aseguran que su modelo pasa por la "máxima calidad". "Se ahorra en muchas otras cosas, como eliminar todos aquellos elementos que no añaden valor al producto pero que sí lo encarecen, como los embalajes excesivos. Por ejemplo, hemos quitado la caja de cartón del gel dentífrico infantil, que no añadía ningún valor pero encarecía en cinco céntimos el producto", explica un portavoz de cadena valenciana de supermercados.

La compañía también cuestiona que exista una brecha salarial entre los empleados de unas compañías y otras, dado que un gran número de marcas populares fabrican también para marcas de distribución. ¿Tienen la misma calidad uno y otro producto?

Es difícil generalizar una respuesta aquí. "Una mermelada puede tener más fruta que otra, por ejemplo, pero en general, si la calidad que ofrece un producto o servicio de bajo coste es buena, funciona, y si no lo es, fracasa. Por eso, no todas las aerolíneas de vuelos baratos, por ejemplo, han triunfado", apunta Pedro Arizmendi, socio consultor de Ernst & Young.

Tampoco cree que el bajo coste conduzca necesariamente a una mayor precariedad laboral, lacra que puede encontrarse en grandes multinacionales, de marcas prestigiosas. De hecho, la irrupción del bajo coste ha llevado a muchas otras empresas, que quizá estaban cobrando un sobreprecio, a rediseñar sus estrategias. La reducción de los costes, además, es una obsesión para la mayor parte de las compañías, sobre todo en estos tiempos de crisis (ver gráfico).

Ikea, otra de las grandes triunfadoras en la era de los productos baratos, también se quita de encima las críticas. Ha bajado sus precios un 2% anual en España. ¿Cómo consigue que sus muebles sean baratos? Por una retahíla de medidas, entre las que cita la búsqueda de materiales asequibles, buenos acuerdos con los proveedores y el ahorro del transporte. Y también porque produce su mobiliario en fábricas de países de bajos costes laborales, si bien, asegura, están sujetos a un código de conducta basado en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y los Derechos del Trabajo, cuyo cumplimiento comprueban mediante auditorías internas y externas.

Montalvo, que ha vivido durante años en Estados Unidos, está seguro de que el bajo coste no acaba con las compañías tradicionales, ni sirve de coartada para dejar de invertir en I+D: "En Estados Unidos hay ordenadores de 250 dólares (unos 176 euros), pero Intel sigue investigando para lanzar microchips cada vez más potentes. Lo que significa es más competencia. Convivirán los dos modelos".