lunes, 5 de abril de 2010

"Sin cobertura": tras las claves de un desastre (1)




















La célebre foto del "trío de las Azores", 16 de marzo de 2003, a sólo cuatro días de la invasión de Irak. A primera vista, destaca la uniformidad vestimentaria de los tres mandatarios, que resalta la sintonía de sus intenciones. También el posado cerrado de los protagonistas refuerza su unanimidad. Contra esa puesta en escena, sobresale la actitud del entonces presidente Aznar, tanto por el punto feroz de su sonrisa, como por la satisfacción personal que transmite, mientras el presidente norteamericano le pasa la mano sobre el hombro. En la base aérea de Lajes, la brisa despeina el flequillo del mandatario español, lo cual acentúa todavía más la singular actitud del personaje: como se supo más tarde, la cumbre de las Azores se celebró por insistencia del presidente Aznar. El acontecimiento diplomático forma parte central del relato de la novela-reportaje Sin cobertura





Desde hace ya algunos años tiendo a considerar que el nivel de desarrollo social y político de un país puede estimarse a partir del estado de conservación de sus lavabos públicos, y del funcionamiento de sus servicios de inteligencia. De lo primero cobré conciencia tras pasar mi juventud viajando en tren por toda Europa. Años después, esa opinión vino reafirmada por las sabias palabras del maestro sufí en el entrañable film de François Dupeyron en 2003: “El señor Ibrahim y las flores del Corán”, referidas a la diferencia entre los países pobres y los ricos, a partir de las basuras.

Para lo segundo me fue útil mi experiencia como historiador y periodista en los últimos veinte años. Posiblemente hay una conexión inconsciente entre ambos baremos basada en el manido tópico de que los servicios de inteligencia son las cloacas del estado. Pero más bien me inclino a pensar que, en mi cabeza, la filiación se reduce a considerar que en ambos casos se trata de servicios imprescindibles, sobre los que hablan poco los ciudadanos de aquellos países en los cuales se conservan en mal estado de funcionamiento, asunto que es "vox populi" entre los extranjeros.


Desde luego, en España el debate está permanentemente en el alero, no tanto en lo referido a la limpieza de los wc´s a lo largo y ancho de su geografía, sino a la calidad de su CNI, antiguo CESID. Y si ello viene a cuento de este post es debido a la publicación de la reciente obra firmada por los periodistas Jordi Bordas y Eduardo Martín de Pozuelo, referida a la actuación de los servicios de inteligencia españoles ante la invasión de Irak.

Bajo el título: Sin cobertura (Eds. RBA, abril de 2010) el libro se presenta como un trabajo a medio camino entre el reportaje y la novela histórica. Con ello, los autores pretenden que el primer género aporte credibilidad, mientras el segundo cubra las lagunas que la investigación no logró desvelar.

Como suma de ambos géneros, el resultado final no es brillante. En su faceta de novela, Sin cobertura es una obra bastante aburrida, por pesada y reiterativa: 239 de las 469 páginas se centran en explicar, machaconamente, cómo el íntegro jefe del área de Inteligencia Exterior del CNI se esfuerza una y otra vez, a lo largo de casi nueve meses, en cerciorarse de que Irak no posee armas de destrucción masiva. Ante su sorpresa, los informes que remite a su propio jefe (el diplomático Jorge Dezcallar, rebautizado en la novela con el esperpéntico nombre de: Fernando “Pato” Borrego) y a presidencia del gobierno, no hacen mella en la inquebrantable voluntad del gobierno Aznar por participar en la imparable invasión de Irak. Ante la contumacia de los ministros del Partido Popular en el poder, el intrépido jefe de espías protagonista del libro, incluso llega a informar por su cuenta a la Casa Real la cual, según los autores, tampoco estaba al tanto de la peligrosa situación a la que se abocaba el país en vísperas de la invasión de Irak.

Y ése es el eje de la línea argumental, desde la primera hasta la última página: un ataque frontal contra la política exterior del gobierno Aznar y su hombre, al frente del CNI en esa época: Jorge-Fernando ¿“Pato”? Borrego-Dezcallar. Servil al núcleo duro del ejecutivo de la época (Trillo, Ana Palacios, Acebes y sobre todo, el mismo Aznar) los autores podrían haberle llamado Botarate, Soplagaitas o Alma de Cántaro, dado el deleznable protagonismo que se le reserva, desde la primera hasta la última de las cuatrocientas y pico páginas del libro.

La obra, en su faceta de reportaje: sin poner en duda que el gobierno de la época y su obcecada línea pro-estadounidense estuvieron en el origen de muchos de los desastres de su política exterior (a las cuales se pasa revista en el libro, incluyendo el accidente del Yak 42 en Trabzon), la obra presenta algunos vacíos argumentales y narrativos que no terminan de aclarar las sombras de los atentados que costaron la vida a ocho oficiales del CNI en el otoño de 2003.

1.- En la novela, el voluntarioso jefe del área de Inteligencia Exterior del CNI (nada menos) intenta demostrar a “Pato” y Borrego, durante dieciocho meses (desde el junio de 2002 a diciembre de 2003), que Saddam Hussein no posee armas de destrucción masiva, que su régimen no mantiene alianzas con Al Qaeda y que, en líneas generales, la política seguidista del gobierno español con respecto a las ambiciones norteamericanas en Irak, es poco menos que suicida. El enfrentamiento se hace cada vez más aparatoso, conforme va quedando claro que el gobierno Aznar sólo atiende a las informaciones que suministra el amigo americano a través de la CIA, mientras los datos que consigue el CNI en Irak son olímpicamente ignorados.

Ahora bien, el perplejo ambiente “antigubernamental” que va dominando a la cúpula de Inteligencia Exterior del CNI –grosso modo, uno de los hemisferios del aparato de inteligencia español- resulta artificioso. Precisamente, a partir de la llegada al poder del Partido Popular, en 1996, ganaron posiciones mandos políticamente cercanos a los sectores más duros de los nuevos gobernantes, incluyendo oficiales del Opus Dei en todo el organigrama del CNI. Cuesta creer (y mucho) que lo relatado en Sin cobertura se redujera a un pulso sin fisuras entre “Pato” Borrego-Dezcallar e Inteligencia Exterior del CNI.

Por otra parte, también resulta inverosímil que todo un jefe del Área del CNI se sorprenda tanto y tan reiteradamente ante la mentalidad de quiénes habían ocupado las carteras del poder en la Moncloa, incluyendo sus intereses personales y políticos, manías, ideas fijas, y obsesiones; es decir: hasta dónde estaban dispuestos a llegar. y por qué. Y no se está sugiriendo que en 2002, cuando comienza la novela-reportaje, el CNI se abstuviera de obtener datos sobre unos gobernantes que llevaban ya seis años y pico en el poder. Es más sencillo que eso: el caso es que desde siempre, en Madrid, en el “Foro”, uno de los pasatiempos preferidos de los “enterados” (¿y quién renuncia a serlo en la capital?) consiste en hacer circular los más variados dimes y diretes sobre las personas del gobierno, muchas veces con notable acierto.

En definitiva, sí es posible que tuvieran lugar tensiones entre determinados estamentos del CNI y el gobierno de Aznar por la gestión de la inteligencia obtenida en Irak; pero lo más lógico, dadas las circunstancias, es suponer que esas tensiones discurrieron de una forma mucho más tortuosa que como nos lo explica la novela-reportaje. De una parte, las tiranteces alcanzaron sobre todo a las relaciones políticas subterráneas entre Madrid y Bagdad, (cosa que explica el libro, aunque a escala reducida). Y, muy posiblemente, estuvieron en el origen de la intensa y nefasta politización que sufrió el CNI, así como otros muchos estamentos y organismos de la administración española.

(Continuará)