“Green Zone” (título traducido erróneamente para el doblaje español como: “Zona Protegida”) es un film de acción realmente trepidante. Desde los primeros segundos del metraje, los travelling de cámara son constantes, las carreras, despliegues y tiroteos no paran de sucederse, uno tras otro. Sin embargo, es una obra que puede funcionar muy bien como documental para los estudiantes de Historia Actual. Quizás incluso más que para aquellos que vivimos los sucesos en directo, puesto que realmente no aporta ningún dato que sorprenda al espectador. Éste, como contemporáneo de los hechos, ya quedó totalmente patidifuso en su día ante el incalificable descaro con el que la administración Bush mintió burdamente para justificar la invasión de Irak. Pasa como con el libro Sin cobertura: son obras que hubieran generado un shock de haber aparecido en pleno 2003, pero que a siete años vista son lluvia sobre mojado, y encharcado.
De todas formas, “Green Zone” es una obra correcta. El actor Matt Damon interpreta a un oficial técnico destacado en una unidad especializada de las fuerzas estadounidenses, encargada de encontrar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, en el Irak recién invadido. Sin embargo, vayan donde vayan los hombres del “Chief” Roy Miller (Matt Damon), no encuentran ni rastro de las WMD (Weapons of Mass Destruction). Y lo más intrigante de todo, es que la información proviene de fuentes de la propia inteligencia norteamericana. ¿Qué está ocurriendo?
La trama de “Green Zone” es sencilla y está equilibradamente distribuida entre una serie de personajes escogidos con cuidado para que no falte ninguno: el iraquí bueno y colaboracionista, aunque patriota; el general iraquí, baasista y ambicioso: hasta el final del film quedará en suspenso su condición de malo o bueno; una especie de Wolfowitz que ocupa un cargo importante en el virreinato americano en plena Zona Verde de Bagdad; un desengañado oficial de la CIA; y una periodista tan veterana como mendaz. A destacar asimismo un oficial de los Delta Force, de marcado aspecto macarra y que tampoco ocupa un lugar positivo en el retablo.
No voy a desvelar la trama del film, pero sí aportar algunas reflexiones sobre aspectos que me parecen relevantes. En primer lugar, que como en el libro Sin cobertura, los espías son funcionarios honestos. El oficial de la CIA que contacta con Roy Miller, es un experto en Oriente Medio totalmente desengañado con la invasión de Irak y la forma en al que se está planteando la reconstrucción del país. Sabe de sobra que no existen las WMD y le parece una barbaridad que no se cuente con la oficialidad del Ejército iraquí para que colabore en la administración del nuevo estado post-Saddam. En efecto, uno de los errores garrafales cometidos por los norteamericanos (a diferencia de lo que hicieron en casí los países anteriormente ocupados por ellos) fue arrancar de raíz y destruir la administración del régimen recién derribado. Eso contribuyó decisivamente al caos que en Irak se prolongó durante meses y hasta años. Ese desorden está bien plasmado en las escenas callejeras del film, en especial el monumental embotellamiento provocado por los iraquíes, coléricos porque no funciona la traída de aguas. O en los saqueos de cualquier edificio público que pueda contener algo de valor.
Si los agentes de la CIA desempeñan un papel honesto y positivo en este guión, contrariamente al que suelen tener en la mayor parte de los films, los periodistas quedan en mal lugar. El personaje de Lawrie Dayne trabaja para el “Wall Street Journal” y no parece casualidad. Sólo un periódico tan identificado con el neoliberalismo más agresivo puede haber contribuido tan activamente a difundir el mito de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. De hecho, la periodista actúa como una mera correa de transmisión de las mentiras que elabora la gente de Wolfowitz. El scoop informativo es más importante que la verificación de la noticia, y por lo tanto se traga el gazapo de “Magellan”, mintiendo ella también so capa de proteger unas fuentes de información que no tiene.
En “Green Zone”, las mentiras llegan directamente desde la cúpula el poder y pasan como una apisonadora sobre las fuentes de información habituales. Tal como sucedió en la realidad, por cierto. Los del equipo del presidente George W. Bush (los “Vulcanos”) se inventaron lo que creyeron más conveniente sin que les temblara el pulso. Realmente fue un escándalo de mayor envergadura que los protagonizados por Nixon durante la Guerra del Vietnam, por lo que resulta bastante asombroso que hasta la fecha no haya tenido consecuencias penales para los protagonistas. ¿Por qué no fue así? Aquí tenemos un buen ejercicio de reflexión para la clase. Eso sí, empiezan a rodarse films que parecen la vanguardia de ese nuevo síndrome del “Vietnam en el desierto” que el viejo Bush padre, en 1991, quería evitar a toda costa.
“Green Zone” está bien ambientada, aunque filmada en Marruecos que empieza a ser plató habitual para las películas de ambiente iraquí). Las escenas de la vida en la Zona Verde en contraste con las del resto de Bagdad, refuerzan con eficacia el argumento del film. La recreación de las innovaciones tácticas propiciadas por la informática pronto parecerá irremisiblemente anticuada, pero de momento todavía resulta interesante.
De todas formas, “Green Zone” es una obra correcta. El actor Matt Damon interpreta a un oficial técnico destacado en una unidad especializada de las fuerzas estadounidenses, encargada de encontrar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, en el Irak recién invadido. Sin embargo, vayan donde vayan los hombres del “Chief” Roy Miller (Matt Damon), no encuentran ni rastro de las WMD (Weapons of Mass Destruction). Y lo más intrigante de todo, es que la información proviene de fuentes de la propia inteligencia norteamericana. ¿Qué está ocurriendo?
La trama de “Green Zone” es sencilla y está equilibradamente distribuida entre una serie de personajes escogidos con cuidado para que no falte ninguno: el iraquí bueno y colaboracionista, aunque patriota; el general iraquí, baasista y ambicioso: hasta el final del film quedará en suspenso su condición de malo o bueno; una especie de Wolfowitz que ocupa un cargo importante en el virreinato americano en plena Zona Verde de Bagdad; un desengañado oficial de la CIA; y una periodista tan veterana como mendaz. A destacar asimismo un oficial de los Delta Force, de marcado aspecto macarra y que tampoco ocupa un lugar positivo en el retablo.
No voy a desvelar la trama del film, pero sí aportar algunas reflexiones sobre aspectos que me parecen relevantes. En primer lugar, que como en el libro Sin cobertura, los espías son funcionarios honestos. El oficial de la CIA que contacta con Roy Miller, es un experto en Oriente Medio totalmente desengañado con la invasión de Irak y la forma en al que se está planteando la reconstrucción del país. Sabe de sobra que no existen las WMD y le parece una barbaridad que no se cuente con la oficialidad del Ejército iraquí para que colabore en la administración del nuevo estado post-Saddam. En efecto, uno de los errores garrafales cometidos por los norteamericanos (a diferencia de lo que hicieron en casí los países anteriormente ocupados por ellos) fue arrancar de raíz y destruir la administración del régimen recién derribado. Eso contribuyó decisivamente al caos que en Irak se prolongó durante meses y hasta años. Ese desorden está bien plasmado en las escenas callejeras del film, en especial el monumental embotellamiento provocado por los iraquíes, coléricos porque no funciona la traída de aguas. O en los saqueos de cualquier edificio público que pueda contener algo de valor.
Si los agentes de la CIA desempeñan un papel honesto y positivo en este guión, contrariamente al que suelen tener en la mayor parte de los films, los periodistas quedan en mal lugar. El personaje de Lawrie Dayne trabaja para el “Wall Street Journal” y no parece casualidad. Sólo un periódico tan identificado con el neoliberalismo más agresivo puede haber contribuido tan activamente a difundir el mito de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. De hecho, la periodista actúa como una mera correa de transmisión de las mentiras que elabora la gente de Wolfowitz. El scoop informativo es más importante que la verificación de la noticia, y por lo tanto se traga el gazapo de “Magellan”, mintiendo ella también so capa de proteger unas fuentes de información que no tiene.
En “Green Zone”, las mentiras llegan directamente desde la cúpula el poder y pasan como una apisonadora sobre las fuentes de información habituales. Tal como sucedió en la realidad, por cierto. Los del equipo del presidente George W. Bush (los “Vulcanos”) se inventaron lo que creyeron más conveniente sin que les temblara el pulso. Realmente fue un escándalo de mayor envergadura que los protagonizados por Nixon durante la Guerra del Vietnam, por lo que resulta bastante asombroso que hasta la fecha no haya tenido consecuencias penales para los protagonistas. ¿Por qué no fue así? Aquí tenemos un buen ejercicio de reflexión para la clase. Eso sí, empiezan a rodarse films que parecen la vanguardia de ese nuevo síndrome del “Vietnam en el desierto” que el viejo Bush padre, en 1991, quería evitar a toda costa.
“Green Zone” está bien ambientada, aunque filmada en Marruecos que empieza a ser plató habitual para las películas de ambiente iraquí). Las escenas de la vida en la Zona Verde en contraste con las del resto de Bagdad, refuerzan con eficacia el argumento del film. La recreación de las innovaciones tácticas propiciadas por la informática pronto parecerá irremisiblemente anticuada, pero de momento todavía resulta interesante.